La falsa innocència del projecte educatiu humanista.
Desde la
perspectiva de Zaratustra los hombres del presente son una sola cosa: criadores
exitosos que han tenido la capacidad de hacer del hombre salvaje el último hombre.
Se sobreentiende que esto no podía haber ocurrido tan sólo por medios
humanísticos, doméstico-adiestro-educadores. La tesis del hombre como criador
del hombre hace estallar el horizonte humanístico, en la medida en que el
límite del pensar y obrar humanista estará siempre dado por la cuestión de la
domesticación y la educación: el humanista deja primero que le den al hombre
para después aplicarle sus métodos de
domesticación, de doma, de formación, convencido como está de la relación
necesaria entre el leer, el estar sentado, y el amansamiento.
Por debajo del
luminoso horizonte de la escolar domesticación humana, Nietzsche –que ha leído con similar atención a Darwin y a San Pablo–
cree descubrir un horizonte más sombrío. Barrunta el espacio en que comenzarán
pronto inevitables luchas por la dirección que ha de tomar la crianza humana, y
en este espacio se muestra el otro rostro, el rostro velado del claro del
bosque. Cuando Zaratustra cruza la ciudad en la que todo se ha vuelto pequeño,
descubre el resultado de una política de crianza hasta entonces exitosa e
incuestionada: según le parece la ayuda
de una unión de ética y genética, los
hombres se las han arreglado para hacerse más pequeños. Ellos mismos se han
sometido a la domesticación, y han puesto en marcha un proceso de selección y
cría orientado a la docilidad del animal doméstico. De esta suposición surge la
peculiar crítica zaratustriana al humanismo, articulada como el rechazo de la
falsa inocencia con que se envuelve el buen hombre moderno. No es de hecho nada
inocente que los hombres críen a los hombres en el sentido de la inocencia. La
sospecha de Nietzsche contra toda la
cultura humanística exige revelar el secreto de la domesticación de la
humanidad. Quiere nombrar por su nombre a los hasta hoy han detentado el
monopolio de la crianza –el sacerdote y el maestro, que se presentan a sí
mismos como amigos del hombre–, revelar su función silenciosa, y desencadenar
una lucha, nueva en la historia mundial, entre diversos programas de crianza y
diversos educadores.
Este es el
conflicto básico que Nietzsche
postula para el futuro: la lucha entre los criadores del hombre en dirección a
lo pequeño y los criadores del hombre
hacia lo grande; se podría también decir: entre humanistas y superhumanistas,
amigos del hombre, y amigos del superhombre. El emblema del superhombre no
representa en las reflexiones de Nietzsche
el sueño de una rápida desinhibición o una evasión en lo bestial, como
imaginaron los malos lectores con botas de los años treinta. Tampoco encierra
dicha expresión la idea de una regresión del hombre al estado anterior a las
épocas anteriores a la era del animal doméstico o del animal eclesiástico.
Cuando Nietzsche habla de
superhombre, es para referirse a una época muy por encima del presente. Él nos
da la medida de procesos milenarios anteriores, en los que, gracias a un íntimo
entramado de crianza, domesticación y educación, se consumó la producción humana
en un movimiento que, por cierto, supo hace profundamente invisible bajo la máscara de la escuela lo que tenía
verdaderamente por objeto: el proyecto de domesticación.
Con estas
insinuaciones –y en este dominio no es lícito ni aun posible más que el
insinuar– jalona Nietzsche un
territorio gigantesco, sobre el que deberá consumarse el destino del hombre del
futuro, sin importar si el recurso al concepto de superhombre jugará en ello algún
papel o no. Es posible incluso que Zaratustra haya sido la máscara de una
histeria filosofante, cuyos efectos infecciosos se han disipado hoy, y quizás
para siempre. Pero, en cuanto al discurso sobre la diferencia y el entramado de
domesticación y cría, los indicios del ocaso de una conciencia de la producción
humana, o dicho más generalmente, de las antropotécnicas, son pautas ante las
que el pensamiento actual no puede apartar la mirada; sería entonces como si
quisiera dedicarse de nuevo a promover la candidez. Es muy probable que Nietzsche
tensara demasiado el arco con su sugerencia de que la
domesticación del hombre era la obra premeditada de una asociación pastoral de
criadores, esto es, un proyecto del instinto paulino, clerical, instinto que
olfatea en todo lo que en el hombre pudiera resultar autónomo o soberano, y
aplica sobre ello sin tardanza sus instrumentos de supresión y mutilación. Éste
era por cierto un pensamiento híbrido, en primer lugar porque concebía el
proceso de crianza demasiado a corto plazo, como si bastaran algunas pocas
generaciones de dominio sacerdotal para hacer de los lobos, perros, y convertir
a los hombres primitivos en profesores de Basilea; pero es aun más híbrido
porque supone un culpable deliberado allí donde se debería contar más bien con
una cría sin criador, o en otros términos, con una deriva biocultural
a-subjetiva. Igualmente, tras previa deducción del momento exagerado,
malicioso-anticlerical, nos queda todavía en la idea de Nietzsche un núcleo suficientemente duro como para provocar una
reflexión posterior sobre la humanidad que vaya más allá de la inocencia
humanista.
Peter Sloterdijk, Normas para el parque humano. Una respuesta
a la ‘Carta sobre el humanismo’ de Heidegger, (1999)
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