Els drons i la desmaterialització del món.
Los drones se desarrollaron –como tantos inventos– en la guerra: otro intento de convertir las guerras en un juego de ricos. Y están pasando a la vida civil: formas de reemplazar el trabajo de los hombres. La famosa revolución industrial, que ya lleva tres siglos, es eso: que las máquinas lo hagan por nosotros. Primero se quedaron con el trabajo artesanal, después el industrial, después el agrario; ahora atacan la penúltima reserva: los servicios. En los países ricos, buena parte del empleo se centra en ese sector; un estudio que acaba de publicar la Universidad de Oxford dice que Estados Unidos podrá automatizar el 47% de sus empleos en los próximos veinte años: cargarse los puestos de la mitad de sus trabajadores.
Una mitad precisa: se suelen automatizar los empleos menos
cualificados, peor pagados. Nada contribuye más a aumentar esa
desigualdad social que Obama lamentó en estos días, cuando dijo que no
quería que su país fuera como Argentina. La solución, por supuesto, no
está en prohibir los correos electrónicos para devolver su trabajo a los
carteros; la igualdad no tiene que ver con mantener empleos –más o
menos– basura, sino con igualar mediante leyes y distribuciones los
ingresos de distintos sectores: repartir los beneficios de las mejoras
técnicas. La solución es, como siempre, política.
Es –casi– otro debate. Mientras tanto, el drone repartidor supone
una modernidad curiosa. En un momento en que todo consiste en
desmaterializar –en que el propio Amazon pelea por reemplazar los libros
de papel que lo fundaron por libros de bits– para escapar de la
opresión de la materia, innovar en la entrega de objetos con volumen
parece obstinación en construir un futuro del pasado.
Aunque ellos saben más –y corren por los aires.
Martín Caparrós, Objeto supersónico no identificado, El País semanal, 22/12/2013
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