Castoriadis: la societat humana és autoinstitució.
Ya he consagrado un
libro y muchos textos a la cuestión del imaginario social instituyente.
Recuerdo para comenzar aquello que hace que sea imposible no tomar en
cuenta lo social histórico, tanto para la filosofía como para el
psicoanálisis.
Por el lado de la
filosofía, la discusión puede ser breve. Comienzo por un aspecto al
parecer específico: el del lenguaje. La filosofía, y el pensamiento en
general, no pueden existir sin el lenguaje -o al menos, sin fuertes
lazos con éste. Pero toda producción primordial, individual o
“contractual”, del lenguaje es un absurdo histórico y lógico. El
lenguaje no puede ser otra cosa que la creación espontánea de un
colectivo humano. Lo mismo es cierto para todas las instituciones
primordiales, sin las cuales no hay vida social, por lo tanto tampoco
seres humanos.
Pero la cosa va más
allá del hecho de que el pensamiento presupone al lenguaje y que el
lenguaje es imposible fuera de la sociedad. El pensamiento es
esencialmente histórico, cada manifestación del pensamiento es un
momento en un encadenamiento histórico y es también -si bien no
exclusivamente- su expresión. De la misma manera, el pensamiento es
esencialmente social, cada una de sus manifestaciones es un momento del
medio social; procede, actúa sobre él, lo expresa, sin ser reducible a
ese hecho.
Lo que nos obliga a
tomar en cuenta lo social histórico es el hecho de que constituye la
condición esencial de la existencia del pensamiento y la reflexión. Esta
condición no es de ninguna manera “exterior”, no pertenece a la
infinidad de condiciones necesarias pero no suficientes que subyacen a
la existencia de la humanidad. Es una condición “intrínseca”, una
condición que participa activamente de la existencia de aquello que
condiciona. Es para el pensamiento del mismo orden que la existencia de
la psique singular. La psique no alcanza para que haya pensamiento y
reflexión, pero es parte de ambos; mientras que la gravedad, por
ejemplo, condiciona de mil y una maneras la existencia humana, pero no
es parte de ella. En otras palabras, lo que llamé condición intrínseca
pertenece a lo que está también expresado por lo condicionado.
La investigación
acerca del engendramiento de la reflexión en y por lo social histórico
es exigible entonces a la filosofía, del mismo modo que la investigación
del engendramiento del pensamiento en el ser humano singular.
En cuanto al
psicoanálisis, el individuo que éste encuentra es siempre un individuo
socializado (al igual, por supuesto, que el individuo que lo practica).
No encontramos nunca individuos psicosomáticos en estado “puro”; no
encontramos más que individuos socializados. El núcleo psíquico se
manifiesta raramente, e incluso entonces indirectamente. En sí mismo,
constituye el límite perpetuamente inalcanzable del trabajo
psicoanalítico. Yo (moi), superyo, ideal del yo, son impensables, salvo
en tanto productos (a lo sumo, co-producidos) del proceso de
socialización. Los individuos socializados son fragmentos hablantes y
caminantes de una sociedad dada; y son fragmentos totales; es decir que
encarnan -en parte efectivamente, en parte potencialmente- el núcleo
esencial de las instituciones y de las significaciones de su sociedad.
No hay oposición entre el individuo y la sociedad, el individuo es una
creación social, a la vez en tanto tal y en su forma social histórica
dada cada vez. La verdadera polaridad es la polaridad sociedad/psique
(la psique-soma en el sentido dado más arriba). Sociedad y psique son a
su vez irreductibles una a la otra, y realmente inseparables. La
sociedad como tal no puede producir almas, la idea no tiene sentido. Una
asamblea de almas no produciría una sociedad, sino una pesadilla de
Jérôme Bosch. Una asamblea de individuos, por el contrario, puede
producir una sociedad (por ejemplo, los pasajeros del Mayflower) ya que
esos individuos ya están socializados (de otro modo, no existirían,
incluso biológicamente).
La socialización no
es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico
que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados
con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve
incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos
respecto de la dimensión social de la existencia humana.
La cuestión de la
sociedad -e indisociablemente de la historia- es evidentemente inmensa, y
yo no intentaría resumir aquí lo que ya he expuesto en otros lugares.
