Del mal natural al mal social i del mal social al mal natural




Un paso notable de la XIV carta a Lucilio de Séneca nos da que pensar. Entre los males que afligen al cuerpo los principales son la pobreza, las enfermedades y “las cosas que entraña la violencia del más fuerte” (incluyendo aquí torturas y ejecuciones). Lo interesante es que el filósofo estoico romano-cordobés clasifica a la pobreza y la enfermedad como “males naturales”, mientras que para nosotros –dos milenios más tarde– la pobreza, y muchas clases de enfermedades evitables, son claramente males sociales. Aquí constatamos progreso: a medida que ha ido aumentando nuestro dominio sobre algunos procesos naturales, ciertas categorías de mal humano han ido desplazándose de lo natural a lo social, admitiendo por tanto intervención paliativa o remediadora (bienvenido sea este proceso). Los antibióticos pueden servir aquí como paradigma: las infecciones que han dañado tantas vidas humanas desde el comienzo de los tiempos son en alta medida controlables desde mediados del siglo XX. El mal natural bacteriano se convierte en mal social: lo llamamos acceso a medicamentos esenciales (el cual sigue siendo, huelga decirlo, un lacerante problema de justicia global hoy en día).

 

Y sin embargo ¿no surgen problemas? Los mismos antibióticos pueden servirnos aquí como ilustrativo ejemplo. Pues el mal uso de los mismos (por exceso), sobre todo para promover el crecimiento de los animales criados en los infiernos de la ganadería industrial, conduce a una desactivación de su benéfico potencial. Aparecen resistencias bacterianas cada vez más intratables, incluso para los antibióticos “de último recurso” (como los carabapenémicos por ejemplo). En abril de 2017, por ejemplo, un equipo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) halló en perros el primer caso de una bacteria hospitalaria resistente a la tigeciclina, antibiótico de último recurso, lo que supone “una seria amenaza para la salud pública”. Las advertencias de las autoridades sanitarias (incluyendo la OMS, en primera línea) se han multiplicado desde hace años.

 

El mal natural que se había transformado en mal social ¡vuelve a convertírsenos en mal natural –porque estamos haciendo mal las cosas! El tiro nos sale por la culata. Aquí encontramos una pauta que de hecho resulta bastante general: un exceso de progreso muta en su contrario (podríamos hablar de “retroprogreso”, como yo lo hacía años ha en el capítulo 12 de mi libro Un mundo vulnerable, 2000 –sin conocer por entonces las reflexiones de Salvador Pániker sobre lo retroprogresivo en su libro Aproximación al origen). El exceso de desarrollo se convierte en un negativo sobredesarrollo. Aparecen fenómenos de contraproductividad (una categoría básica de Iván Illich).

Jorge Riechmann, Bailar encadenados, epílogo, Barcelona, Icaria 2023

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