El poder pastoral en el 'Polític' de Plató.
Mi investigación personal tiene
por objeto la manera en que Platón
aborda este tema en el resto del diálogo. Lo hace primero mediante argumentos
metodológicos, y a continuación invocando el famoso mito del mundo que gira en
torno a su eje. Los argumentos metodológicos son extremadamente interesantes.
No es decidiendo cuáles son las especies que forman parte de un rebaño, sino
analizando lo que hace un pastor como se puede decidir si el rey es o no una
especie de pastor. ¿Qué es lo que caracteriza su tarea? En primer lugar el
pastor se encuentra solo a la cabeza de su rebaño. En segundo lugar su trabajo
consiste en proporcionar alimento a sus ovejas, en cuidarlas cuando están
enfermas, en tocar música para agruparlas y guiarlas, en organizar su
reproducción con el fin de obtener la mejor descendencia. Encontramos así
claramente los temas típicos de la metáfora pastoral presentes en los textos
orientales. ¿Cuál es, entonces, respecto a todo esto, la tarea del rey? Se
halla solo, como el pastor, a la cabeza de la ciudad. Pero, ¿quién proporciona
a la humanidad su alimento? ¿El rey? No. El labrador, el panadero. ¿Quién se
ocupa de los hombres cuando están enfermos? ¿El rey? No. El médico. ¿Y quién
les guía con la música? El titiritero y no el rey. Siendo así, muchos
ciudadanos podrían reivindicar con suficiente legitimidad el título de
«pastores de hombres». El político, como pastor del rebaño humano, cuenta con
numerosos rivales. En consecuencia, si queremos descubrir lo que es real y
esencialmente el político, deberemos apartarlo «de la multitud que lo rodea» y
demostrar así por qué.
No es un pastor. Platón recurre, pues, al mito del mundo
que gira en torno a su eje en dos movimientos sucesivos y de sentido contrario.
En una primera fase, cada especie animal pertenece al rebaño conducido por un
Genio-Pastor. El rebaño humano se hallaba conducido por la propia divinidad.
Disponía con toda profusión de los frutos de la tierra, no necesitaba refugio
alguno, y después de la muerte los hombres resucitaban. Una frase capital
añade: «Al tener a la divinidad por pastor, los hombres no necesitaban
constitución política.»En una segunda fase, el mundo giró hacia la dirección
opuesta. Los dioses dejaron de ser los pastores de los hombres y éstos se
encontraron abandonados a sí mismos. Pues les había sido dado el fuego. ¿Cuál sería
entonces el papel del político? ¿Se convertiría él en pastor y ocuparía el
lugar de la divinidad? De ninguna manera. A partir de ahora, su papel
consistiría en tejer una sólida red para la ciudad. Ser un hombre político no
iba a querer decir alimentar, cuidar y velar por el crecimiento de la
descendencia, sino asociar: asociar diferentes virtudes, asociar temperamentos
contrarios (fogosos o moderados), utilizando la «lanzadera» de la opinión
pública. El arte real de gobernar consistía en reunir a los seres vivos «en una
comunidad que reposara sobre la concordia y la amistad», y en tejer así «el más
maravilloso de todos los tejidos». Toda la población, «esclavos y hombres
libres envueltos en sus pliegues».
