La literatura és l'experiència de veure el món com un miracle.

Francisco Rodríguez Adrados
Francis Scott Fitzgerald escribió que los dos cuentos básicos de todos los tiempos eran La Cenicienta y Pulgarcito: el encanto de las mujeres y el valor de los hombres. No quiere decir esto que las mujeres no tengan que ser valientes o que los hombres deban renunciar al encanto, sino que todos tenemos dos almas: una masculina y una femenina. La primera nos inclina a la acción, la segunda al ensueño. Una tiene que ver con la identidad; la otra, con la metamorfosis, con el deseo de acercarse a los demás y tener otras vidas. 

La literatura, ese gran río del que habla Francisco Rodríguez Adrados (El río de la literatura: de Sumeria y Homero a Shakespeare y Cervantes. Editorial Ariel. Barcelona, 2013)., tiene que ver con el valor y el encanto, tiene que ver con el deseo de conocer. Tres son sus géneros esenciales: épica, lírica y literatura sapiencial. Rodríguez Adrados sigue el curso de ese río desde su origen en las remotas fuentes indoeuropeas y del Oriente Próximo, a su confluencia en Grecia para avanzar a través del latín hasta la Edad Media y de ahí a las cumbres de Shakespeare y Cervantes y a toda la literatura posterior. Adrados concede una importancia suprema a la oralidad. Será de ella de donde surja la escritura, que antes o después conocerá su propia decadencia, como sucede al final del Imperio Romano y comienzos de la Edad Media, en que se hunde la gran literatura latina y florecen varias literaturas orales en distintas lenguas que darán lugar a las grandes literaturas occidentales. El ciclo se repite, como se repiten los géneros y los argumentos. Y ese río invisible que es la literatura sigue su misterioso curso. “Porque lo colectivo y anónimo no solo está antes de la literatura personal, está también debajo de ella en todas las edades. Y a partir de un momento, de cuando en cuando, sube a la superficie, crea la gran literatura”. 

La literatura surge de la fiesta, cuyo mundo es el mundo del erotismo y las correspondencias. “El amante esta ausente, o quizá al otro lado del Nilo ¡y en él están los cocodrilos! —escribe Adrados al hablar de los cantos de amor en Egipto—. La enamorada se baña casi desnuda para que él contemple su belleza, están presentes las flores, los animales, toda la naturaleza. El amor es la medicina de la enamorada que desfallece”. La fiesta tiene que ver con el deseo y el misterio del otro. Al hombre no le basta con vivir, sino que quiere tener una vida hermosa, una vida dotada de sentido. Durante miles de años, agobiado por el peso de sus necesidades y carencias, el hombre buscó ese sentido fuera del mundo. Pensó que había otra vida, un reino de plenitud más allá de las nubes, por el que había que sacrificar el nuestro para alcanzar la salvación. La literatura nos dice que la salvación no se encuentra en el más allá, sino en el aquí y en el ahora. El reino está en nosotros y nuestra misión es civilizar el infinito, hacerle caber en nuestras pequeñas vidas. 

Pero hablar de esas vidas es hablar de individualidad, que es una invención de la cultura griega. Adrados concede la máxima importancia a esa cultura. Una cultura centrada en la polis que creó obras de arte absolutamente únicas y cantó las virtudes de ese fruto, tal vez el más misterioso de todos, que llamamos razón. La literatura en el mundo griego es acogimiento, hospitalidad, virtud ciudadana; pero también relación con lo que está fuera de los límites de la ciudad: desde la relación con la muerte, lo Otro absoluto, hasta con todos los diferentes: el bárbaro, el esclavo, el extranjero, el joven o la mujer… 

“El hombre, escribe Adrados, crea la literatura, la transmite, con ella vive, comprende, goza y sufre. Sin ella difícilmente podría llamarse hombre”. En la literatura, en suma, está la fundación de lo humano. No está mal recordarlo en un tiempo en el que asistimos a una decadencia de la literatura, cada vez más ignorada en los planes de enseñanza, y en consecuencia a una decadencia de la palabra en cuanto portadora de verdad. Pero Adrados no es enteramente pesimista. Puede que estemos asistiendo, nos dice, a una crisis de la cultura antigua, pero ¿por qué no esperar de esa crisis una nueva oralidad y un nuevo renacimiento? François de la Rochefoucauld dijo que “la gente no se enamoraría si no hubiera oído hablar del amor”. La literatura es el río que nos lleva, sin ella nuestra propia vida nos sería desconocida. La insistencia de Adrados en vincular el origen de la literatura a la oralidad y a la fiesta habla de esa capacidad tan humana de maravillarse por la existencia del mundo. La literatura es la experiencia de ver el mundo como un milagro. Aún más, en este sabio y deslumbrante libro, Adrados nos dice que ese milagro es el lenguaje mismo, y nos da un último consejo: “Habría, quizá, que escribir menos, leer y saber más sobre todas las culturas del mundo. Hacer que dejen de sernos, a veces, tan ajenas”. La literatura es el hilo que todo lo teje.

Gustavo Martín Garzo, El río que nos lleva, Babelia. El País, 15/06/2013

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