En món islàmic, més democràcia no significa més liberalisme.
Las manifestaciones antigubernamentales que están teniendo lugar en
las ciudades de Turquía podrían considerarse como una protesta masiva
contra el islam político. Lo que comenzó como un mitin contra los planes
respaldados por el Estado de arrasar un pequeño parque de Estambul para
levantar un nuevo centro comercial se ha transformado rápidamente en un
conflicto de valores. A primera vista, la contienda parece representar
dos ideas muy diferentes de la moderna Turquía: la secular contra la
religiosa, y la democrática contra la autoritaria. Se han hecho
comparaciones con Occupy Wall Street, y la gente habla incluso de una
«Primavera Turca».
Resulta evidente que muchos ciudadanos turcos,
especialmente en las grandes ciudades, están hartos del primer ministro
y del estilo cada vez más autoritario de gobernar de Recep Tayyip
Erdogan, de su rígido control de la prensa, de las restricciones que ha
impuesto contra el consumo de alcohol, de su gusto por edificar nuevas y
grandiosas mezquitas, del arresto de los disidentes políticos y ahora
de su respuesta tan violenta a las manifestaciones. La gente teme que
las leyes seculares sean sustituidas por la ley sharia, y que los frutos
del Estado secular de Kemal Atatürk se vean anulados por el islamismo.
A
eso hay que añadirle el problema de los alevís, una minoría religiosa
vinculada al sufismo y al chiísmo. Los alevís, que estuvieron protegidos
por el Estado secular kemalista, desconfían profundamente de Erdogan,
ya que se sintieron sumamente ofendidos cuando supieron que pensaba
darle el nombre del sultán que los aniquiló en el siglo XVI a un puente
nuevo que se está construyendo sobre el río Bósforo.
La religión,
por tanto, parece estar en el centro del problema turco. El islam
político es considerado por sus adversarios como inherentemente
antidemocrático. Sin embargo, las cosas no son tan simples. El Estado
secular kemalista no era menos autoritario que el régimen islamista y
populista de Erdogan. Además, también resulta significativo que las
primeras manifestaciones que tuvieron lugar en la plaza Taksim de
Estambul fuesen por un centro comercial y no por una mezquita. El temor
de la sharia se corresponde con la rabia que produce la vulgaridad
codiciosa de los empresarios y constructores respaldados por el Gobierno
de Erdogan. No hay duda de que existe una fuerte tendencia izquierdista
en la Primavera Turca.
Por eso, en lugar de centrarnos en los
problemas del moderno islam político, que son considerables, sería más
fructífero estudiar los conflictos que han surgido en Turquía desde una
perspectiva muy pasada de moda en la actualidad: la diferencia de
clases. Los manifestantes, tanto si son liberales como izquierdistas,
suelen pertenecer a la élite urbana más occidentalizada, sofisticada y
secular. Erdogan, por el contrario, sigue siendo muy popular en la
Turquía rural y provinciana, es decir, entre las personas con menos
educación, más pobres, conservadoras y religiosas.
A pesar de las
tendencias autoritarias personales de Erdogan, más que obvias, sería un
error ver las protestas actuales como un mero conflicto entre la
democracia y la autocracia. Después de todo, el éxito del populista
Partido de la Justicia y del Desarrollo de Erdogan, así como la mayor
presencia de símbolos y costumbres religiosas en la vida pública, son el
resultado de una mayor democracia en Turquía. Hábitos, como por ejemplo
que las mujeres lleven velo en los lugares públicos, que fueron
suprimidos por el Estado secular, han vuelto a surgir porque los turcos
rurales tienen más influencia. Las jóvenes mujeres religiosas están
acudiendo a las universidades de las ciudades, y los votos de los turcos
conservadores de las provincias también cuentan.
La alianza
entre los empresarios y los populistas religiosos no es de extrañar en
Turquía. Muchos de los empresarios nuevos, así como gran parte de las
mujeres que llevan velo, proceden de los pueblos de Anatolia. Esos
provincianos y nuevos ricos detestan la élite del viejo Estambul tanto
como los empresarios de Texas o Kansas odian a las élites liberales de
Nueva York y Washington.
Sin embargo, decir que la actual Turquía
es más democrática no significa que sea más liberal. Ese problema
también se ha puesto de manifiesto en la Primavera Árabe. Dar voz a
todas las personas es algo esencial en cualquier democracia, pero esas
voces, especialmente en tiempos revolucionarios, rara vez son liberales.
Lo que observamos en países como Egipto, Turquía e incluso Siria, es lo
que el gran filósofo liberal británico, Isaiah Berlin, describió como
la incompatibilidad de los bienes iguales. Es un error creer que las
cosas buenas siempre cuajan, ya que en ocasiones chocan entre sí. Eso es
lo que está sucediendo en la dolorosa transición política de Oriente
Medio. La democracia es buena, al igual que el liberalismo y la
tolerancia. Idealmente, deberían coincidir, pero en la mayoría de los
países de Oriente Medio no está ocurriendo así. De hecho, más democracia
puede significar menos liberalismo y tolerancia.
Es fácil
simpatizar con los rebeldes que se oponen a la dictadura de Bashar al
Assad en Siria, por ejemplo. Pero la clase alta de Damasco, los hombres y
las mujeres seculares a las que les gusta la música y las películas
occidentales, miembros algunos de minorías religiosas como los
cristianos y alevitas, tendrían muchas dificultades para sobrevivir si
Bashar se marcha. El baazismo fue opresivo, dictatorial, con frecuencia
incluso brutal, pero protegió a las minorías y élites seculares.
¿Que
mantengan a raya al islamismo es motivo para apoyar a los dictadores?
En realidad no. La violencia del islam político se debe en gran parte a
esos regímenes tan opresivos y, cuanto más tiempo estén en el poder, más
violentas serán las rebeliones islamistas.
Tampoco es razón para
apoyar a Erdogan y a los constructores del centro comercial contra los
manifestantes, ya que estos tienen derecho a protestar por su falta de
consideración por la opinión pública y su rígido control sobre la
prensa, pero considerar el conflicto como una lucha justificada contra
la expresión religiosa sería igualmente erróneo.
Una mayor
visibilidad del islam es el resultado inevitable de una mayor
democracia. Impedir que eso acabe con el liberalismo es el problema más
importante que afrontan los habitantes de Oriente Medio. Erdogan no es
liberal, pero Turquía sigue siendo una democracia. Esperemos que las
protestas contra su Gobierno la conviertan también en más liberal.
Ian Buruma, Las paradojas de la democracia, Gara, 08/06/2013
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