Un elogio del nihilismo.
(Mi contribución al encuentro el Picon del 6 de diciembre de 2024)
I
Igual que el ser, la nada se puede decir de muchas maneras. Así como el sofista Gorgias escribió un Elogio de Helena, lo que pretendo es hacer un elogio del nihilismo.
Hago mía la siguiente definición de nihilismo: lo concibo como una pérdida de confianza en aquello de lo cual emanan valores absolutos, necesarios para dar sentido a nuestra existencia. De lo que se deduce, para evitar confusiones, que el nihilismo no consiste en “creer en la nada”, ni siquiera “creer que todo es nada”, sino que se trata de no creer en algo o en algunas cosas que se suponen tienen valor absoluto.
Se atribuye al nihilismo por buena parte de la intelectualidad, que juzga lo actual con trazos apocalípticos, la responsabilidad profunda de la que derivan todos los males que asolan este mundo.
El filósofo Jesús Zamora Bonilla destaca cuatro malentendidos por los cuales el nihilismo se ha convertido en el concepto al que acude todo aquel que detecta cualquier desajuste o deficiencia en el funcionamiento de nuestra sociedad.
En primer lugar, es el resultado de una cierta pereza intelectual de quien reduce los múltiples factores que pueden explicar lo que ocurre a uno solo. Este reduccionismo, al que no pocos filósofos le han echado en cara a la ciencia se revuelve contra la propia filosofía. Por otra parte, resulta un tanto jactancioso por parte de cierta filosofía otorgarse el mérito en exclusiva de haber revelado el misterio que explica de forma categórica lo mal que va todo.
En segundo lugar, ha sido frecuente asociar nihilismo a violencia y destrucción, posiblemente por su parentesco con el viejo nihilismo ruso del siglo XIX y las resonancias de la frase de Dostoyevski: “si Dios no existe, todo está permitido”. El lobo hobbesiano enseña la patita tras la declaración del apagón celestial. Esta imagen contradice ciertos hechos históricos protagonizados por “sociedades supuestamente no nihilistas”, en los cuales el exceso de celo, no la falta, ha sido la causa más importante del horror y del mal. El nihilismo no es incompatible con tener alguna convicción moral, pero es incompatible con que estas convicciones puedan tener justificantes filosóficos firmes, afirma Zamora Bonilla.
En tercer lugar, no son pocos los lugares donde se acepta sin crítica que la depresión y la desesperación son la consecuencia inevitable de la ausencia de valores absolutos. Justamente esto es lo que mueve al cura protagonista en el momento en el que pierde su fe de la novelita de Unamuno San Manuel Bueno, mártir a redimirse a cuenta de sus parroquianos, porque no concibe una “buena vida” sin fe en algo. “Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que se llama la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio … Opio … Opio, sí. Démosle opio, y que duerma y que sueñe”, declara Manuel Bueno. Al contrario de lo que defiende Unamuno, pienso justamente que una vida sencilla a la que se refiere el escritor vasco justamente por ser sencilla es la que menos necesita de un dopaje trascendente, es suficiente con el “kit” de supervivencia que uno lleva encima, lo mínimo para alcanzar una vida decente y digna. Muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor sin ser demasiado conscientes de ello las vamos cargando de sentido casi desde el inicio de la nuestra existencia, por “insignificantes” que sean, como abrazar a tus hijos, saludar al vecino, ser amable con las personas que te rodean, atarte los cordones de los zapatos o abrigarte porque hace frío. Todo esto y muchas más cosas se consiguen sin cargo a lo trascendente. ¿Y el hecho obvio de que nos vamos a morir, se preguntaría Unamuno, cómo lo podemos llevar? ¿Y si hay algo más? ¿Y si ese algo es la nada? Podemos responder que empezamos a pensar en el final de la vida cuando somos conscientes de que se acerca, cuando nos roza, pero ¿antes?, ¿qué sentido tiene obsesionarse por algo que no sabemos exactamente cuándo ocurrirá? Además, especular sobre algo de lo que nada sabemos, pretender aparentar que algo sabemos sin haberlo experimentado antes, sólo nos puede crear verdadera angustia y falsos temores, de los cuales ya no son los sacerdotes sino los agentes de seguros o los vendedores de alarmas antiokupas los que se aprovechan. Son los vivos los que nos pueden hacer daño, no los muertos. No es la muerte lo que escuece, sino la vida en general, sobre todo un determinado tipo de vida.
En cuarto y último lugar, la hipertrofia de los valores conlleva su objetivación, es decir, su tratamiento como si de una realidad fáctica fuese, cuando en el fondo no dejan de ser dispositivos contingentes y provisionales con los que enfrentarse al mundo y a los demás. Nietzsche en el Crepúsculo de los ídolos, se presenta, olvidando a otros que le han precedido (Hume, por ejemplo), como el primero en señalar que de ninguna manera existen hechos morales, que lo que comparten los juicios morales con los juicios religiosos es que se refieren a entidades no existentes. ¿Por qué, entonces, preocuparse por la nada si de ella nada puede ser? Paradójicamente, los que más advierten de los peligros del nihilismo son los que más se preocupan por (la) nada.
II
El libro de Emmanuel Todd La derrota de Occidente cumple con los cuatro malentendidos citados que ha recibido el nihilismo.
El primer malentendido lo podemos encontrar cuando Todd se considera heredero intelectual del sociólogo alemán Max Weber. Sostiene, siguiendo el camino trazado por su maestro, que “el protestantismo fue realmente la matriz del despegue de Occidente” y “su muerte es la causa de su desintegración y derrota”. Considera que esta “no es una de las claves, si no la clave” que explica esta decadencia.