Me limito a algunos puntos, ya sea directamente pertinentes al tema que
discutimos (el imaginario social instituyente), o bien relativos a las
restricciones a las que está sometida la constitución imaginaria de la
sociedad, que no tuve ocasión de tratar hasta ahora.
La sociedad es
creación, y creación de sí misma, autocreación. Es la emergencia de una
nueva forma ontológica -un nuevo eidos- y de un nuevo nivel y modo de
ser. Es una cuasi totalidad cohesionada por las instituciones (lenguaje,
normas, familia, modos de producción) y por las significaciones que
estas instituciones encarnan (tótems, tabúes, dioses, Dios, polis,
mercancía, riqueza, patria, etc.). Ambas -instituciones y
significaciones- representan creaciones ontológicas. En ningún otro lado
encontramos instituciones como modo de relación que mantengan la
cohesión de los componentes de una totalidad; y no podemos “explicar”
-producir causalmente o deducir racionalmente- ni la forma institución
como tal, ni el hecho de la institución, ni las instituciones primarias
específicas de cada sociedad. Y en ningún otro lado encontramos
significación, es decir, el modo de ser de una idealidad efectiva y
“actuante”, de un inmanente imperceptible -así como no podemos
“explicar” la emergencia de las significaciones primarias (el Dios
hebreo, la polis griega, etc.).
Hablo de
autocreación, no de autorganización. En el caso de la sociedad, no
encontramos un ensamblado de elementos preexistentes, cuya combinación
podría haber producido cualidades nuevas o adicionales del todo. Los
cuasi (o pseudo) “elementos” de una sociedad son creados por la sociedad
misma. Porque Atenas existe, son necesarios atenienses y no “humanos”
en general; pero los atenienses son creados solamente en y por Atenas.
De este modo, la sociedad es siempre autoinstitución -pero para la casi
totalidad de la historia humana, el hecho de esta autoinstitución ha
sido ocultada por la institución misma de la sociedad.
La sociedad como
tal es autocreación; y cada sociedad particular es una creación
específica, la emergencia de otro eidos en el seno del eidos genérico
“sociedad”.
La sociedad es
siempre histórica en sentido amplio, pero propio, del término: atraviesa
siempre un proceso de autoalteración, es un proceso de autoalteración.
Este proceso puede ser, y ha sido casi siempre, lo suficientemente lento
como para ser imperceptible. Pero en nuestra pequeña provincia
sociohistórica ha sido, durante los últimos 400 años, más rápido y
violento. La pregunta acerca de la identidad diacrónica de una sociedad,
la cuestión de saber cuando una sociedad deja de ser “la misma” y
deviene “otra” es una pregunta histórica concreta a la cual la lógica
habitual no puede ofrecer respuesta (son la Roma de la primera
República, la de Marius y Sylla, etc., “la misma Roma”?).
Como no son
producibles causalmente, ni deductibles racionalmente, las instituciones
y las significaciones imaginarias sociales de cada sociedad son
creaciones libres e inmotivadas del colectivo anónimo concernido. Son
creaciones ex nihilo, no cum nihilo. Esto quiere decir que son
creaciones con restricciones. Menciono las más importantes de estas
restricciones.
