Ciència ficció capitalista.







La canica azul. Así se llamó a la primera foto completa de la Tierra tomada desde la nave Apolo 17 en 1972. Por fin, la humanidad podía contemplarse a sí misma desde el espacio como un cuerpo común. Una postal inocente en comparación con la que nos ofrecía hace tres meses el multimillonario Jared Isaacman, comandante de la misión Polaris Dawn de SpaceX, con la que Elon Musk quiere acelerar su conquista espacial. Su selfi con un planeta en llamas de fondo representa todo un cambio de paradigma que ha analizado el escritor argentino Michel Nieva en su ensayo Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo (Anagrama, 2024).

El autor parte de redefinir la famosa frase atribuida a Fredric Jameson que popularizó Mark Fisher: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Y en este caso, apunta Nieva, quienes lo proyectan son esos emprendedores de Silicon Valley que se han apropiado de la retórica de la ciencia ficción dura (la que tiene base más científica) para convencernos de que solo ellos pueden socorrer a la humanidad. “Les importa más la narrativa épica de un discurso utópico que su realismo”, dice Nieva por videoconferencia desde Nueva York. “Bajo este disfraz de machos fuertes y únicos salvadores posibles, empresarios como Richard Branson, Jeff Bezos o Elon Musk han comercializado el espacio. Camuflando su codicia especulativa ante la amenaza urgente del cambio climático, enarbolan planes ambientalistas para rescatar a esta sociedad llevándola a otros planetas y, con ello, perpetuar los mecanismos de la especu­lación financiera. Estamos ante la edad de oro de la ciencia ficción capitalista”.

El filósofo Yuk Hui, analista de las derivas tecnológicas de las megacorporaciones, dice por correo electrónico: “Los grandes gestos de estos emprendedores son una campaña empresarial de transformación de otros planetas en lugares habitables con la que evitar preocuparse por la destrucción de la Tierra, a la que ellos mismos contribuyen en gran medida”.

En la apropiación del capitalismo tecnológico del lenguaje de la ciencia ficción, una estética hiperfuturista (y, por tanto, capitalizable) lo es todo. José Fernández, diseñador de vestuario en películas de superhéroes y de los cascos de Daft Punk, ha concebido la estética de SpaceX. Y Jeff Bezos fichó en el diseño de su rama astronáutica al escritor Neal Stephenson, oráculo para Silicon Valley con su libro Snow Crash (1992), dice Nieva. Todo vale en la carrera por acelerar el futuro neoliberal anunciado por la ciencia ficción.

Según Nieva, la ciencia ficción habilita al capitalismo de las más extraordinarias fantasías. “Terraformación y colonización de otros planetas, minería extraterrestre, expectativa de vida de 1.000 años, turismo intergaláctico, inteligencia artificial que automatiza el trabajo asalariado. Mercancías futuristas que emanciparán al humano de los límites planetarios y de sus propios límites biológicos, pero que solo disfrutará el 1% millonario de la población”. Y completa Yuk Hui: “No seré yo quien reniegue de la ciencia ficción. Me encanta. Pero en la última década hemos hecho de ella una herramienta indispensable para comprender hacia dónde nos dirigimos. Me inquieta. Más allá de que los multimillonarios fomenten eso para sustentar su discurso, delata la debilidad de las discusiones intelectuales que mantenemos para resolver los problemas más próximos y reales. ¿Qué tipo de futuro es el deseable para la humanidad como comunidad? La respuesta solo la podemos encontrar si mantenemos los pies en la tierra”.


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