El político parece representar la más sistemática reflexión de la Antigüedad clásica sobre
el tema del pastorado, que tanta importancia adquiriría en el Occidente
cristiano. El hecho de que discutamos de ello parece demostrar que el tema, de
origen oriental quizás, era lo suficientemente importante en tiempos de Platón como para merecer una discusión,
pero queremos insistir en su dimensión, ya en aquel momento objeto de
controversias. Controversias que, por otra parte, no fueron absolutas. Platón admitió que el médico, el campesino,
el titiritero y el pedagogo actuaran como pastores. Pero en cambio les prohibía
que se mezclaran en actividades políticas. Lo dice explícitamente: ¿cómo podría
el político encontrar tiempo para ir a ver a cada uno en particular, darle de
comer, ofrecerle conciertos y curarle en caso de enfermedad? Solamente un Dios
de la Edad de Oro podría actuar así, o incluso, al igual que un médico o un
pedagogo, ser responsable de la vida y del desarrollo de un pequeño número de
individuos. Pero situados entre los dos —los dioses y los pastores— los hombres
que detentan el poder político no son pastores. Su tarea no consiste en
salvaguardar la vida de un grupo de individuos. Consiste en formar y asegurar
la unidad de la ciudad. Dicho en pocas palabras, el problema político es el de
la relación entre lo uno y la multitud en el marco de la ciudad y de sus
ciudadanos. El problema pastoral concierne a la vida de los individuos.
Todo
esto puede parecer quizá muy lejano. Si insisto en estos textos antiguos es porque
nos muestran que este problema —o más bien esta serie de problemas— se
plantearon desde muy pronto. Abarcan la historia occidental en su totalidad, y
son de la mayor importancia para la sociedad contemporánea.
Tienen que ver con las relaciones entre el poder político que actúa en el seno
del Estado, en cuanto marco jurídico de la unidad, y un poder, que podríamos llamar
«pastoral», cuya función es la de cuidar permanentemente de todos y cada uno,
ayudar-les, y mejorar su vida. El famoso «problema del Estado providencia» no
sólo no evidencia las necesidades o nuevas técnicas de gobierno del mundo
actual, sino que debe ser reconocido por lo que es: una de las muy numerosas
reapariciones del delicado ajuste entre el poder político, ejercido sobre sujetos
civiles, y el poder pastoral, que se ejerce sobre individuos vivos. Es evidente
que no tengo la más mínima intención de volver a trazar la evolución del poder
pastoral a través del cristianismo. Es fácil imaginar los inmensos problemas
que esto plantearía: problemas doctrinales, como el del título de «buen pastor»
dado a Cristo; problemas institucionales, como el de la organización
parroquial, o el reparto de responsabilidades pastorales entre sacerdotes y
obispos...Mi único propósito es el de aclarar dos o tres aspectos que considero
importantes en la evolución del pastorado, es decir, en la tecnología del
poder.
1. En primer lugar, en relación
con la responsabilidad. Hemos visto que el pastor debía asumir la
responsabilidad del destino del rebaño en su totalidad y de cada oveja en
particular. En la concepción cristiana, el pastor debe poder dar cuenta, no
sólo de cada una de las ovejas, sino de todas sus acciones, de todo el bien o
el mal que son capaces de hacer, de todo lo que les ocurre. Además, entre cada
oveja y su pastor, el cristianismo concibe un intercambio y una circulación
complejos de pecados y de méritos. El pecado de la oveja es también imputable
al pastor. Deberá responder de él, el día del juicio final. Y a la inversa, al
ayudar a su rebaño a encontrarla salvación, el pastor encontrará también la
suya. Pero salvando a las ovejas corre el riesgo de perderse; si quiere
salvarse a sí mismo debe correr el riesgo de perderse para los demás. Si se pierde
el rebaño se verá expuesto a los mayores peligros. Pero dejemos estas paradojas
a un lado. Mi meta consistía únicamente en señalar la fuerza de los lazos
morales que asocian al pastor a cada miembro de su tribu. Y, sobre todo, quería
recordar con fuerza que estos lazos no se referían solamente a la vida de los
individuos, sino también a los más mínimos detalles de sus actos.
2. La segunda modificación
importante tiene que ver con el problema de la obediencia. En la concepción
hebraica, al ser Dios un pastor, el rebaño que le sigue se somete a su voluntad
y a su ley.
Michel Foucault, Las tecnologías del yo y otros
textos afines, Ediciones Paidós i ICE de la Universidad Autónoma de
Barcelona, Bellaterra1990
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