Retroprogressar.




En Bangladesh, hace ya lustros, se decidió potenciar la exportación de ancas de rana. Había que modernizar y desarrollar el país según la vulgata de las instituciones financieras internacionales, y qué mejor vía que aprovechar la presunta ventaja comparativa en ranas. Pero al no tener en cuenta la importante función de control de insectos dañinos que ejercían los batracios, la brillante idea produjo como indeseado efecto colateral grandes plagas agrícolas... que obligaron a importar plaguicidas químicos gastando tres veces más que lo obtenido gracias al comercio con las ranas (y ello sin entrar en los problemas de contaminación asociados con los plaguicidas). ¡Brillante forma de progresar!

 

Una recurrente situación contemporánea parece ser que más allá de ciertos límites, nuestros esfuerzos por “progresar” se vuelven regresivos. A partir de cierto punto, y como en una maldición de sueño o de cuento de hadas, se diría que cada intento de adelantar un paso nos arroja varios pasos hacia atrás. En nuestras progresistas sociedades del capitalismo tardío, hemos sobrepasado con creces este punto. Hay que darle la razón al novelista Miguel Delibes cuando en 1975 en su discurso de recepción en la Academia, dramática pero sobriamente titulado “Un mundo que agoniza” advertía: “Si progresar, de acuerdo con el diccionario, es hacer adelantamientos en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica.”

Jorge RiechmannBailar encadenados, epílogo, Barcelona, Icaria 2023

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