What the news won't tell you about climate change | Hannah Ritchie, PhD




Un caso flagrante de “optimismo de la conveniencia” nos lo ofrece Hannah Ritchie, autora de Not the end of the world y divulgadora de referencia de Bill Gates y Elon Musk, que la financian abiertamente, como ella misma reconoce en esta entrevista en la que la periodista Rachel Donald la desmonta punto por punto. Su trabajo ofrece todo un despliegue de “soluciones” que, según ella, ya existen, como contrapeso al paradigma emergente del Decrecimiento, que cuestiona insistentemente calificándolo de “innecesario: no solucionará nuestros problemas”.

Recientemente se ha viralizado un vídeo breve en el que Ritchie condensa parte de su conveniente discurso: como ha habido soluciones técnicas en el pasado a problemas graves, afirma, seguro que las habrá por siempre jamás. Añádanle unas cuantas tergiversaciones aderezadas con medias verdades sobre logros en descarbonización y desacoplamiento entre emisiones y crecimiento económico, sin mencionar que los pocos países que algo han logrado, lo han hecho deslocalizando sus industrias mientras las emisiones globales siguen creciendo, y ya está. Ya tienen su receta optimista para todos los públicos que puede venderse en cualquier medio respetable sin ser cuestionada.

Sus estadísticas son toda una fantasía: se apoyan sobre períodos muy extensos sin tener en cuenta que ha sido precisamente en los últimos 20 años cuando las cosas han empezado a torcerse más seriamente.

Lo más tramposo del discurso de Ritchie es que, si se critica su sesgo en la presentación de los datos, siempre responde igual: ¿pero no has visto el progreso que ha habido en el siglo XX? ¿Progreso? Será para unos pocos… entre los que están aquellos que la financian. Progreso alimentado por un consumo acelerado de recursos, con los combustibles fósiles en el centro, y gestionado desde la extrema desigualdad sobre el trabajo barato y el expolio material de las periferias geográficas y sociales. Seguramente sin la avaricia desmedida de unos pocos, ese “progreso” habría sido otra cosa, bastante mejor.

Otra de las características de su discurso es compartida con los negacionistas climáticos: el “cherry picking”, o escoger los datos que favorecen su posición mientras ignora aquellos que la cuestionan y hasta la desmontan por completo. Algunos de ellos con implicaciones muy graves. Por ejemplo, muestra lo ventajoso en ocupación del territorio y bajas emisiones de la energía nuclear, pero olvida el problema de gestionar miles de toneladas de residuos radiactivos de alta actividad durante miles de años o que la extracción de uranio está cayendo a un ritmo acelerado por agotamiento geológico (un 23% desde 2016).

En realidad, el vídeo entero está plagado de puntos ciegos deliberados: los impactos ambientales del coche eléctrico van más allá de las emisiones de CO2; los recursos que hay en el subsuelo de materiales críticos para la transición no son las reservas (lo verdaderamente extraíble), y estas no equivalen a la producción que, por limitaciones técnicas y físicas, se puede extraer cada año; y así podríamos seguir y seguir, pero un texto como este tiene que tener límites también.

En realidad, el discurso de Ritchie –y de tantos otros– quiere proyectar la imagen de un control ficticio, una fantasía de datos que, puestos en línea, demostrarían que todo va bien bajo el capitalismo global, con el fin último de no cuestionar el mismo sistema que nos está llevando al matadero. Aún hay vidas que se pueden sacrificar antes de aceptar que este orden debe acabarse con una transición planificada y lo más democrática posible.


Una última pista definitiva para los que aún queden algo despistados por su ilusionante discurso: la plataforma que difunde su vídeo esta vez es Big Think, un canal de difusión de contenidos financiado nada más y nada menos que por Peter Thiel, uno de los seres más peligrosos que pueblan este planeta que se desangra, aquí tienen un perfil más amplio de este capitalista militante. Pero da igual que sea evidente su sesgo de élite. Mucha gente está viralizando su vídeo. El virus del optimismo bien financiado es lo que tiene: hasta a nosotros nos encantaría creer que Hannah Ritchie y sus seguidores tienen razón.

El problema es que, si no tienen razón –que no la tienen–, seguir ese camino asfaltado por los futuristas, que hace un siglo creerían en el progreso sin fin y en este siglo creen en la transición sin fisuras, nos aparta la mirada de soluciones más simples, pero más difíciles de ver y de asumir porque no tienen apenas luces de neón que las anuncien. Soluciones que van, además, en contra de lo que mucha gente quiere creer para poder dormir mejor por las noches. Temporalmente, eso sí. Hasta que llegue el siguiente desastre climático, o el siguiente conflicto bélico en busca de esos recursos que, para los optimistas, nos siguen sobrando, aunque por lo que sea los países nos seguimos pegando por ellos sin cuartel. Una transición es posible e imprescindible, pero dentro de unos límites materiales reales que necesitamos definir con precisión para no equivocar el rumbo.


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