El segundo cuando Todd describe la dimensión física del nihilismo, caracterizada por ser “una pulsión destructiva de cosas y personas”. El “nihilismo, prosigue, no sólo expresa una necesidad de destruirse a uno mismo y a los demás, a un nivel más profundo, cuando se convierte en una especie de religión, tiende a negar la realidad. Todd lo define como “un amoralismo derivado de la ausencia de valores”.
El tercer malentendido se trasluce cuando describe la existencia del ser humano en el vacío religioso que es la nada y como, sin dejar de existir, experimenta “la angustia de la finitud humana” con graves consecuencias para él: el individuo solo, sin las creencias que le unen a la comunidad, no puede ser grande, está “condenado por naturaleza a encogerse”, a convertirse en un “enano mimético” sin capacidad de razonar por sí mismo y “tan intolerante como los creyentes de antaño”.
Y por último, el cuarto malentendido cuando afirma que la segunda dimensión del nihilismo es la conceptual, en la que “tiende irresistiblemente a destruir la noción de verdad, en prohibir cualquier descripción razonable del mundo”.
III
Según Todd, toda creencia sigue un proceso de decadencia en el que distingue tres etapas o estadios:
- el estadio activo: en el cual la creencia es intensa, viva, guía la vida de los individuos, les estructura el carácter y da sentido a sus existencias.
- el estadio zombi: donde la creencia original es substituida por otras creencias que todavía conservan el impulso y la fuerza de la creencia original.
- el estadio cero: en el cual reina el vacío absoluto, el Estado-nación se desintegra, se produce la atomización de la sociedad y es el momento en el que la globalización triunfa. Es el momento nihilista en el que la sociedad occidental se encuentra.
Este mismo proceso, pero inverso, es el que me pareció observar en una película recientemente estrenada, aunque despreciada por la crítica más prestigiosa. Se trata de Gladiator II de Ridley Scott. Este proceso tiene que ver con la transformación del protagonista Hano en Lucio Vero Maximus Aurelio.
En una de las primeras escenas, Hano arenga a un grupo de soldados (primera charla motivacional) para defender una ciudad del norte de África: “no temáis morir porque la muerte no es nada, y de la nada nada hay que temer. Lo que quiere decir que solo de lo que es podemos esperar algún bien o algún mal”, un discurso de raíz epicúrea.
Una vez que el ejército africano es derrotado y los supervivientes reducidos a la esclavitud, algunos son enviados a Roma. “Roma está enferma, destruye todo lo que toca. Este esplendor encubre una sociedad decadente”, declara Hano, cuando, junto a otros prisioneros, en un carruaje se acerca a la ciudad. Hano está a punto de revelar su verdadera identidad, o lo que es lo mismo, pasar de la nada al ser, de dejar de ser un “don nadie” a ser un aclamado gladiador, para finalmente acabar siendo el gobernante preferido de la plebe.
Hano ha dejado de ser, o lo que es lo mismo, ha vuelto a ser Lucio Vero Maximus Aurelio, nieto de un emperador e hijo de un prestigioso general. Convertido en cabecilla de una revuelta contra el poder corrupto de Roma arenga (segunda charla motivacional) esta vez a un grupo de aguerridos gladiadores. Ahora no se trata de morir por nada, por casi nada como no sea conservar la vida, sino por algo más, por algo trascendente (metafísico), por algo por lo que vale la pena perder la vida: la recuperación de los valores de la antigua república secuestrados por un mal gobierno. El proceso es el inverso al descrito por Todd porque se trata de una restauración, de la recuperación del ser, tanto en el caso del estado como en el del protagonista.
IV
La película de Ridley Scott reitera todos los malentendidos que arrastra consigo el concepto nihilismo. Sin embargo, una fisura en su trama nos permite vislumbrar una imagen del nihilismo más acorde con la definición que sostengo. La vida de Lucio cuando todavía era Hano, lejos del mundanal ruido de la metrópolis, era una vida que apostaba por lo intrascendente. Gozaba de la confianza de sus compañeros, del amor y de su compromiso con la defensa de la ciudad. Y todo ello sin el mínimo apego a grandes ideales, porque, como decía el ensayista valenciano Joan Fuster, para ir por la vida no hacen falta muchas convicciones. Con estos escasos hilos se puede tejer una existencia digna, pero, es cierto, son insuficientes para edificar un megaproyecto que encandile a un colectivo listo para conquistar el mundo. Toda cruzada empieza tras la santificación de una verdad. El nihilista auténtico tan solo se pregunta qué sentido tiene darlo todo a cambio de nada.
Barcelona, 30 de diciembre de 2024
- Zamora Bonilla, Jesús (2023), La nada nadea, Barcelona, Ediciones Deusto 2023, pág. 42
- ibid. pág. 43
- ibid. pags. 44-45
- ibid. pág. 47
- ibid. págs. 47-48
- Unamuno, Miguel de (1931), San Manuel Bueno, mártir, y tres historias más, Madrid, colección Austral, Espasa Calpe, duodécima edición 1978
- Zamora Bonilla, Jesús, ibidem. pág. 49
- Nietzsche, Friedrich (1888), El crepúsculo de los ídolos, Los mejoradores de la humanidad I, Madrid, Editorial Gredos, Biblioteca de grandes pensadores, 2009
- Todd, Emmanuel (2024), La derrota de Occidente, Madrid, Ediciones Akal 2024, tercera edición, pág. 108
- ibid. pág. 21
- ibid. pág. 24
- ibid. pág. 193
- ibid. pág. 24
- ibid. pág. 124
- ibid. pág. 123
- ibid. pág. 24
- Scott, Ridley (2024), Gladiator II, Reino Unido-USA, Paramount Pictures, 2024
- Fuster, Joan (1964), Diccionari per a ociosos, Barcelona, Edicions 62, 1993 cinquena edició, pág. 37
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