La religiositat, ¿habilitat cognitiva o infecció memètica?
Eso creen diversos investigadores. Existen estudios que parecen
identificar estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia
religiosa. La conclusión es que la religión (en el sentido más
elemental) es un atributo humano que está arraigado en el equipaje de
predisposiciones que heredamos de nuestros antepasados, y que no depende
únicamente del adoctrinamiento ni de la catequesis. Biólogos,
paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos proponen lo mismo desde
sus disciplinas. Pascal Boyer, Scott Atran o David Sloan Wilson están
en esta línea. Las formas de la religiosidad son transculturales y
transhistóricas, y se remiten a homínidos anteriores al Homo sapiens con una concepción transcendente de la vida.1
Hay todo un historial sobre los efectos de algunas
drogas en la aparición de sensaciones de transcendencia o visiones de
carácter espiritual. También sobre las repercusiones de algunos
accidentes cerebrales en el establecimiento de cuadros muy similares. Se
ha investigado, por ejemplo, la relación de la epilepsia con la
hiperreligiosidad. Estas conjeturas vienen apoyadas por estudios con
gemelos que sugieren modestas pero no triviales cargas genéticas.3
Eso
no quiere decir que existan genes que nos empujen a convertirnos en
mahometanos o budistas, pero los datos sobre la heredabilidad de la
predisposición religiosa sugieren que debe de haber cargas e
interacciones genéticas que favorecen unos patrones de plasmación
organizativa y unas interconexiones en algunos circuitos cerebrales que
resultan, a su vez, en comportamientos o actitudes detectables por las
escalas de religiosidad. Es decir, que habría un poso para la
religiosidad en la estructuración y el modelaje del cerebro, que vendría
dado hasta cierto punto por vía genética.4
No
todos los investigadores comparten esta visión de la religión como una
tendencia innata. Los cuatro jinetes de la militancia atea, Richard
Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y el finado Christopher Hitchens,
promueven la idea que la religión es algo descriptible como una
“infección memética”. Para ellos las creencias son el resultado del
adoctrinamiento, un artefacto cultural, unas posibles unidades
funcionales de la replicación cultural con más poder para generar el
sentir religioso que la propia naturaleza. Sin embargo, la teoría
memética descarta o trata muy marginalmente los elementos vivenciales y
temperamentales de la religiosidad, y no considera suficientemente las
incursiones neurológicas o genéticas que ya se han llevado a cabo sobre
los atributos afectivo/emotivos de la religiosidad y sobre la
variabilidad en función de esas tipologías temperamentales. O sea, los
vectores psicológicos primordiales que, presumiblemente, discurren por
debajo.
La transitoriedad, la caducidad segadora del periplo vital
es la ansiedad nuclear, la cuestión fundamental del corazón de la
religión. Así, las creencias religiosas serían “sortilegios cognitivos”
al servicio de la regularidad confortadora y de la creación de baluartes
de confianza con la garantía de la autoridad suprema.
Por otro lado, durante la mayor parte de la historia evolutiva del Homo sapiens
y de las especies antecesoras, la evolución cultural fue
suficientemente lenta como para permanecer estrechamente aparejada a la
evolución genética. En resumen, no había disparidad entre el entorno
social y cultural y la biología, y lo que llamamos “sociopatías” serían
algo desconocido fuera de los accidentes y enfermedades cerebrales. Pero
llegó un momento en que la naturaleza, la herencia genética, ya no
fueron suficientes para lidiar con un entorno social cada vez más
complejo. La religión, desde la más rudimentaria a la más sofisticada,
se convirtió en la principal institución para resaltar los valores que
mejor funcionaban en la comunidad. La religión facilitó la tarea de
ampliar los instrumentos punitivos y de control y el sentimiento de
grupo a gentes más allá de la familia o de la tribu.
Estudiosos de
primera fila insisten en que no existe relacion entre agudeza cognitiva
y religiosidad. Es más, insinuan que, tal vez, el ateísmo o el
escepticismo podría ser una alteración en un cerebro naturalmente
equipado para la trascendencia. Incluso nos recuerdan la preponderancia
de la irreligiosidad entre los autistas. En palabras de Adolf Tobeña:
“De la misma manera que hay gente apática, asocial, perezosa o boba, la
hay que no ve trascendencia en parte alguna.”
Discrepando de este enfoque, Satoshi Kanazawa asegura en The Intelligence Paradox (John
Wiley & Sions, 2012), su libro más reciente, que el ateísmo suele
ir asociado a una mayor inteligencia. La tesis de Kanazawa es que lo que
llamamos inteligencia es una habilidad que se desarrolló recientemente
en un Homo sapiens al que no le bastaron ya las habilidades
cognitivas adaptadas a un mundo estable en el que genes y entorno
ecológico iban a la par. Según su atrevida (pero documentada) teoría,
las personas inteligentes suelen ser las que adoptan los modos de pensar
más alejados de su naturaleza ancestral. Así aparecen criaturas
extravagantes como los “progres” (liberals), los ateos o... los
monógamos. Sin embargo, advierte que, quizá, este distanciamiento no
sea el que consigue más gratificaciones en la vida.
¿Están los
ateos menos pertrechados para afrontar la existencia que los creyentes?
Hay disparidad de opiniones. Los movimientos humanistas seculares tratan
de tender puentes razonables. Y desde la divulgación “pop”5 invitan
a los ateos a “robar” a la religión sus “buenas ideas”. Sea como sea,
conocer mejor nuestro cerebro puede señalarnos el camino hacia una nueva
homeostasis.
María Teresa Giménez Barbat, ¿Es el nuestro un cerebro religioso?, Letras Libres, Junio 2013
------------------1 Robert Boyd, Cómo evolucionaron los humanos (Barcelona, Ariel, 2001).
2Adolf Tobeña, Devots i descreguts (Valencia, Universitat de Valencia, 2013).
3 Bouchard Jr, Thomas J.; McGue, Matt; Lykken, David; Tellegen, Auke: http://www.ingentaconnect.com/content/aap/twr/1999/00000002/00000002/art....
4 Dan Hamer, El gen de Dios (Madrid, La esfera de los libros, 2006).
5 Alain de Botton, Religion for Atheists (Londres, Pantheon Books, 2012).
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