Millor llibre d'assaig, segons els lectors de El País.



En 1982 Clint Eastwood dirigió Firefox, una película en la que interpreta a un piloto estadounidense embarcado en una arriesgada misión de espionaje industrial. Los soviéticos han construido un avión de combate increíblemente sofisticado. Al ejército norteamericano, incapaz de competir con semejante tecnología, no se le ocurre nada mejor que robar el prototipo de una base militar rusa. En los años salvajes del neoliberalismo, el socialismo real era considerado como un sistema tecnológicamente muy avanzado y, por eso, autoritario y coercitivo. El mercado libre era analógico, orgánico, personal. El socialismo técnico, frío, colectivo. En 1989 las tornas cambiaron. Los ciborgs se volvieron emancipadores. Los ordenadores se hicieron cálidos y sociales.

En realidad, en Sociofobia quería escribir sobre la idea de fraternidad, no sobre las tecnologías de la comunicación. Siguiendo una idea de Antoni Domènech, me preguntaba por la diferente suerte que han corrido los valores del lema revolucionario que atraviesa la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad.

Hoy la libertad cotiza al alza. Ser libre es bueno, y punto. En cambio, el rotundo éxito del proyecto neoliberal ha relegado el igualitarismo a un lugar periférico de nuestro espacio político. A eso se refería Margaret Thatcher cuando le preguntaron cuál había sido su mayor logro y respondió: el nuevo laborismo. El caso de la fraternidad es aún más radical. La palabra ha desaparecido de nuestro vocabulario político y suena a club pijo universitario.

Las élites decimonónicas no ocultaban su miedo a que los trabajadores accedieran a las instituciones políticas. Hoy ese clasismo se ha generalizado. Nos vemos a nosotros mismos como antes los ricos veían a las “clases peligrosas”. La razón es que la democracia radical tiene condiciones sociales, no sólo materiales y políticas. La fraternidad no es un mero añadido cursi a la libertad y la igualdad. La democracia es imposible en un entorno social tan fragmentado como el nuestro, en el que una relación personal consiste en coincidir en la cola del supermercado… o en nuestra lista de seguidores de Twitter.

Así que escribiendo sobre el cuidado y la ayuda mutua me tropecé con la red. Porque en Internet muchas veces nos convencemos a nosotros mismos de que hacer cosas a la vez es casi lo mismo que hacerlas juntos. Y no se me ocurre una realización más acabada del ideal neoliberal de una sociedad plenamente mercantilizada, en la que la deliberación política en común ha quedado reducida a una anécdota inane.

 El País, 18/12/2013

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