Liberalisme, lleis de la naturalesa i ideologia.
Ludwig von Mises |
Es sabido que la casta financiera ha perpetrado toda clase de abusos y
engaños con sus clientes, jugando miserablemente con su dinero,
usurpándoselo para llevar a cabo operaciones de alto riesgo, y ante las
cuales los gobiernos han hecho la vista gorda, en parte por los muchos
favores que les debían a los bancos. Adam Smith dice que el gobierno ha
de velar para que se paguen las deudas (y también dice que siempre que
los deudores puedan hacerlo). Todo lo contrario a lo que están haciendo
los bancos y los gobiernos. Se exige que a los que no pueden pagar las
deudas que lo hagan aunque sólo les quede como destino el suicidio, pero
ignorando que los bancos no están pagando los gastos comunitarios de
las casas que usurpan a la clase obrera y a la clase media. Queda claro
que la desconfianza hacia la banca y el gobierno es en estos momentos
total y es normal que entre nosotros no florezcan ni las manufacturas ni
el comercio, como preveía en ese caso el viejo Adam Smith. ¿Y qué decir
del siempre malinterpretado David Ricardo? Según él, el sueldo más
correcto tendría que permitirle al trabajador mantener a su familia y
posibilitarle la existencia de una previsión en una entidad bancaria
para momentos de vacas flacas. Muy razonable, pero ¿qué ha hecho la
casta financiera con el dinero que los trabajadores depositaban en sus
entidades y que les hubiese servido para vivir una vejez digna?
Tampoco parecen haber hecho caso a Stuart Mill, que al final de su ensayo Sobre la libertad
decía que “el valor de un Estado, a la larga, es el valor de los
individuos que lo componen. Y un Estado que pospone el desarrollo y la
elevación intelectual de sus miembros, un Estado que empequeñece a los
hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos, llegará a
darse cuenta de que, con hombres pequeños, nada grande podrá ser
realizado”, asegura.
A la luz de estos principios, es preferible no analizar el
comportamiento del poder político y financiero, empeñado en someter a la
clase media y hacerla desaparecer, que pospone hasta lo indecible el
desarrollo intelectual, y que empequeñece a los hombres hasta
convertirlos en títeres trágicos de un estado de cosas donde prevalece,
por encima de todo, la injusticia, la estafa y la mentira, y donde las
denuncias no sirven para nada.
Si dejamos atrás el liberalismo clásico y nos acercamos más a nuestra
época y a las escuelas marginalistas, nos encontraríamos con Léon
Walras, que creía en la relación directa entre la utilidad, el consumo y
el bienestar. Cuanto más bienestar poseyera un ciudadano, más útil
sería para la economía en general y para la sociedad, y con más
capacidad de lubricar el sistema. Si siguiésemos su teoría, la clase
media, cada vez más abocada a la ausencia de bienestar, estaría dejando
de ser una clase útil: algo bastante peligroso y demencial.
Antes de seguir confieso que me he ido acercado desde mi condición de
novelista a los textos fundamentales del liberalismo y el
neoliberalismo buscando trasfondos teóricos para la construcción de
algunos personajes, y nunca ha dejado de asombrarse como los viejos y
los nuevos pensadores del liberalismo confunden con frecuencia los
artefactos ideológicos de la cultura (o de su cultura) con las leyes de
la naturaleza, a menudo con la intención de justificar doctrinas
bastante dudosas. Ya decía Unamuno que “la ciencia es la ideología de
cada época” y la ciencia de este momento es la economía, saturada de
ideología por todas partes. Nada escapa al imperio de la ideología, y la
presunta ausencia de ideología que proclama cierto liberalismo es otra
ideología con la que hay que contar, más sofística que sofisticada.
Resulta sorprendente que cuanto más clara se percibe una ideología más
suele ser negada como tal por sus defensores. A este respecto me viene a
la mente lo que le dijo una vez Trotski a André Breton: “El marxismo no
es una ideología, es un destino”. Lo mismo vienen a decir ciertos
liberales respecto a su ideario, pero no pretendo aquí enjuiciar las
doctrinas liberales sino apoyarme parcialmente en ellas para hablar de
la devastación presente. Por otra parte, mis andanzas por la senda
izquierda nunca me han impedido aceptar que las iluminaciones de los
autores ya indicados, además del férreo Malthus (que como más tarde
Lévi-Strauss, pensaba que la superproducción y la superpoblación era lo
peor que le podía ocurrir a nuestra especie) me han ayudado a comprender
mejor lo que pasó y lo que está pasando en nuestro cuerpo social,
últimamente muy enfermo y deteriorado. Si bien pocos textos me han
servido tanto como La acción humana de Ludwig von Mises,
especialmente cuando habla de la imposibilidad de gobernar en desacuerdo
con la opinión pública. “No cabe un gobierno impopular y duradero”,
dice, y asegura que la supremacía política de la opinión pública
“determina el curso de la historia” y que de poco les sirven, a los
individuos intelectualmente mejor dotados, “los logros sociales y las
grandes ideas si no hacen atractiva a la mayoría su ideología.”
Muchos gobernantes europeos de ahora debieran prestar mucha atención a
las reflexiones de Mises y esmerarse en explicarse mejor, infinitamente
mejor, si no quieren que los devore “el curso de la historia”.
En el mismo capítulo Mises habla de uno de los grandes errores del
liberalismo clásico: el haber ignorado a los de abajo, el no haber
previsto “la aparición de masas humanas sin acomodo posible”, y el haber
cerrado los ojos ante el surgimiento de “un proletariado que aquel
orden social que pretendían perpetuar no podía compensar y absorber.” Y
acaba diciendo que “jamás pensaron los viejos liberales que las masas
podrían llegar a interpretar la experiencia histórica con arreglo a
filosofías muy distintas a las suyas.”
Y bien, es evidente que los actuales dirigentes están cayendo en el
mismo error que Mises atribuía a los liberales del pasado: no haber
previsto el despliegue, cada vez más abismal, de una clase obrera
desempleada e imposible de absorber, así como el desmoronamiento, no
menos abismal, de una clase media empobrecida y que se va a ver obligada
a “interpretar su experiencia histórica con arreglo a filosofías muy
distintas” a las que cabría imaginar en tiempos de bonanza y burbuja
desalmada.
No hablemos pues ni de liberalismo ni de socialismo, hablemos mejor
de caos y de barbarie, justamente lo que más repudiaba el neoliberal
Mises. Por eso no solo las gentes de izquierdas están profundamente
indignadas con la situación presente. ¿Acabará yendo algún banquero a la
cárcel?
Jesús Ferrero, ¿Liberalismo o barbarie?, El País, 19/01/2013
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