Popper: la teoria de la democràcia.
Teoría de la democràcia: En efecto, podemos distinguir dos tipos
principales de gobiernos. El primero consiste en aquellos de los cuales
podernos librarnos sin derramamiento de sangre, por ejemplo, por medio de
elecciones generales. Esto significa que las instituciones sociales nos
proporcionan los medios adecuados para que los gobernantes puedan ser
desalojados por los gobernados, y las tradiciones sociales garantizan que estas
instituciones no sean fácilmente destruidas por aquellos que detentan el poder.
El segundo tipo consiste en aquellos de los cuales los gobernados sólo pueden
librarse por medio de una revolución, lo cual equivale a decir que, en la
mayoría de los casos, no pueden librarse en absoluto. Se nos ocurre que el
término «democracia» podría servir a manera de rótulo conciso para designar el
primer tipo de gobierno, en tanto que el término «tiranía» o «dictadura» podría
reservarse para el segundo, pues ello estaría en estrecha correspondencia con
la usanza tradicional. Sin embargo, queremos dejar bien claro que ninguna parte
de nuestro razonamiento depende en absoluto de la elección de estos rótulos y
que, en caso de que alguien quisiera invertir esta convención (como suele
hacerse en la actualidad), nos limitaremos simplemente a decir que nos
declaramos en favor de lo que ese alguien denomina «tiranía» y en contra de lo
que llama «democracia», rehusándonos siempre a realizar cualquier tentativa
-por juzgarla inoperante- de descubrir lo que la «democracia» significa «real o
esencialmente»; por ejemplo, tratando de traducir el término a la fórmula «el
gobierno del pueblo». (En efecto, si bien "el pueblo» puede influir sobre
los actos de sus gobernantes mediante la facultad de arrojarlos del poder,
nunca se gobierna a sí mismo, en un sentido concreto o práctico.)
Si, tal como hemos sugerido,
hacemos uso de los dos rótulos propuestos, entonces podremos considerar que el
principio de la política democrática consiste en la decisión de crear,
desarrollar y proteger las instituciones políticas que hacen imposible el
advenimiento de la tiranía. Este principio no significa que siempre sea posible
establecer instituciones de este tipo, y menos todavía, que éstas sean
impecables o perfectas, o bien que aseguren que la polltica adoptacla por el
gobierno democrático habrá de ser forzosamente justa, buena o sabia, o siquiera
mejor que la adoptada por un tirano benévolo. (Puesto que no efectuamos ninguna
afirmación de este tipo, queda eliminada la paradoja de la democracia.) Lo que
sí puede decirse, sin embargo, es que en la adopción del principio democrático
va implícita la convicción de que hasta la aceptación de una mala política en
una democracia (siempre que perdure la posibilidad de provocar pacíficamente un
cambio en el gobierno), es preferible al sojuzgamiento por una tiranía, por
sabia o benévola que ésta sea. Vista desde este ángulo, la teoría de la
democracia no se basa en el principio de que debe gobernar la mayoría, sino más
bien, en el de que los diversos métodos igualitarios para el control
democrático, tales como el sufragio universal y el gobierno representativo, han
de ser considerados simplemente salvaguardias institucionales, de eficacia
probada por la experiencia, contra la tiranía, repudiada generalmente como
forma de gobierno, y estas instituciones deben ser siempre susceptibles de
perfeccionamiento. (pàg. 128)
Aquel que acepte el
principio de la democracia en este sentido no estará obligado, por
consiguiente, a considerar el resultado de una elección democrática como
expresión autoritaria de lo que es justo. Aunque acepte la decisión de la
mayoría, a fin de permitir el desenvolvimiento de las instituciones
democráticas, tendrá plena libertad para combatirla, apelando a los recursos
democráticos, y bregar por su revisión. Y en caso de que llegara un día en que
el voto de la mayoría destruyese las instituciones democráticas, entonces esta
triste experiencia sólo serviría para demostrarle que no existe en la realidad
ningún método perfecto para evitar la tiranía. Pero esto no tendrá por qué
debilitar su decisión de combatirla ni demostrará tampoco que su teoría es
inconsistente.(pág. 129)
Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Primera Parte, Ediciones Orbis, Barna 1985
Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Primera Parte, Ediciones Orbis, Barna 1985
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