'Hannah Arendt' de Margarethe von Trotta.
Quizás sea hoy Hannah Arendt la pensadora que más lectores reúne en todo el mundo filosófico. Por encima de esa “primera división”, señalada por Agnes Heller, de Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein y Michel Foucault, los filósofos valoran a esta discípula predilecta de Martin Heidegger. Hannah Arendt (1906-1975) irrumpió en el exilio americano con una reflexión fascinada por la tradición política norteamericana. La película, que se acaba de preestrenar en el XV Festival de Cine Alemán (el estreno está previsto para el día 21 próximo), trata su asistencia como reportera del “New Yorker” al juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén. La filósofa declara sentir a Estados Unidos como “¡El Paraíso!”, en el filme, tras la durísima experiencia vivida en los campos de internamiento en Francia.
Arendt defendió los logros de la revolución norteamericana por encima del jacobinismo francés. Buena parte de su aportación reside en haber repensado la política contemporánea desde presupuestos aristotélicos y con materiales reflexivos diversos. Venida de la densa metafísica alemana, se desembarazó de su peso para aunar historia, literatura, teoría social y filosofía política y propuso así, aliviada de la carga, sugerencias de rabiosa actualidad.
Su reflexión sobre la democracia, el poder, la violencia, la autoridad y la dominación tiene raíces griegas. Confió en las dos grandes revoluciones modernas por haber restituido el espacio antiguo de la Ciudad como lugar de discusión pública. Sin embargo, diagnosticó la pérdida del carácter público de la “felicidad” y la “libertad”, que ambas revoluciones aportaron en nuestra tradición. Y, a pesar de ello, Arendt permaneció fiel a la cultura política norteamericana por haber establecido un espacio público duradero dentro de una nueva estructura de poder. Si bien no ahorró una fuerte denuncia de los partidos políticos y postuló la democracia radical. La horizontalidad de los consejos políticos debiera decidir, según ella, las cuestiones públicas en un futuro deseable.
Con estos motivos políticos, no puede sorprender que haya calado en movimientos como “Ocupa Wall Street” o el “15 M”. La filósofa aunó la reflexión sobre la democracia, el poder y la libertad con el análisis de la naturaleza y las condiciones sociales del totalitarismo. La atomización de los individuos como seres intercambiables y la invasión del dominio privado por el dominio público son, según ella, las causas del totalitarismo. Como muestra la excelente película de Margarethe von Trotta, Hannah Arendt (2013), la propia filósofa sufrió, no obstante, los dardos intimidatorios del espacio público norteamericano por su reportaje muy poco correcto, según los lobbys sionistas, sobre el juicio a Eichmann.
Una excelente imagen de Manhattan iluminado por la noche, tomada desde la bahía, abre y cierra la película. Así la directora encuadra qué momento de la vida de la filósofa va a filmar. Se trata del periodo en que ya conocida por Los Orígenes del totalitarismo (1951) y profesora reconocida de la New School for Social Research, se presenta al The New Yorker para cubrir la noticia del juicio a Eichmann, capturado en Buenos Aires y enviado a Jerusalén (posteriormenteEichmann en Jerusalén, 1963). A pesar de las reticencias periodísticas ante una filósofa, consiguió el encargo. Aparecen en ese contexto intelectual, previo al viaje, el filósofo Hans Jonas, la escritora e íntima amiga Mary McCarthy, su segundo marido Heinrich Blücher, su leal secretaria Lotte Kohler, el amigo judío desengañado Kurt Blumenfeld y el círculo entregado de pensadores norteamericanos.
En la película, Arendt, magníficamente interpretada por Barbara Sukowa, quiere conocer a los verdugos del Holocausto de primera mano sin descartar su caída emocional en el infierno. Pero se va a encontrar en los interrogatorios públicos a un mequetrefe llamado Eichmann. Uno de los aciertos de la película es situar en la narración imágenes reales de aquel juicio. Las imágenes en blanco y negro permiten ver el rictus insolente de un ejecutor de las órdenes de la inmensa maquinaria del terror. Eichmann es un riguroso oficinista de la Gestapo. Da curso a la gestión administrativa de su departamento con firme solvencia. De ahí que la explicación del terror que Arendt propone choque con las previas expectativas de encontrarse con un diablo en la sala del juicio. Encara a un estúpido que causó un daño extremo al pueblo judío sin reunir un envilecimiento moral excepcional. La película entra en el debate sobre la “banalidad del mal” como el mal extremo ocasionado por miles de seres mediocres que no piensan. El pensamiento postulado por Arendt es la resistencia firme a colaborar con ese mal banal. Y quien no piensa es capaz de iniquidades parejas sin reunir deformidades morales monstruosas.
Pensar es resistir a ser pieza de un engranaje capaz de aniquilar totalmente a una raza. No sólo ésta poco efectista explicación, sin seres demoniacos, le granjeó animadversiones graves. La señalización de los propios líderes judíos europeos como sujetos que no estuvieron suficientemente alerta ante la barbarie colmó el vaso. Las intimidaciones, reproches, amenazas y extorsiones se sucedieron. Así que la propia Hannah Arendt aparece como la resistencia a todo lo peor. Quizás sólo susceptible al hechizo de Martin Heidegger, maestro y amante de la joven filósofa. El defensor del pensar más solitario ensalzó al nacionalsocialismo en el discurso en el Rectorado de Friburgo (27/5/1933). Realmente, Arendt aparece como la pensadora irreductible a obedecer a pueblo alguno y sólo fiel a sus amigos que acabaron, en parte, dándole la espalda.
En el ambiente de los años sesenta predominaba un tabaquismo militante. Arendt ofrece toda una petaca de ideas excelentes sobre el mal. El humo de sus cigarrillos y alguna copa de vino tinto adornan una expresión abismal y dolorosa de la pensadora. La expresión de Sukowa es propia de una tensión filosófica inalienable. La ambientación de su círculo de amigos, la intensidad de los debates –me han recordado los de Sócrates (1970) de Rosellini o Galileo(1968) de Cavani-, la caracterización de Heidegger o los “flashbacks” de la joven estudiante y su maestro. La intimidad con la amiga Mary, el ambiente académico de la New School, el antiguo Jerusalén que organizó el juicio son mostrados de forma creíble. Von Trotta ha captado la atención del público sin rebajar el nivel y la gravedad de un juicio de crímenes contra la humanidad.
Quizás el espectador se quede con hambre y siga las sendas de la filósofa a través de un universo bibliográfico. En las excelentes biografías de Elisabeth Young-Bruehl y de Laure Adler se recrea no sólo el episodio arendtiano con el nazi Eichmann. Ambas biógrafas destacan como Arendt liberó la expresión del dolor judío. La filósofa se encontró con un material encarnizado contra ella. Pero también muestras de agradecimiento. Tenía en su despacho todo un material inédito para otro estudio sobre la naturaleza humana. Se limitó a contestar epistolarmente a los testimonios sinceros, partidarios y hostiles.
Fue la encarnación de un humanismo romano. La amiga de una libertad inasequible a cualquier coacción. Incluso, de la verdad especializada. Y va a dar mucho que hablar.
Julián Sauquillo, Hanah Arendt en el juicio de Eichmann, cuarto poder, 17/06/2013
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