Als mestres: l'agraïment existeix tot i que no arribi a temps.
A los profesores de secundaria les toca la parte más ingrata de la vida de los individuos, la adolescencia. Una combinación de inseguridad, incomprensión, búsqueda, y cambios rápidos hace un cocktail explosivo de cada joven entre los 13 y los 18 años. Pero pasa. Y con sorpresa he ido comprobando que los mismos alumnos que se comportaron de manera casi irredenta, que te perdonaban prácticamente la vida, que se mostraban maleducados, displicentes, arrogantes, con el pasar del tiempo se convertían en personas en muchos casos encantadoras y agradecidas. Lo que nunca, jamás hubieran reconocido cuando les dabas clase, tres o cuatro años después de abandonar el instituto lo hacen de manera natural y espontánea: es decir, que habían escuchado, les habían interesado aquellas clases. A veces llegan a decir que sus vidas cambiaron gracias a ti, a tu materia. Y los profesores, aunque sin duda nos hubiera encantado, no supimos nada de eso mientras sucedía.
Spinoza dice que la
gratitud es un sentimiento de amor, gracias al cual nos esforzamos por
hacerle el bien a quien nos lo ha hecho. Por eso es fácil entender que
los estudiantes adolescentes no pueden mostrar agradecimiento
contemporáneamente a las clases que reciben. Necesitan una perspectiva
para que vuelvan la mirada atrás y sientan gratitud. Claro está, no
sucede siempre, ni con todos los estudiantes, ni con todos los
profesores.
Soy de las que pienso
que lo mejor de los institutos son los estudiantes y, por ese motivo,
los profesores que más admiro son los que piensan esto mismo. No me
gustan los profesores que consideran a los alumnos sus enemigos, que se
lamentan de lo poco que saben, que expulsarían a unos cuantos para
desarrollar su trabajo en paz. Un profesor está para enseñar al que no
sabe. Tampoco me gustan los profesores que no parecen adultos o que
arrastran todas sus neuras hasta las aulas y se muestran resentidos
contra los estudiantes que les hacen la vida difícil. Un profesor tiene
que saber que quizá es el único adulto racional en la vida de un
adolescente, precisamente porque no es parte de su familia, ni de su
tribu. Nunca he podido soportar a los profesores que cuando un joven los
insulta, se ofenden, porque una cosa es reprobar y castigar un
comportamiento agresivo, otra muy diferente dejar que te alcance la
rabia y la frustración de un adolescente sin entender lo que allí está
pasando.
Cuando un profesor ama
su materia, está dispuesto a enseñarla sin que se le caigan los anillos,
se muestra comprensivo con las torpezas de los estudiantes, no se
enfada (aunque haga el teatro de enfadarse, en el fondo es benevolente),
o sea que cuando además de su materia, también le gustan sus alumnos,
estamos ante un buen profesor. A los buenos profesores de secundaria
quiero decirles que la gratitud existe aunque no llegue a tiempo.
En algunas clases de
yoga o de danza los alumnos aplauden al final de la clase. Es una
práctica más o menos extendida. No la hay en la secundaria. Ni aplausos,
ni oscars, ni premios, ni siquiera un cierto reconocimiento social (en
la actualidad, en un conflicto, es más habitual encontrar a padres que
se ponen del lado de sus hijos que del lado de los profesores). Y, sin
embargo, en algunas ocasiones una clase ha sido tan excitante, tan
interesante que tanto los alumnos como yo misma hubiéramos querido
prolongarla más allá de la campanilla que advierte del cambio de clase. Y
sé que esta experiencia la han tenido igualmente otros profesores. Mi
clase, la de ellos, merecía un aplauso.
Quiero en este fin de
año levantar mi copa por mis compañeros, buenos profesores, que trabajan
en la secundaria. Los antiguos griegos pensaban que era fundamental
vivir con honor y ser recordados por la polis como ciudadanos ilustres. A
vosotros no os harán estatuas, pero seréis bien recordados, como gente
de bien, infinitamente más que lo que pueden decir muchos poderosos. ¡Va
por vosotras, por vosotros, para que sigáis teniendo esa energía sin
recompensa que os impulsa a hacer en modo excelente vuestro trabajo! ¡A
pesar de los días de desánimo, a pesar de Wert, a pesar de las
evaluaciones, a pesar de las reuniones de coordinación pedagógica, a
pesar de los otros profesores (los de las amonestaciones y expulsiones
como remedio a todos los males), a pesar de los pesares!
Maite Larrauri, ¡Va por vosotras, por vosotros!, Filosofía para profanos, 21/12/2013
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