Individualisme de masses.

 


En la primera parte de la clase traté de haceros notar cómo se sobreponen constantemente la categoría abstracta masa para referirse a la colección innumerable, pero ilocalizada, de consumidores de banalidad cultural y la multitud urbana, máxime cuando adopta la forma de masa. Lo hemos visto en Tarde, en Park, en Mannheim... Lo hubiéramos encontrado antes en Baudelaire, cuando identifica a las gentes con las que se cruza como flâneur por las calles de París con los nuevos lectores de literatura, y lo encontraremos después en el análisis que Jürgen Habermas establece a propósito del proceso que lleva a "la destrucción tendencial de la publicidad literaria", por la vía de la transformación comercial de la participación en la publicidad burguesa, que la disgrega abandonándola a las masas y que se transfigura en su propia caricatura al haber quedado desactivada su potencialidad para la controversia, el consenso y el conflicto basados en el raciocinio organizado. Ese argumento es el que encontraremos en ese momento, a caballo entre la década de los 5o y 60 del siglo XX, en los primeros teóricos de los mass media, como Dwigth MacDonald, cuando establece una equivalencia entre las masas mediáticas y las multitudes que llenan las aceras de la gran ciudad: "Las masas son, en el tiempo histórico, lo que la muchedumbre es en el espacio: una gran cantidad de personas incapaces de expresar sus cualidades humanas porque no están ligadas unas a otras ni como individuos ni como miembros de una comunidad" (MacDonald, 1969 [1960]: 74). Eso está en un artículo de 1960 titulado "Masscult y midcult", que está en una compilación titulada La industria de la cultura (Alberto Corazón)


Os llamé la atención sobre la irrupción con fuerza, a partir de ese momento y para quedarse en el eje de la producción sociológica, de un conjunto de acepciones que comparten la denominación de origen "de masas": sociedad de masas, turismo de masas, consumo de masas..., siendo la masa una abstracción que reúne el conjunto de los hombres-masa orteguianos, seres aislados que comparten su mutua insolidaridad, narcotizados por los medios de comunicación de masas, que son los nuevos abalorios con los que se lobotomiza a los ciudadanos para que no ejerzan como tales. En realidad, todas las teorías sobre la obnubilación de los hombres-masa y de las masas en que se apilan bien podrían responder a una especie de nostalgia romántica, que, en un último periodo y a diferencia de sus primeras expresiones contrarevolucionarias, ya no es de la extinguida autoridad moral de la vieja aristocracia, sino respecto de la frustrada generalización de la figura modélica del librepensador moral, culto e informado que la Ilustración y luego la burguesía reformista del XIX ensoñaron presidiendo el sistema democrático que debía organizar la nueva sociedad capitalista, un modelo del que el personaje del intelectual sería campeón. Cada miembro del público debía ser una réplica de la figura del burgués intelectual y éticamente virtuoso, objetivo que hacían imposible primero la vorágine de la vida urbana y, más adelante, la perversa actividad de los massmedia, forzándole a permanecer sólo como larva atrapada entre las formas contemporáneas del vulgo.

Los mass media invertían el proceso que le había sido encomendado, que era el de extender hasta el infinito el espacio de la publicidad ilustrada y en lugar de elevar al hombre-masa a la calidad de ciudadano autónomo y concernido —esto es a miembro de un público—, lo embrutecían hasta devolverlo a un nivel inferior de civilización: el de la masa. Los medios de comunicación de masas generaban masas, no públicos, puesto que no eran en realidad medios de comunicación, sino de propaganda, del mismo modo que la publicidad consumista era cualquier cosa menos un instrumento de publicidad en el sentido ilustrado. Tanto la propaganda como la publicidad comercial no buscan difundir información, sino excitar sentidos y sentimientos, de manera que el producto resultante no serán opiniones personales críticas y fundamentadas, sino esa compactación de las respuestas que hemos visto como la característica esencial de la masa.