Existen
restricciones “externas” -especialmente las impuestas por el primer
estrato natural el estrato de lo vivo y lo que le es accesible),
incluida la constitución biológica del ser humano. Estas restricciones
son esencialmente triviales (lo cual no quiere decir que no tengan
importancia): la sociedad es, cada vez, condicionada por su hábitat
natural, por ejemplo, pero no está “causada” por éste. En la medida en
que el primer estrato natural contiene, en un grado decisivo, una
dimensión conjuntista-identitaria (dos piedras y dos piedras hacen
cuatro piedras, un toro y una vaca engendrarán siempre terneros y
vaquitas, y nunca pollos, etc.) la institución social debe recrear esta
dimensión en su “representación” del mundo y de sí misma, es decir en su
mundo propio, su Eigenwelt. Dicho de otro modo, la institución de la
sociedad recrea, siempre y obligatoriamente, una lógica suficientemente
correspondiente a esta lógica “ensídica” (lo cual le permite sobrevivir
como sociedad) bajo la égida de las significaciones imaginarias sociales
instituidas cada vez. Esto le permite crear un mundo dotado de sentido
(diferente cada vez). Esta lógica ensídica social (como las
significaciones imaginarias instituidas cada vez) le son impuestas a la
psique durante el largo y penoso proceso de la fabricación del individuo
social. La dimensión ensídica está presente, de manera evidente,
también en el lenguaje; corresponde al lenguaje en tanto código, es
decir en tanto instrumento cuasi unívoco del hacer, del contar y del
razonar elementales. El aspecto de código del lenguaje (un gato es un
gato) se opone a -pero está inextricablemente unido a- su aspecto
poético portador de significaciones imaginarias propiamente dichas (Dios
es una persona en tres, etc.). A estas restricciones “externas”
corresponde la funcionalidad de las instituciones, en particular
aquellas que conciernen a la producción de la vida material y la
reproducción sexual.
Existen
restricciones “internas”, que provienen de la “materia primera” a partir
de la cual la sociedad se crea a sí misma, es decir, la psique. La
psique debe ser socializada, y para ello debe abandonarse más o menos a
su mundo propio, sus objetos de investidura, aquello que para ella hace
sentido, a investir objetos, orientaciones, acciones, roles, etc.,
socialmente creados y valorados. Debe abandonar su tiempo propio a
insertarse en un tiempo y un mundo públicos (tanto “naturales” como
“humanos”). Cuando consideramos la increíble variedad de sociedades que
conocemos (y que sin duda no son más que una ínfima parte de las
sociedades que hubo y habrá) nos vemos casi obligados a pensar que la
sociedad puede hacer de la psique lo que quiera-volverla poligámica,
poliándrica, monógama, fetichista, pagana, monoteísta, pacífica,
belicosa, etc. Mirando más de cerca, constatamos que esto efectivamente
es cierto, siempre que se cumpla una condición: que la institución
ofrezca a la psique un sentido -un sentido para su vida, y para su
muerte. Esto se cumple para las significaciones imaginarias sociales,
casi siempre religiosas, que entretejen juntas el sentido de la vida y
la muerte del individuo, el sentido de la existencia y de las maneras de
hacer de la sociedad considerada el sentido del mundo como totalidad.
Hay restricciones
“históricas”. No podemos sondear el origen de las sociedades, pero
ninguna sociedad de la cual podamos hablar emerge in vacuo. Existen
siempre, aunque sea fragmentarios, un pasado y una tradición. Pero la
relación con este pasado forma parte ella misma, en sus modalidades y en
su contenido, de la institución de la sociedad. De este modo, las
sociedades arcaicas o tradicionales intentan reproducir y repetir el
pasado casi literalmente. En otros casos, la “recepción” del pasado y la
tradición es, al menos en parte, fuertemente consciente; pero esta
“recepción” es, de hecho, recreación (la moda actual la llamaría
“reinterpretación”). La tragedia ateniense “recibe” a la mitología
griega, y la recrea. La historia del cristianismo no es más que la
historia de las “reinterpretaciones” continuas de los mismos textos
sagrados, con resultados -cada vez- violentamente diferentes. Los
Griegos clásicos son objeto de un “reinterpretación” incesante en
occidente desde al menos el siglo XIII. Esta recreación está hecha
siempre, evidentemente, según las significaciones imaginarias del
presente -pero evidentemente también lo “reinterpretado” es material
dado y no indeterminado. Es instructivo, sin embargo, comparar lo que
hacen con la misma herencia griega los bizantinos, los árabes y los
europeos occidentales. Los bizantinos se contentaron con conservar los
manuscritos, agregando comentarios y notas aquí y allí. Los árabes
utilizaron solamente los textos científicos y filosóficos, ignorando el
resto -tanto los escritos políticos como la poesía. Los europeos
occidentales lucharon con los restos de esa herencia durante ocho
siglos, y no parece que esto esté por terminar. Finalmente, hay
restricciones “intrínsecas”, las más interesantes de todas. No puedo
evocar más que dos:
Las instituciones y
las significaciones imaginarias sociales deben ser coherentes. La
coherencia tiene que ser estimada desde un punto de vista inmanente, es
decir, en relación a las características y a los principales “impulsos”
de la sociedad considerada; teniendo en cuenta el comportamiento
conforme a los individuos socializados, etc. La construcción de
pirámides mientras gente moría de hambre es coherente cuando se la
remite al conjunto de la organización social y de las significaciones
sociales imaginarias del Egipto faraónico o de la Mesoamérica maya.
