Proves de l'existència de Déu.
Empecemos hablando sobre el concepto de Dios. Dios es generalmente
considerado como ser supremo, causa última de todo lo existente. Se le
han dado, a lo largo de las religiones y filosofías características como
perfección, infinitud, omnipotencia, omnipresencia -dado que forma
parte de la esencia de todos los seres-, etc. Sin embargo, si prestamos
atención a dichas cualidades, observamos que ninguna es demostrable
según los parámetros científicos que utiliza la humanidad para validar
el conocimiento. Es más, estamos hablando de conceptos que son de por sí
innacesibles a los seres humanos: perfección y omnipotencia son
conceptos que, como seres limitados que somos podemos intentar definir,
pero no alcanzar a comprender en su totalidad.
Uno de los argumentos más recurrentes de la tradición cristiana a favor
de la existencia de Dios ha sido la de que "tenemos que venir de algo".
Esta prueba es similar a la teoría aristotélica del Primer Motor
Inmóvil. En resumen, reza que todo ser debe tener una causa, que a su
vez tendrá otra, y así sucesivamente, pero como sería ilógico que la
cadena fuese infinita tiene que haber un ser último... al que sin
embargo dicha escuela de pensamiento no ha dudado en calificar como
infinito. Esto es, se utiliza la misma cualidad que se trataba de
explicar para dar la explicación. En mi opinión, esta explicación
circular y no comprobable no es mas que un intento de poner límites a
nuestro desconocimiento. Un límite formal, pues al fin y al cabo acaba
siendo un límite ilimitado, pero al menos es una infinitud que podemos
atisbar, algo con lo que sentirnos más cómodos que con un simple
interrogante.
Otra de las más célebres pruebas que han esgrimido aquellos que
defendieron la posibilidad de afirmar la existencia de Dios mediante la
razón es la que se basa en la perfección de Dios. Formulada
originalmente por San Anselmo, su planteamiento se reduce a lo
siguiente: Dios debe existir porque es lo más perfecto que podemos
concebir, y forzosamente lo más perfecto debe existir, porque la no
existencia sería un claro signo de imperfección. El fallo radica, como
demostraron posteriormente Kant y Hume entre otros, en que el hecho de
que podamos pensar algo no implica la existencia de este algo. Dicho de
otro modo, para poder aplicarle la cualidad de perfección a un ser,
dicho ser tiene que existir, pero si aceptamos su existencia de antemano
estamos incluyendo la conclusión que deseamos obtener, o sea, la
existencia de Dios, entre las premisas.
Existen algunas pruebas más, que han sido igualmente refutadas. De todo
esto no se colige, en cualquier caso, que Dios no exista, sino que no
podemos probar su existencia, así como tampoco, y esto es importante, su
no existencia. Esto es así porque, como ya he comentado antes, a Dios
se le otorgan cualidades con las que el hombre solo puede soñar. No es
dificil ver que un ser todopoderoso no encontraría dificultad alguna no
solo en resultar indetectable para nosotros, sino en participar en el
curso de nuestras vidas, en jugar con nuestras mentes sin que nos
diéramos cuenta, provocando que hiciéramos cosas que luego atribuiríamos
a nuestro libre albedrío (cualidad que, irónicamente, Descartes
atribuyó al genio maligno que utilizó para explicar la duda metódica).
El ateísmo, si lo separamos completamente del agnosticismo, yerra
entonces tanto como el cristianismo, al afirmar cosas que no puede
probar.
La religión es, en última instancia, cuestión de fe. La fe es creencia, y
el creyente cree en la existencia de aquello en lo que cree. Sin
embargo, el creyente no deja de ser un hombre que vive en una sociedad,
que comparte su vida con otros hombres, que a su vez tienen creencias
diferentes. Tratar de demostrar la existencia de cosas que, debido a su
propia naturaleza, no son verificables, ha sido en el pasado demasiadas
veces una estrategia destinada a imponer el modo de ver el mundo de un
cierto grupo de personas, así como a justificar la necesidad de ciertas
conductas que, de otro modo, habrían sido consideradas no solo
contrarias a la ley, sino abominables y más propias de monstruos que de
hombres. Dejaré que ustedes mismos hallen en la historia estas horribles
situaciones. Yo solo espero que, gracias a ellas, la humanidad se haya
hecho más sabia y, de este modo, lleguemos a entender la necesidad de
compaginar las creencias propias con la tolerancia de las ajenas.
David Sánchez Venegas, La lógica y la existencia de Dios, Microfilosofía
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