Berlusconisme, la versió italiana del lepenisme.
En la “resistible ascensión de Silvio B”, de tan devastadoras
consecuencias morales y culturales, aparte de las económicas e
institucionales, que ha reducido Italia a escombros, el Partido Popular
Europeo (PPE) tiene no poca responsabilidad. La legitimación de
Berlusconi, promovida sobre todo por la señora Merkel y por el entonces
jefe del Gobierno español Aznar, no solo vino acompañada por fanfarrias
de entusiasmo, sino que fue avalada por todos los partidos miembros del
PPE, incluyendo por tanto a la UMP de Sarkozy y de Copé. Tal refrendo
ayudó de forma decisiva al Cavaliere de Arcore a superar algunos
momentos de crisis que, sin el apoyo internacional, quizá hubieran
podido decretar su hundimiento político. Todo lo cual, ha de quedar
claro, no disminuye un solo ápice el cargo de conciencia que han de
tener los millones de italianos que lo votaron culpablemente, en una
suerte de exaltación masoquista de “servidumbre voluntaria”.
Ahora el PPE, dando muestras de arrepentimiento, parece estar planteándose la conveniencia de expulsar a Berlusconi, al haber elegido jugar, en Italia, la carta de Monti y de su nueva alianza “centrista”. Pero lo hace a su manera, pues, dado que es un partido europeo de inspiración cristiana, intenta adecuarse al modelo de una figura del Evangelio. Es una lástima que haya elegido a un “protagonista secundario", el procurador de Judea, Poncio Pilatos. El PPE, en definitiva, respecto a la cuestión Berlusconi “se lava las manos”, al menos antes de las elecciones. De haber elegido a un verdadero protagonista, a ese profeta apocalíptico de Galilea, semidesconocido en su época, Yeoshua ben Joseph, que fue ajusticiado en la cruz como “lestos” (bandido) en tiempos del emperador Tiberio, el PPE se habría atenido a una de sus enseñanzas, la que reza “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’, ‘no, no’, que lo que pasa de aquí viene del Maligno" (Mt 5,37).
Efectivamente, ahora ya está claro para todo el mundo que Berlusconi y
su partido (como por lo demás la Liga Norte, una vez más aliada suya)
nada tienen que ver con la democracia, ni tan siquiera en su acepción de
derechas, sino que constituyen, por el contrario, la versión italiana
del lepenismo (o del putinismo, si se prefiere): la agresión populista,
alimentada incluso de racismo, y si es necesario de clericalismo, contra
la constitución republicana. Una mezcla subversiva, que pretende
estimular los entresijos más inconfesables de la psique de los
electores, y que, en el caso de Berlusconi, se caracteriza por disponer
además de riquezas ilimitadas y del monopolio de la televisión
comercial, una concentración de poderes que constituye ya de por sí una
auténtica amenaza para la democracia liberal (aun en el caso de que B.
no tuviera un papel político).
A la espera de los resultados electorales para incluir la expulsión
de Berlusconi en el orden del día, el PPE realiza —esta vez por omisión—
un nuevo gesto de respaldo hacia uno de los políticos más incurable y
antropoló-gicamente hostiles a las reglas de la convivencia civil, vista
la escalada de violencia verbal y de agresión mediática que Berlusconi
ha desencadenado contra los jueces que se limitan a cumplir con su
deber. Y no solo eso, el PPE continúa legitimando de hecho a un
personaje político que ahora también lanza acusaciones de golpismo, de
dirigir complots y, en síntesis, de delincuencia, nada menos que a otros
dirigentes europeos de su mismo partido, y en primer lugar a la
canciller alemana (las acusaciones contra la señora Merkel también van
acompañadas generalmente por injurias de tipo personal).
Cómo puede tolerar el PPE todo esto sigue siendo un misterio, a no
ser que pensemos que Berlusconi está en condiciones de chantajear a
alguna personalidad del vértice de tal partido. No hay otra explicación
lógica. Ahora Berlusconi tira ya a matar contra las instituciones
europeas, contra el euro, contra los bancos alemanes públicos y
privados, aspira a fomentar arrebatos de chovinismo que suenan ridículos
hasta que se revelan peligrosos, pero el PPE sigue callando por el
momento, aplaza cualquier decisión, procrastina, por más que resulte
evidente que ni siquiera puede invocar la coartada de la
no-interferencia. El derecho-deber a la interferencia está recogido de
hecho tanto en el ámbito de las instituciones europeas (y es grave que
las sanciones que se impusieron en su día a Haider no hayan sido
impuestas también a los Gobiernos de Berlusconi), como en la esfera de
competencias de los partidos supranacionales, como es el PPE. En sus
estatutos se sanciona solemnemente la incompatibilidad entre su propia
declaración de principios y comportamientos tales como las mentiras y
las agresiones (incluyendo las personales) así como, obviamente, la
descarada hostilidad contra el ordenamiento de la democracia liberal
(incluida la división de los poderes), que a estas alturas es ya el pan
de cada día (mejor dicho: el caviar y el champán) del Cavaliere.
Vista la inspiración cristiana del PPE, sería oportuno que sus dirigentes se releyeran el Catecismo,
donde se dice de forma inequívoca que puede pecarse —con la misma
gravedad y con el mismo infierno como castigo— tanto por obra como por
omisión. Así pues, el PPE, ha entrado en liza en la campaña electoral de
Italia: al flanco de Berlusconi, por omisión, por no haberlo expulsado
todavía de sus filas. Y de cada voto que Berlusconi reciba, Merkel y
Copé y Rajoy serán, por tanto, moral y políticamente corresponsables.
Paolo Flores d'Arcais, El lepenismo de Berlusconi, El País, 28/01/2013
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