La ciència contra el teleologisme i el principi antròpic.
Existe un hilo delicadísimo que separa una teoría científica vigente
de la creencia que uno pueda destilar de ella sobre la naturaleza de la
realidad. Algunos científicos cruzan la línea sin avisar de que se han
dejado la ciencia atrás. Una cuestión eterna es, por ejemplo, la del
determinismo del mundo. ¿Es el azar un producto de nuestra ignorancia o
un derecho intrínseco de la naturaleza? Científicos y filósofos se han
expresado sin complejos sobre este profundo y escurridizo dilema.
Descartes, Spinoza, Einstein,
Popper, Bohr, Heisenberg o Prigogine, por ejemplo, no han tenido
reparos en declararse deterministas o indeterministas sin preocuparse
siempre por distinguir lo determinable de lo anticipable. La entrevista
de Mosterín a Popper sobre el significado profundo de la física cuántica
incluida en el volumen es un documento-joya, una genuina conversación
en la que las preguntas de Mosterín se disparan desde la respuesta
inmediatamente anterior del filósofo. Nunca he visto, por cierto, una
conversación donde se comprenda mejor (y de primera mano) la
controvertida opinión de Einstein sobre la naturaleza de la física
cuántica. El comentario de Popper sobre la oscuridad del lenguaje de
ciertos filósofos como Hegel o Heidegger tampoco tiene desperdicio.
En el recorrido de Mosterín (1) entre la ciencia y la filosofía se
revelan algunas constantes dignas de nuestra atención. La ciencia es,
por método, la manera de comprender la realidad con menos ideología
añadida, menos creencias previas. Sin embargo, en esta frágil frontera
se cumple el aforismo de que las grietas de la ciencia se rellenan con pasta de ideología.
Existen dos tendencias omnipresentes en la historia del pensamiento
humano (el científico incluido) que Mosterín documenta e ilustra con
solvencia: la teleología (un propósito cósmico, más o menos explícito, conduce el mundo hacia su destino) y el antropocentrismo
(el sujeto de conocimiento está en el centro de todo lo que ocurre y
desde allí observa el mundo). Newton con el movimiento de los cuerpos,
Darwin con la evolución de las especies y Einstein por partida doble con
la relatividad especial y la relatividad general dieron un gran salto
en el conocimiento humano arrancando de la misma manera: el ser humano
(el humán como le gusta decir a Mosterín) no es el origen ni el
fin de absolutamente nada en el universo. La Tierra no está más en el
centro del cosmos que cualquier otro cuerpo celeste, la especie humana
es una más entre el resto de las especies y no hay observadores de
privilegio en el universo: la física es la misma se mire la realidad
como se mire. El principio antrópico es una idea que se refugia en la
física después de que Darwin la barriera de la biología. Se puede
compactar en la siguiente sentencia: “El mundo es necesariamente como es
porque en él existen seres que se preguntan por qué es así”.
Muchos creyentes encuentran consuelo existencial en el principio
antrópico. Pero como precisa Mosterín ni es un principio ni tiene nada
de antrópico. Muchas mentes racionales en cambio dan la espalda al
presunto principio para reafirmarse en la idea de que los árboles se
caen en la selva aunque no haya nadie mirando para verlos caer. Lo más
turbador es que físicos brillantísimos han coqueteado en algún momento
con el principio antrópico como último recurso para escapar de algún
atolladero. Es el caso de John Wheeler, Stephen Hawking,
Martin Rees, Steven Weinberg o Alex Vileknin. Personalidades tan
relevantes como Paul Dirac, Arthur Stanley Eddington o Edward Arthur
Milne habían alentado previamente la fortuna del principio valorando
extrañas coincidencias numéricas.
Y en un libro sobre ciencia y filosofía no podía faltar la propia
filosofía de la ciencia. ¿Qué es ciencia y qué no lo es? A lo largo de
la historia reciente de esta disciplina se suceden propuestas y
refutaciones, pero siempre queda más claro lo que no hay que hacer que
lo que sí hay que hacer. Los dos pensadores más influyentes y más
debatidos (casualmente ambos físicos además de filósofos), Popper con su
falsacionismo y Kuhn con sus paradigmas, ofrecen un
buen contraste para invitarnos al gran debate pendiente: ¿existe un
único método que sirva como criterio de demarcación de la ciencia?
Jorge Wagensberg, Territorio resbaladizo, Babelia. El País, 14/12/2013
(1) Ciencia, filosofía y racionalidad.Gedisa. Barcelona, 2013
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