Els límits del poder del mercat.

¿Qué ocurre cuando llegas a la guardería a recoger a tu hijo o hija después del horario escolar? Que un profesor o profesora tiene que quedarse, fuera de su horario laboral, a esperarte. La vergüenza de llegar tarde y hacer quedarse al profesor es suficiente para que la inmensa mayoría de los padres y madres lleguen a tiempo; incluso aunque el profesor te ponga una sonrisa y te diga “no pasa nada”, sabes que lo que has hecho está mal y que deberás poner mucho cuidado de no volver a hacerlo. ¿Han experimentado algo así? Seguro que sí.
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Pero hete aquí que en la Guardería X, a alguien se le ocurrió la feliz idea de poner una sanción económica por llegar tarde a recoger a los hijos. No sabemos si lo hicieron porque mucha gente llegaba tarde o porque se pensó que esa era la mejor manera de disuadir a la gente. En buena teoría económica, todos estaban mejor: la escuela tenía más dinero, con lo que podría pagar a los profesores que se quedaran a esperar a los padres tardones, y los padres tendrían un servicio que antes no tenían. ¿Valor añadido? No, en absoluto. Un retroceso. ¿Qué es lo que ocurrió? ¡Que el número de retrasos aumentó!  ¿Por qué? Porque muchos padres entendieron la sanción económica como un contrato que regulaba el precio de llegar tarde y, por tanto, como una posibilidad de comprar el derecho al retraso.

Este ejemplo, extraído del libro, ilustra perfectamente el argumento principal del libro de Michael Sandel, Lo que el dinero no puede comprar, que se presenta mañana martes por la tarde en Madrid, cortesía de la editorial y del ASPEN INSTITUTE en Madrid que dirige José M. de Areilza Carvajal.

El libro está plagado de ejemplos de este estilo, ejemplos que el Profesor Sandel, sin duda uno de los filósofos-políticos o teóricos de la justicia más conocidos de nuestro tiempo, utiliza en sus clases para entablar debate con los alumnos. Todos ellos tienen un único objetivo: ilustrar que la dinámica de los mercados, aunque puede solucionar muchas cosas, tiene límites muy evidentes. Pero la tesis de Sandel no es facilónamente anti-mercado y ya está, sino preocupada por entender por qué y cuándo las instituciones sociales prevalecen o deben prevalecer sobre las instituciones de mercado.

Supongamos que no se me da muy bien hablar en público, pero ha muerto mi mejor amigo y tengo que hablar en su funeral. ¿Qué hay de malo en encargar a alguien un discurso de despedida emocionante y a la altura de la ocasión? ¿Y qué hay de incorrecto en pagar 150.000 $ para comprar un permiso para matar legalmente a un rinoceronte de tal manera que los gobiernos que tienen que a proteger a esta especie en peligro tenga más recursos para protegerla? A muchos ese cazador les parecerá un desalmado, ¿pero no ha logrado el mercado convertir su vicio privado en una virtud pública? ¿Y quién tendría nada en contra de crear un mercado donde se subasten los permisos de inmigración, como se hace con las emisiones contaminantes, de tal manera que los inmigrantes aporten recursos al país de acogida? El número de inmigrantes (legales) no aumentaría, puesto que la cuota es la misma.

En todos estos casos, la economía nos sugiera una solución de mercado que pasa por convertir una relación social en una transacción económica y dejar que la oferta y la demanda asignen un precio pero nuestro instinto social y moral nos hace encender una señala de alarma.

Un ejemplo que puede tener sentido en el contexto español: las listas de espera para una mamografía. Supongamos que una mujer (A) tiene el puesto número 100 en la lista de espera y otra mujer (B) el puesto 10.000.  Ahora, imaginemos que B ofrece a A 500 euros por cambiarle su puesto y A acepta. Estamos hablando de una transacción en teoría libre y sin coacción que no perjudica a las otras 9.998 mujeres, ya que su orden de espera en la lista es el mismo. Como resultado A es 500 euros más rica y B ha conseguido hacerse una prueba que le parecía importante. Claro que si A tuviera un cáncer de mama, podría verse perjudicada por retrasar el diagnóstico, pero ha asignado un precio a ese riesgo, como quien contrata un seguro de vida, así que la transacción sería aceptable desde el punto de vista mercantil. Y B es 500 euros más pobre pero ese es un dinero que le ha parecido aceptable a cambio de la tranquilidad de hacerse la prueba.

¿Esta historia les huele a chamusquina? Seguramente. Y es que nuestro instinto social nos dice que algo está mal. ¿Y saben lo que está mal? Seguro que sí: la desigualdad en el acceso a bienes básicos esenciales. Afortunadamente, hay cosas que el dinero no puede comprar. O mejor dicho, que no debería poder comprar. Pero desgraciadamente, no siempre es así. De ahí la importancia de este libro, que se publica ahora en castellano. Les ayudará a afinar sus instintos sociales y a distinguir entre una economía de mercado y una sociedad de mercado…. Que lo disfruten.

José Ignacio Torreblanca, Lo que el dinero no puede comprar, Café Steiner, 02/12/2013

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