Experiència no és el mateix que coneixement.
Homo sapiens acumula cantidades ingentes de conocimiento, suele decir John Gray, pero parece congénitamente incapaz de aprender de la experiencia. Si los seres humanos que vivimos bajo relaciones sociales capitalistas fuésemos capaces de aprender de la historia, 1945 tendría que haber supuesto una divisoria de aguas. La evidencia de que entre las posibilidades de despliegue de la Modernidad se encontraba el genocidio industrial de pueblos enteros (con la salida a plena luz de los horrores de la Shoah) y la autodestrucción de la humanidad con armas atómicas (tras la aniquilación de Hiroshima y Nagasaki por la aviación de EEUU) hubiera debido conducir a Homo sapiens a replantearlo todo. En 2014 la activista y ensayista Naomi Klein, estremecida por la dinámica aterradora del calentamiento global, gritó al mundo: esto lo cambia todo. Todo hubiera tenido que cambiar, sí. Hace muchos decenios… “No sé los horrores que nos aguardan” –escribía Bertrand Russell en 1961– “pero nadie puede dudar de que, a menos que se haga algo radical, el hombre de la era científica está sentenciado. En el mundo en que vivimos existe un activo y dominante deseo de muerte que, hasta ahora, en todas las crisis, ha podido más que la cordura. Si hemos de sobrevivir, tal estado de cosas no debe continuar”.
Hannah Arendt escribió en 1968 que “por primera vez en la historia, todos los pueblos de la Tierra tienen un presente común”, resaltando el aspecto de solidaridad negativa, avivada no tanto por aspiraciones positivas comunes sino por el miedo a la destrucción global: sobre todo, la guerra nuclear. En 1972, la primera de las conferencias mundiales de NNUU sobre medio ambiente se celebró en Estocolmo bajo el lema Una sola Tierra (Only One Earth). Aunque ese diagnóstico de un solo tiempo y espacio para una sola humanidad requiere matiz (Francisco Fernández Buey escribió muchas veces sobre la no contemporaneidad en la historia mundial), capta algo muy importante que podemos quizá recoger en la noción de panhumanidad. El surgimiento de una sola humanidad en un sentido significativo tendría que haber conducido a un estadio moral nuevo, que por ejemplo los movimientos ecologistas invocaron desde los años setenta bajo la noción de conciencia de especie.
No obstante, la tendencia en ese sentido que se hacía patente en los años sesenta y setenta tuvo que retroceder a partir de los ochenta, a medida que iba ganando posiciones la “nueva razón del mundo” neoliberal, rabiosamente contraria a los elementos de solidaridad planetaria y primacía del bien común que encarnaba la conciencia de especie. Por desgracia, ello ha agudizado la crisis de civilización consustancial al capitalismo casi desde sus orígenes hasta un extremo que hoy cabe describir como guerra civil global. Las perspectivas son sombrías. Como señala Pankaj Mishra en La edad de la ira: “Las dos formas en que la humanidad puede autodestruirse –la guerra civil a escala mundial o la devastación del medio ambiente– están convergiendo rápidamente”.
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