Rawls i el seu concepte de justícia.





... la idea detrás de la preferencia por el sector privado es la de favorecer la competencia para lograr unos servicios mejores. Nosotros, los usuarios, podemos acceder a estos servicios gracias a lo que nos ahorramos en impuestos. Es verdad que hay gente que no puede acceder a esos seguros privados, pero es entonces cuando debería entrar el Estado, cuya única función es proteger a los más vulnerables.

‌En esta forma de pensar en la sociedad se defiende, sobre todo, la libertad de hacer con nuestro dinero lo que creamos conveniente y se premia el esfuerzo, tanto el de los ciudadanos que trabajan más y pueden acceder a los mejores servicios, como el de las empresas que ofrecen estos mejores servicios y tienen más clientes que el resto.

‌El problema es que gran parte de las desigualdades no se deben ni al trabajo ni al esfuerzo, como señala, entre muchos otros, el filósofo estadounidense John Rawls (1921-2002), de quien ya hemos hablado en alguna ocasión. Es más fácil que las cosas te vayan bien en la vida si tus padres tienen mucho dinero. Y es más fácil que te vaya bien en la vida si naces en España y no en el Chad. Incluso aunque eliminemos las desigualdades económicas, seguirá habiendo habiendo gente más inteligente o personas cuyo talento se valorará más en una sociedad concreta, lo que en gran medida es una lotería. Por ejemplo, si Messi hubiera nacido en el siglo XIII, no habría podido desarrollar todo ese potencial fubolístico.

‌Rawls cree que la sociedad debe ofrecer “un sistema justo de cooperación social a lo largo del tiempo y que se transmita de generación en generación”, tal y como escribe en Justicia como equidad: una reformulación. El objetivo es compensar al menos las desigualdades más injustas y dejar margen para que aun así se valore nuestro trabajo. 

¿Pero cómo llegar a un acuerdo? ¿Qué criterios debemos tener en cuenta? El filósofo propone un experimento mental en el que tenemos que imaginar que nos reunimos para acordar los principios fundamentales de la sociedad. Pero con una condición: no sabemos cuál será nuestra futura posición en esa sociedad. Ignoramos si seremos hombres o mujeres, ricos o pobres, sanos o enfermos. Es decir, no sabemos qué criterios nos beneficiarán solo a nosotros.

‌Estamos bajo “el velo de la ignorancia”, en lo que Rawls llama la “posición original”. Según defiende, en esta situación todos nos imaginaremos a nosotros mismos en la posición más desfavorable, por lo que optaremos por una sociedad que nos proteja.

‌Bajo el velo de la ignorancia, escribe, lo razonable es llegar a dos principios básicos de la justicia:

  • El principio de la libertad, que es prioritario y que asegura libertades básicas e iguales para todos los ciudadanos, como la libertad de expresión y de religión. 
  • El principio de la diferencia, que se refiere a la igualdad social y económica. Las desigualdades solo se permiten si benefician a los miembros peor situados de la sociedad. 

Para Rawls, la desigualdad no siempre es negativa, ya que nos anima a usar nuestro talento y a esforzarnos en lo que podamos según nuestros objetivos. Pero esta desigualdad solo es permisible si acaba beneficiando a los más desprotegidos. Por ejemplo, tiene sentido que algunas personas cobren más que otras si esto nos anima a intentar acceder a esos empleos que pueden tener efectos positivos (médico de un hospital público) y tiene sentido que algunas personas se beneficien más de las ayudas del Estado si lo necesitan (como las personas desempleadas).

‌Las ideas de Rawls han recibido críticas, por supuesto. Sobre todo desde la derecha, como la que firmó Robert Nozick (1938-2002), en su Anarquía, estado y utopía en 1974. Para Nozick lo importante es solo asegurarse de que los intercambios económicos son justos y libres: cuando las personas toman decisiones libres sobre asuntos de economía, algunos terminan con más dinero y otros con menos. Pero también se han criticado desde la izquierda, sobre todo por esta pretensión de que podemos colocarnos bajo el velo de la ignorancia de forma voluntaria y renunciar como si nada a sesgos, prejuicios, valores, historia en común…

‌Quizás el velo de la ignorancia tampoco nos sirva para diseñar la sociedad perfecta, pero sí es una herramienta que nos ayuda a evaluar por qué las sociedades, a veces, fallan. Puede que en Estados Unidos estén los mejores hospitales del mundo gracias a la libre competencia, pero no tiene la mejor sanidad del mundo porque mucha gente se queda fuera. Esto no significa que la sanidad pública europea sea una maravilla: por ejemplo, faltan recursos, lo que provoca listas de espera largas y peligrosas. Pero una buena sanidad pública defiende mejor los dos principios de la justicia de Rawls: alguien puede ir a la privada si lo prefiere y nadie queda fuera por no poder pagarse un tratamiento.

Jaime Rubio Hancock, Cómo evitar el asesinato de consejeros delegados, Filosofía inútil 18/12/2024



























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