Quan l'esquerra es va oblidar de la llibertat.





En los años sesenta y setenta, la libertad era todavía monopolio de la izquierda y tenía un sentido emancipatorio. Era la libertad de los estudiantes en los campus universitarios estadounidenses de protestar la guerra de Vietnam, era la libertad a la que aspiraban los afroamericanos en su lucha contra las cadenas que todavía les oprimían. Era la libertad de los presos políticos que reivindicaban los españoles durante los últimos años del franquismo y la Transición democrática. Era una libertad clásica de izquierdas, la libertad del individuo frente a la autoridad. Y también era, especialmente a partir de las revueltas de 1968 en Occidente (otra cosa es el 1968 de Praga o Ciudad de México, mucho más sangriento y menos “moral” o cultural), una reivindicación de la libertad sexual y una revolución de las costumbres. 

Se ha escrito mucho sobre lo que ocurrió durante y después de mayo de 1968. Como escribió el politólogo Todd Gitlin en The twilight of common dreams: Why America is wracked by culture wars, un estupendo libro de 1995 que podría haberse escrito hoy, y que quizá es la mejor obra que se ha escrito sobre las guerras culturales en Occidente, después de la irrupción de la Nueva Izquierda en los años sesenta y setenta “la derecha conquistó el poder y la izquierda conquistó los departamentos de literatura”. Según Gitlin y otros izquierdistas o socialdemócratas clásicos como Tony Judt, Mark Lilla o Richard Rorty, la izquierda olvidó el lenguaje de lo común y el universalismo y se centró en el cultivo de la diferencia, en el análisis del discurso y del relato, la exploración de lo marginal y simbólico, y se volvió solipsista y en cierto modo cínica. Esto implicó, según estos teóricos, el principio del fin de la izquierda como movimiento de masas, y abrió una etapa en la que la izquierda abandonó “la política a quienes el poder real les resulta mucho más interesante que sus implicaciones metafóricas”, como escribió Judt.

Una década después de 1968, las victorias de Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan cambiaron radicalmente las coordenadas ideológicas de Occidente. Igual que la izquierda pasó de defender la igualdad a la diferencia, la derecha se quitó sus ropajes puritanos y su conservadurismo moral y se convirtió en la principal defensora de la libertad. Pero era una libertad, en muchos aspectos, negativa, por usar la archiconocida categoría de Isaiah Berlin. Era una libertad de no interferencia, individualista. Don’t tread on me. Y, sobre todo, era una idea de libertad económica.Hoy, políticos de derecha como Javier Milei en Argentina o Isabel Díaz Ayuso en España hacen un discurso en defensa de la libertad que es inseparable de la economía. Es la moral a través de la economía. Como ha escrito David Rieff, “La respuesta de Milei es la clásica de los libertarios: el Estado tiene que quitarse de en medio. Solo así podrá florecer el libre mercado y las personas podrán desarrollar todo su potencial, para ser ‘una manada de leones y no de ovejas’, como tantas veces dijo durante la campaña. Citando a Jesús Huerta de Soto, declaró rotundamente que ‘los planes contra la pobreza generan más pobreza, [y] la única forma de salir de la pobreza es con más Libertad’”. La ideología de la política española Isabel Díaz Ayuso es más moderada; es posible que no sepa lo que es el minarquismo o quienes fueron Murray Rothbard o Ludwig Von Mises (Hayek seguro que sí). Pero su discurso hace las mismas conexiones y dicotomías: la libertad frente al colectivismo. Es decir, la libertad frente al Estado intervencionista, inflacionario, incluso tiránico. A veces, Ayuso no tiene un discurso mucho más sofisticado que el del libertario medio en Twitter que señala que los nazis, en el fondo, eran socialistas. ¡Lo dice ahí, en su nombre: nacionalsocialistas! En vez de disputarle el término a la derecha para darle otro sentido, la izquierda ha preferido ceder en esa batalla. Es algo común en la política contemporánea. Hay conceptos de izquierdas y conceptos de derechas. Hay problemas de izquierdas y problemas de derechas. Por ejemplo, la izquierda no suele hablar de libertad sino de libertades, porque suena a libertades civiles y no a libertad económica, a individualismo y materialismo. Y la derecha, por su parte, no suele hablar tampoco simplemente de igualdad, un concepto muy utilizado por la izquierda. En su lugar, suele preferir igualdad de oportunidades, un término que recuerda a la meritocracia, al trabajo duro, valores tradicionalmente de la derecha. 

