Agressivitat i violència.
Dice José Sanmartín en su libro La violencia y sus
claves: "El agresivo nace, el violento se hace". Dicho de otro
modo, la agresividad del ser humano está en sus genes, mientras que la violencia
es consecuencia de la educación.
La agresividad es innata en los animales y es
resultado de la selección natural que les ha dotado de este instinto porque
incrementa la supervivencia y las posibilidades de dejar descendencia. Los
animales están preparados para responder agresivamente para defenderse de un
predador si son atacados o para convertirse en predadores cuando está en juego
la comida.
Por otro lado, los animales -por lo menos los
superiores- disponen de unos mecanismos inhibidores de la agresividad,
necesarios para regular las peleas entre congéneres. Cada especie tiene los
suyos propios: la postura de sumisión de los perros, mostrar las nalgas en
ciertos simios o la expresión aniñada del rostro humano adulto cuando, a
consecuencia del miedo, agranda los ojos.
La eficacia biológica de la agresividad en los
animales viene determinada por el hecho de estar regulada. De no ser así,
cuando dos animales de una misma especie se enzarzasen en una pelea, ésta sólo
terminaría con la muerte de uno de ellos, de forma que el grupo iría perdiendo
miembros hasta llegar a extinguirse.
El ser humano, como animal, es, pues, agresivo por
naturaleza. Sin embargo, el ser humano no sólo cuenta con sus instintos sino
que, además, es un ser cultural. Y es precisamente esa construcción cultural de
los individuos la que modula su agresividad, de tal manera que puede llegar a
inhibirla haciendo de ellos seres pacíficos o, por el contrario, puede
hipertrofiarla convirtiendo al ser humano en un individuo violento.
Para que un ser humano pueda superar el mandato
biológico de no matar a un congénere tiene que poder desactivar el mensaje de
sumisión, de compasión, que emite el otro. Y existen dos factores culturales
que propician dicha desactivación: las armas y las ideas.
Las armas consiguen que el individuo pueda matar más
fácilmente y, además, se sitúe fuera del alcance de las expresiones emocionales
de la víctima. La gran diferencia entre matar a otra persona con las manos o
apretar el botón que lanza un misil contra decenas de individuos es que la
segunda acción impide hacerse cargo de la reacción de miedo de las víctimas, es
decir que los inhibidores quedan sin efecto.
También las ideas inciden en las bases biológicas de
las interrelaciones humanas. Y es que las ideas pueden ser tan poderosas -y tan
letales- como cualquier arma. Sólo hace falta recordar a quien se autoinmola en
un mercado de Kabul, llevado por unas ideas que lo impelen a matar a individuos
contrarios a las mismas aunque eso le obligue a desactivar su propio instinto
de supervivencia.
Si las armas alejan a la víctima y la vuelven
imperceptible, las ideas la deshumanizan, la excluyen de nuestro grupo o la
convierten en una mercancía, en una propiedad. Las ideas también inutilizan el
papel de las expresiones emocionales como controladores de la agresividad.
Tradicionalmente, la construcción de la masculinidad
ha pasado por la idea de estimular la virilidad, lo que implica hipertrofiar la
agresividad e inhibir la empatía. Y también por alimentar la creencia de una supuesta
superioridad de los varones sobre las mujeres, de los heterosexuales sobre los
homosexuales, de los blancos sobre los negros... Luego, podemos deducir que ese
porcentaje mayoritario de varones encarcelados por delitos violentos responde
no tanto a su tasa elevada de testosterona como a razones culturales.
Gemma Lienas, La hipertrofia de la agresividad, EL País, 25/01/2019
Comentaris