Una contribución reciente a esa descalificación teórica de las masas como consecuencia de su negativa a ser salvadas de sí mismas lo tenemos en Peter Sloterdijk, en un libro del 2002 titulado El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna (Pre-Textos). Ahí se sostiene que las viejas masas locas, irascibles, caprichosas, crueles o serviles que habían asustado un día a la burguesía se mantienen es ese mismo estado de somnolencia que las caracterizaba de ordinario, sólo que ahora ya no son, como fueron a cada uno de sus despertares, fuerza de arrastre, descarga de fuerza. Los miembros de la masa continúan siéndolo, pero ahora —aunque Ortega ya lo notó entonces— por separado, sin tocarse, sin verse, atomizados, en estado gaseoso, pero continuando cada uno de ellos siendo parte de esa criatura ciega de la que ahora andan desgajados y, por tanto, sin aquel vigor temible que su presencia física exhibía a veces en las calles. En eso consiste el "individualismo de masas", un individualismo que no hace propias las virtudes del individuo consciente de la imaginación romántico-racionalista, porque no es más que masa descompuesta o en proceso de descomposición, sin potencia política alguna, toda ella hecha de vulgaridad y sumisión. En este caso, la pacificación de la masa densa o molar no se ha producido por la vía de su conversión en público molecular, dispersa —es decir en público compuesto por sujetos autónomos—, sino en masa molecular. La emancipación personal consiste entonces en vencer o domeñar "la chusma ansiosa de placer y destrucción" que ya Freud advertía que cada cual llevaba en su interior, y que debe ser sometida por vía de la formación intelectual y sensible. Se trata, pues, de hacer de la cultura "el conjunto de tentativas encaminadas a provocar a la masa que está dentro de nosotros y a tomar partido contra ella".

Pero la crítica a las masas ha tenido también su crítica. Es a Pierre Bourdieu a quien le corresponde el mérito de haber puesto de manifiesto la condición compleja y compuesta de las "masas", pero también, más allá, su papel como protagonista colectivo de una mitología encargada de alimentar un esquema de percepción brutalmente simplificador y que funciona organizando la realidad en oposiciones binarias en la que las élites dominantes pueden mostrar a los dominados como, en efecto, una masa, es decir como una "multiplicidad contingente y desordenada, intercambiable e innumerable, débil y desarmada, sin otra existencia que la estadística". Una estrategia discursiva que emplearía sus apocalípticas denuncias de la nivelación, de la homogeneización, de la banalización..., es decir de la "masificación", para disimular el objetivo de la burguesía de hacer pasar su propia crisis por crisis de la sociedad en su conjunto Miraos las consideraciones al respecto en La distinción (Taurus).


El fondo y la función ideologizante del concepto de masas ya había sido notado en un texto anterior del propio Bourdieu y de Jean Claude Passeron. Es un artículo de 1963 titulado "Sociología de la mitología y mitología de la sociología", que está en Mitosociología (Fontanella). Ahí sometían a escrutinio a los "massmediólogos" y su nueva ciencia —la "massmediología"—, mostrándola como un corolario de fórmulas que permitían obliterar la complejidad de las relaciones sociales tal y como son, hacer como si las segmentaciones, las clases y todo lo que conforma el entramado del mundo social real quedara anulado por explicaciones fáciles para quien las necesitara y quisiera aceptarlas, un recurso perfecto que permite explicar lo que  ocurre de un plumazo, imaginando una fantasmática reducción a la unidad de una mayoría de la sociedad, unidad en la que las relaciones de dominación y la división del trabajo no inciden y que estaría formada por individuos a los que se supone incapaces de pensar por sí mismos, y ello como resultado de una manipulación de la que se puede prescindir de nombrar a los manipuladores. Con otra ventaja añadida: que permite hacer como que no se percibe que el pésimo gusto cultural de "las masas" coincide de manera sorprendente con los de lo que otro registro clasificatorio rubricaría como pueblo, clases populares, clases subalternas, clase obrera, etc.  Cabe añadir que es cierto que toda construcción teórica acerca de la "manipulación" de las masas parece intentar dar respuesta a lo que para ciertos intelectuales o con pretensiones de serlo es el angustioso enigma de por qué la "gente normal" no piensa como ellos.