La izquierda ha aceptado con cierta resignación, y también algo de convencimiento, esa dicotomía: la derecha quiere menos Estado, la izquierda más. Pero eso la ha vuelto, paradójicamente, más conservadora, burocratizada, anquilosada. Es un dilema muy difícil. Como escribe el politólogo austriaco Robert Misik, “Desde hace más de un siglo, los cerebros más avispados se preguntan cómo lograr una regulación económica que favorezca la igualdad sin instaurar un sistema de mando burocrático que ahogue una vez más la agencia y la creatividad individuales. La igualdad impuesta puede degenerar fácilmente en una gris monotonía y en el poder de los burócratas sobre la vida de los individuos.” Y continúa: “La libertad tiene los pies de barro cuando se reduce al derecho de los ciudadanos atomizados a vivir desconfiadamente uno al lado del otro. La libertad sin libertad frente al miedo es una libertad amputada. La libertad sin la posibilidad de infundirle vida es una libertad hueca.”Pero la izquierda no solo se ha dejado arrebatar el concepto de libertad. También se ha hecho menos libertaria. En las guerras culturales contemporáneas, la izquierda parece conservadora. O, quizá, anquilosada, incluso antipática, sin ironía. Como en cierto modo ha ganado la batalla cultural, busca conservar lo conseguido. En ese proceso ha perdido la garra de antaño y se ha preocupado por promover un discurso basado en la protección, la empatía, menos contestatario que hace décadas. Por su parte, la derecha hoy es rupturista y heterodoxa, se ha construido una imagen de incorrección política y lucha contra lo que considera una ortodoxia progresista opresiva. La nueva derecha es más irónica, dice cosas como que “ser conservador es lo nuevo punk” y consigue atraer a una población cada vez más joven. En cambio la socialdemocracia, al menos en Europa, parece una ideología antigua, de funcionarios, boomers que se compraron su primera casa con su primer trabajo, pensionistas y sindicalistas. Y es obvio que no es todo así de sencillo, pero en la guerra de las percepciones, la izquierda ha sufrido varias derrotas importantes en los últimos años. 

Quizá el cambio que mejor explica el abandono definitivo de la izquierda con respecto a la libertad tiene que ver con la libertad de expresión. No se pueden entender las revoluciones de los años sesenta en Occidente sin el Free Speech Movement de la Universidad de Berkeley, que inauguró los movimientos estudiantiles de la época. Es decir: la izquierda salía a la calle por la libertad de expresión. Hoy, siendo simplista, lo hace por lo contrario. En nombre del bienestar emocional y de la protección de las minorías, la izquierda contemporánea ha olvidado el potencial emancipador de la libertad de expresión. ¿Qué más da si la izquierda ha dejado de hablar de libertad? Al final lo que importa es lo que se hace y no lo que se dice. Sin embargo, en esa derrota simbólica también hay una derrota real. La izquierda ha olvidado la lógica de la emancipación, que es una idea muy libertaria. Se ha acomodado en la política identitaria, en la guerra cultural, en la batalla simbólica, en la autoindulgencia. Hay un cierre en filas, un repliegue tribal. No es un fenómeno exclusivo de la izquierda, y de hecho la derecha es cada vez más posmoderna, más identitaria. Pero la izquierda es universalmente conocida por su autopercibida superioridad moral. Como ha escrito el filósofo Kenan Malik, “la política es un medio, o debería ser un medio, para conducirnos más allá del sentido limitado de identidad que nos proporcionan las circunstancias específicas de nuestra vida y las particularidades de nuestras experiencias personales”. La emancipación es eso. La libertad es eso. Y es parte de una filosofía política que tiene siglos de antigüedad. Los liberales y progresistas deberían empezar a hablar de libertad política como antaño. Para que el concepto no solo signifique bajos impuestos y desregulación sino también, y sobre todo, antiautoritarismo, lucha contra el despotismo, control al poder absoluto, emancipación frente a la dominación.

Ricardo Dudda, La libertad secuestrada, Revista Supernova nº 1, diciembre 2024

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

Determinisme biològic i diferència de gènere.