En què consisteix la 'banalitat'?
El 31 de
mayo de 1962, Adolf Eichmann, antiguo teniente coronel de las SS secuestrado dos
años antes en Argentina por el Mosad, fue ahorcado en Israel por su
responsabilidad como encargado del transporte de seres humanos a los campos de
exterminio durante el régimen nazi.
Un año más
tarde, Hannah Arendt (1906-1975) publicó Eichmann
en Jerusalén, una obra surgida de las crónicas del juicio que ella misma
había escrito para The New Yorker.
Este viernes
se estrena en España Hannah Arendt, la
película de Margarethe von Trotta que relata aquellos días de 1963 y la
polémica que siguió a la aparición del libro de la pensadora alemana de origen
judío exiliada en Estados Unidos.
Buena para
ser un biopic, no tanto para ser cine, el filme de Von Trotta recoge bien el
ambiente que rodeó la aparición de “un informe” al que le llovieron las
críticas –muchas de parte de gente que no lo había leído- fundamentalmente por
dos de los asuntos que trata: el papel de los consejos judíos en las
deportaciones y la tesis sobre la banalidad del mal que la filósofa –ella no se
consideraba tal- llevó al subtítulo de su libro.
En la
polémica -que fue algo más que encendida- destacan por su rigor, claridad y
brillantez tanto la carta que Gershom Scholem remitió a Hannah Arendt desde
Jerusalén el 23 de junio de 1963 como la respuesta que ella le envío desde
Nueva York el 24 de julio. De hecho, algunos de los argumentos cruzados por
aquellos dos viejos conocidos –ambos habían compartido la amistad de Walter
Benjamin- aparecen en la película bajo la forma de diálogo entre Arendt y Kurt
Blumenfeld, secretario de la Organización Sionista de Alemania desde 1908,
emigrado a Israel y decepcionado con la actitud de su antes gran amiga.
Las cartas
cruzadas entre Scholem y Arendt se recogieron en 1978 en EEUU en una antología
de textos llamada The Jew as a Pariah –título
que el primero consideraba “ofensivo” (la segunda llevaba tres años muerta)- y
de la que Paidós publicó en 2005 una selección traducida por Miguel Candel con
introducción de Fina Birulés: Una
revisión de la historia judía y otros ensayos.
Junto a la
discrepancia sobre el papel de los consejos, dos acusaciones centran la
sosegada crítica de Scholem: 1) la falta de “amor al pueblo judío” por parte de
la pensadora; 2) la contradicción entre el concepto de ‘banalidad del mal’ y el
de ‘mal radical’ que la propia ensayista había utilizado en 1951 en su célebre Los orígenes del totalitarismo.
La respuesta
de Hannah Arendt es todo un ejemplo de aquello que ella misma llamaba pensar
sin muletas:
“Tienes
bastante razón: yo no me siento movida por ningún ‘amor’ de esa clase, y ello
por dos razones: yo nunca en mi vida he ‘amado’ a ningún pueblo ni colectivo,
ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera,
ni a nada semejante. En efecto, solo ‘amo’ a mis amigos y el único género de
amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas. En segundo lugar,
ese ‘amor a los judíos’ me resultaría, puesto que yo misma soy judía, algo más
bien sospechoso. Yo no puedo amarme a mí misma ni a cosa alguna de la que sé
que es miembro y parte de mi persona”. Esto dice antes de hablar de la “desastrosa” vinculación entre
la religión y el Estado en Israel y de su sentido crítico: “El daño causado por
mi propio pueblo me aflige, naturalmente, más que el daño causado por otros
pueblos”. Finalmente, remata su argumentación con ideas que siguen siendo un
buen antídoto contra toda manipulación nacionalista: “El papel del ‘corazón’ en
política me parece totalmente discutible. Sabes tan bien como yo cuán a menudo
los que se limitan a informar de ciertos hechos desagradables son acusados de
falta de sensibilidad, de falta de corazón o de falta de lo que tú llamas Herzenstakt [cordial delicadeza]. Los
dos sabemos, en otras palabras, cuán a menudo esas emociones se utilizan para
ocultar la verdad de los hechos”.
Por otro
lado, si Hannah Arendt reconoce que Scholem tiene “bastante razón” respecto a
su desapego patriótico, respecto a la cuestión del mal reconoce que la tiene
casi toda: “Tienes mucha razón: he cambiado de opinión y no hablo ya de ‘mal
radical’ [...] Ahora, en efecto, opino que el mal no es nunca ‘radical’, que sólo es extremo, y que carece de toda
profundidad, y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente
y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo
por la superficie. Es un ‘desafío al pensamiento’, como dije, porque el
pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el
momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no
encuentra nada. Eso es la ‘banalidad'. Sólo el bien tiene profundidad y puede
ser radical”.
Si la
película de Von Trotta es un buen estímulo para leer Eichmann en Jerusalén, este lo es para rastrear las huellas de la
polémica que le siguió: Una revisión de
la historia judía y otros ensayos recoge algunas. Lo que quiero es comprender (Trotta) y Escritos judíos (Paidós), otras. Pensamiento que trabaja en tiempo
real, a pie de obra, sobre la marcha, sin desperdicio. La forma de pensar de
alguien que fue mucho más que una mujer de su tiempo.
Javier Rodríguez Marcos, Hannah Arendt, filosofía a pie de obra, letra pequeña, 19/06/2013
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