La coherencia no
excluye de ningún modo las divisiones, las oposiciones y las luchas
internas. Las sociedades esclavistas o feudales son totalmente
coherentes. Las cosas cambian con las sociedades capitalistas, en
particular las maduras. Pero en este caso hay una novedad histórica que
surge de otra discusión. La coherencia no está, en general, puesta en
peligro por “contradicciones” entre la dimensión estrictamente
imaginaria y la dimensión conjuntista-identitaria de la institución,
porque -como regla general- la primera está por sobre la segunda. De
este modo, la aritmética y el comercio no han sido perturbados en las
sociedades cristianas por la ecuación fundamental (mucho más importante
que la aritmética) del 1=3 implícita en el dogma de la Santa Trinidad.
Aquí corresponde
citar también la implicación imaginaria recíproca de las “partes” de la
institución y de las significaciones imaginarias sociales. No se trata
sólo de sus dependencias recíprocas pseudo-”funcionales”, sino más bien
de la unidad y el parentesco sustantivo y enigmático entre los
artefactos, los regímenes políticos las obras de arte y -por supuesto-
los tipos humanos de una misma sociedad y un mismo período histórico. Es
inútil recordar que toda idea de explicación “causal” o “lógica” de
esta unidad está privada de sentido.
Por otra parte, las
instituciones y las significaciones imaginarias sociales deben ser
completas. Esto es clara y totalmente así en las sociedades heterónomas,
determinadas por el cierre de la significación. El término “cierre”
debe ser tomado aquí en su sentido estricto, matemático. Las matemáticas
dicen de un cuerpo algebraico que está cerrado si para toda ecuación
escrita con los elementos del cuerpo las soluciones son también
elementos del cuerpo. Toda interrogación que tenga un sentido en el
interior de un campo cerrado reconduce a través de su respuesta al mismo
campo. Del mismo modo, en una sociedad cerrada, toda “pregunta” que
pueda ser formulada en el lenguaje de la sociedad tiene que poder
encontrar una respuesta en el interior del magma de significaciones
imaginarias sociales de esa sociedad. Esto implica que las preguntas que
conciernen a la validez de las instituciones y de las significaciones
sociales no pueden, simplemente, ser planteadas. La exclusión de estas
preguntas está asegurada por la posición de una fuente trascendente,
extra-social de las instituciones y las significaciones: es decir, de
una religión.
Algunos comentarios
adicionales en relación al término significaciones imaginarias sociales
ayudarán a evitar malentendidos. Elegí el término “significaciones”
porque me parece el menos inapto para expresar lo que quiero. Pero no
debe ser tomado de ningún modo en un sentido “mentalista”. Las
significaciones imaginarias sociales crean un mundo propio para la
sociedad considerada, son en realidad ese mundo: conforman la psique de
los individuos. Crean así una “representación” del mundo, incluida la
sociedad misma y su lugar en ese mundo: pero esto no es un constructum
intelectual; va parejo con la creación del impulso de la sociedad
considerada (una intención global, por así decir) y un humor o Stimmung
específico -un afecto o una nebulosa de afectos que embeben la totalidad
de la vida social. Por ejemplo, la fe cristiana es una pura creación
histórica, totalmente específica, que implica “visiones” particulares
(ser amado por Dios, salvado por él, etc.) y sobre todo afectos
particulares y extraños, que hubieran sido totalmente incomprensibles (y
aberrantes -moria, dice, de manera característica, San Pablo) para todo
griego o romano clásico (y también para todo chino o japonés). Y esto
es comprensible, si recordamos que la sociedad es un ser por sí misma.
Cornelius Castoriadis, El imaginario social instituyente, Zona Erógena, nº 35, 1997
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