La ciutadania contra l'optimisme de les elits.

La ciudadanía contempla con estupefacción la descomposición del régimen y la abdicación de las élites que deberían recomponerlo. Puede argumentarse que la ciudadanía se dejó arrastrar por las fantasías de los años del delirio, pero no se puede soslayar el enorme poder institucional y comunicacional que estaba al servicio de aquella quimera. La realidad es que la sociedad española es una sociedad abierta y secularizada, sobre la que la Iglesia cada día tiene menos peso y capacidad normativa; que ha asumido cambios importantes en materia de costumbres con mucha más naturalidad que en otros países (véase la movilización francesa contra al matrimonio homosexual); que ha vivido un proceso de llegada intensiva de inmigración extranjera sin dar pábulo a los que trataron de explotar el racismo y la xenofobia; que ha sido capaz de desarrollar formas de cooperación y de solidaridad para soportar los rigores de una austeridad cruel; que ha hecho sentir su voz, a través de la sociedad de la información y de los movimientos sociales, ante flagrantes abusos de poder; y que está poniendo en la picota a los principales partidos, porque quiere una política distinta. Tanto es así, que si hay alguna esperanza de reforma de un régimen tan deteriorado hay que verla en el impulso ciudadano ante unas élites anquilosadas, insensibles, atrapadas por el miedo a hacer cambios imprescindibles. Unas élites capaces de llevar a cabo unas políticas de austeridad que han destruido los salarios y el empleo (y el FMI todavía pide más), pero incapaces de hacer unas reformas que supongan una verdadera redistribución del poder. Y que ahora buscan legitimarse con la píldora del optimismo.

Josep Ramoneda, Elogio de la ciudadanía, El País, 19/06/2013

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