Esa desenmascaramiento de "las masas" como una noción que escamotea un universo social altamente diferenciado, en realidad ya había sido expuesta por la propia sociología norteamericana en cuyo seno había hecho aparición la massmediología. Fue Daniel Bell quien en El fin de las ideologías (Tecnos), en un texto de 1959, ya supo ver las ambigüedades e imprecisiones que invalidaban la "sociedad de masas" como noción operacional en ciencias sociales, abstracción útil para aludir a la desorganización, la decadencia, la anomia y el desorden que se presuponían propias de la sociedad urbano-industrial. Bell iba desmontando todos los tópicos que daban un falso contenido a la supuesta masificación social, pero había un elemento en su argumentación en que vale la pena detenerse, cual es el que la aparente polisemia del valor "masa" y su sentido peyorativo, todas sus acepciones asociadas —número indiferenciado, valoración de los incompetentes, sociedad mecanizada, sociedad burocratiza...—, acababan desembocando en su sinonimia con multitud, puesto que todas derivaban del  "el temor a la masa [que] tiene su base en la tradición predominantemente conservadora del pensamiento político occidental, que todavía informa muchas de las categorías políticas y sociológicas de la teoría social", y que remite siempre a las "masas inconscientes", capaces únicamente de violencia y excesos.  Una perspectiva esta siempre expresión de la "tradición cultural aristocrática" y una "defensa conservadora de los privilegios", heredera a su vez del miedo y el desprecio hacia la chusma plebeya de las épocas clásicas, ávida de "pan y circo", tal y como Shakespeare supo reflejar en su Coriolano.


Ese último matiz es importante. Es cierto que las masas de las que hablan los especialistas en cultura o comunicación de masas son las destinatarias masificadas de lo que esa misma cultura de masas hace de ellas, por reproducir el juego de palabras que proponían Bourdieu y Passeron. Pero no siempre masa es una cajón de sastre conceptual para cualquier explicación-atajo, una categoría inefable que sirve para designar la quimera de una unidad social que nadie ni ha visto y ni verá en realidad y de la que solo sabemos aquello de lo que, en términos exclusivamente numéricos —esto es masivos—, nos informen las estadísticas, los ranking de ventas, los medidores de audiencia o, en la actualidad, los contadores de visitas en internet. Esa naturaleza de un receptor colectivo casi incognoscible le corresponde más bien al público, al que no puede haber más acceso sensible que el que procuren las encuestas o los escrutinios electorales, puesto que quien vota no son las masas, sino el público, o mejor dicho sus miembros individuales. Ya se ha subrayado, aludiendo tanto a Tarde como a Park, que la diferencia entre masa y público es la que hay entre acción conjunta y acción a distancia.

Porque mantiene a distancia a sus componentes para serlo, el público no tiene otra concreción eventual que la que le prestan los auditorios que concurren a un acto específico y que evalúan racional y moralmente el espectáculo que se les depara. En cambio las masas sí que pueden salir de su ambigüedad y reificarse, porque las masas están ahí, igual que las multitudes, estas hirviendo por las calles sin descanso, las otras apropiándose de ellas como una piña para convertirlas en escenario viviente de su voluntad de existir y ser vistas y oídas. De hecho el proceso semántico sería inverso: no es que las masas abstractas de la massmediología se concreten en las masas que vemos congregarse en las calles y plazas, sino  que son estas las que resultan convertidas en ideología por los expertos, como si al dispersarse cada miembro de la masa continuara siendo masa, arrastrando la masa con él o dejándose poseer por su desvarío y una desorientación que continua experimentado ahora en solitario. El hombre-masa conceptual no es más que la expresión molecular de la multitud anómica con la que se mezcla en su vida ordinaria o de la masa ululante que, en ciertas oportunidades excepcionales, le convierte en su marioneta o en marioneta de quien la supuestamente la manipula.

Manuel Delgado, La invención de la massmediología,  El cor de les parences,  25/12/2013

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