La necessitat de pensar el mal per desactivar-lo.

¿Cuál sería casi el mayor de los males concebibles? Uno quizá diría: la desaparición de la especie humana. (Peor sería la desaparición de toda vida sobre la Tierra, desde luego; pero pocas personas negarían que la extinción de la humanidad entera supondría uno de los mayores males que cabe imaginar.) Puede ocurrir, y por obra de los mismos seres humanos: las condiciones técnicas y sociales hacen posible esta autoextinción de la especie humana desde 1945 aproximadamente, merced a las armas de destrucción masiva.

Imre Kertsz
¿Y cuál sería el siguiente peor mal concebible? Quizá la ruptura de la unidad biológica de la especie humana. Puede ocurrir: las condiciones técnicas y sociales hacen posible esa división de la humanidad en especies biológicamente diferentes desde 1975 aproximadamente, si seguimos descendiendo por la pendiente donde se combinan la mercantilización de la reproducción artificial, los avances de una mentalidad que desproblematiza la eugenesia y los sueños de human enhancement  gracias a la ingeniería genética, las nanotecnologías y la biología sintética.

¿Y el siguiente mal? Probablemente, una catástrofe ético-política que acabase con eso que, en sentido normativo, llamamos civilización, refiriéndonos a rasgos como la paz, la comprensión, la tolerancia, el rechazo de la crueldad… No habrá que insistir demasiado en que también eso puede ocurrir, lo sabemos desde hace mucho. El gran escritor húngaro Imre Kertsz ha repetido muchas veces que Auschwitz puede volver a producirse, porque las condiciones que lo hicieron posible no han desaparecido.

Esos males, casi los peores concebibles, pueden ocurrir como fruto de las decisiones (o las no-decisiones) humanas… Es la obstinación en no querer saber acerca de nosotros mismos lo que nos sitúa a las puertas del infierno.

Una cultura humana viable tendría que enseñarnos, en primer lugar, a asustarnos de nosotros mismos: a sentir asombro y maravilla y terror ante aquello que el anthropos es capaz de hacer (tal y como lo expresa el famoso coro de la Antígona de Sófocles sobre el que Hans Jonas llamaba poderosamente la atención en las primeras páginas de El principio esperanza, y también Cornelius Castoriadis en Figuras de lo pensable). Pero, lejos de ello, la cultura dominante es hoy sobre todo marketing, distracción, frivolidad e invitación al infantilismo.

Reconocer las posibilidades infernales que descubrimos en nuestro fuero íntimo, en esa pegajosa penumbra interior que apenas nos atrevemos a escrutar, es lo que puede ayudarnos a desactivar tales posibilidades en el mundo diurno y en la vida social… Decir que “el infierno son los otros” puede convertirse en una forma de eludir responsabilidades. Kertesz, en Kaddish por el hijo no nacido, decía que quien afirma que el mal es algo irracional y misterioso está buscando excusas: quiere creerse inocente.

“Dejad de decir por fin que Auschwitz no tiene explicación, que Auschwitz es el producto de fuerzas irracionales, inconcebibles para la razón, porque el mal siempre tiene una explicación racional, es posible que el propio Satanás sea irracional, como lo es Yago, pero sus criaturas sí son racionales, todos sus actos se derivan de algo, igual que una fórmula matemática; se derivan de algún interés, del afán de lucro, de la pereza, del deseo de poder y de placer, de la cobardía, de la satisfacción de este o aquel instinto, y si no, pues de alguna locura al fin y al cabo, de la paranoia, de la manía depresiva, de la piromanía, del sadismo, del asesinato sexual, del masoquismo, de la megalomanía demiúrgico o de otro tipo, de la necrofilia, qué sé yo de qué perversión de las muchas que hay o de todas juntas quizá, porque prestad atención, lo verdaderamente irracional y lo que en verdad no tiene explicación no es el mal, sino lo contrario: el bien.”[1]

Jorge Riechmann, racionalidad del mal, tratar de comprender, tratar de ayudar, 13/01/2013

[1] Imre Kertesz, Kaddish por el hijo no nacido, Acantilado, Barcelona 2001, p. 53.

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