La ciència política en el 'Polític' de Plató.
Ciència
política: … debe haber una episteme de la política, un saber
seguro y cierto que permita orientarse en el dominio político; que esta episteme de la política se apoya finalmente en un saber transcendente; y que
incluso se apoya sobre la transcendencia misma. L1 (23)
(segona
disgressió: la forma dels règims, 292a-300c) …cuando el Extranjero dice: pero.
¿es realmente serio tratar de distinguir las Constituciones de las ciudades a
partir del hecho de que dominen algunos, muchos o todos? ¿Qué haya libertad o
coacción? ¿Qué gobiernen los ricos o los pobres? Puesto que hemos postulado que
la política es una ciencia, ¿no debemos efectuar nuestras distinciones en
referencia a ella? Es imposible hacerlo de otra manera, responde desde luego el
joven Sócrates. “Así pues, la cuestión que se plantea necesariamente en lo
sucesivo es ésta: ¿en cuál de esas Constituciones se realiza la mayor ciencia
del gobierno de los hombres (…) que sea posible alcanzar?”. L5 (137)
… ¿cómo se llega
a la afirmación de que sólo la episteme
puede dar la buena política? E incluso, ¿quién define la Idea de la política?
Puesto que en Platón siempre existe también la tendencia a deslizarse de la
norma al ser: la buena política es la política. La mala política no es
política. Así como la mala filosofía no es filosofía sino sofística. L5 (138)
Extranjero- En este
aspecto, ¿la masa es capaz de adquirir esta ciencia política?
Sócrates- ¿Cómo habría
de ser posible?
E- Sin embargo,
en una ciudad de mil ciudadanos, ¿podría ser que cien o al menos cincuenta
ciudadanos poseyeran esa ciencia?
S- Si así fuera,
la política sería la más fácil de todas las artes. Entre mil ciudadanos, ya
resultaría muy difícil encontrar cincuenta o cien que supieran juagar bien a
las dama. Entonces, en el caso de ese arte que es el más difícil de todos,
¡sería ya un milagro que hubiera un ciudadano que lo poseyera! L5 (139)
E- Hay que decir
que esos individuos, ya gobiernen con el acuerdo de los otros ciudadanos o sin
él, según los grámmata o sin grámmata, ya sean ricos o pobres, son
los verdaderos soberanos” l5 (139)
Y el Extranjero
extrema su ventaja recurriendo a una comparación perfectamente sofística con el
médico.
(…) “Si
tuviéramos un médico, además, ¿diríamos que es menos médico por ser rico o
pobre? ¿Diríamos que es más o menos médico porque actúa según reglas escritas o
sin ellas?” L5 (139)
293c: “Entre los
regímenes políticos, las diferentes politeîai,
la única y verdadera politeía será
aquella en que los gobernantes posean auténticamente el justo saber, sean epistémones, sabios en el dominio
político”. Y esos gobernantes tendrán razón, ya actúen según las leyes o contra
ellas y que gobiernen a súbditos que estén o no de acuerdo en ser gobernados, y
en serlo de ese modo. L5 (140)
Ese poder
absoluto justificado por el saber político no tiene ninguna otra limitación que
la resultante de su saber mismo. O bien de la naturaleza de las cosas. Pero
sobre este punto no se hace ninguna aclaración. ¿En qué consiste esa naturaleza
de las cosas? Visiblemente, no se puede obligar a la gente a caminar de cabeza,
pero más allá de eso no hay nada más. ¿Quién podría decir al hombre regio:
sobrepasas lo que puedes hacer? ¿En nombre de qué ciencia? ¿Con qué derecho?
Quien posee el conocimiento es él. L5 (141)
(règims
polítics) … al principio, comienza por distinguir bastante extrañamente cinco
regímenes, para terminar con siete. (…) ¿Por qué siete? Porque hay un régimen
que es el único bueno, el único verdadero: aquel en el que quien dirige, quien
gobierna, es un verdadero hombre político. Como se verá extensamente y ad nauseam, que gobierne con leyes o sin
ellas, con grámmata o sin ellos, no
tiene ninguna importancia. Él sabe qué hay que decidir, lo ordena y se terminó.
Eso es el absoluto y, como todo absoluto, es uno. No hay varios. L6 (150)
… “sólo la
ciencia define al político” L6 (150)
… ya se trate de
un gobierno de muchos o de todos, lo único que importa es si es recto, orthé, es decir, según la ciencia.
Y por lo tanto,
quienes gobiernan según la ciencia, ¿qué importa que lo hagan “con el acuerdo
de sus súbditos o sin él, que inspiren o no leyes escritas, que sean ricos o
pobres”? (…) si gobiernan según la ciencia, son buenos gobernantes. L6 (152)
… el hombre
regio puede condenar, matar, exilar, si es para limpiar, purificar, sanear la
ciudad. Puede despachar colonias como enjambres de abajas a otros sitios para
que la ciudad sea más pequeña; o al contrario, “importar gente del extranjero y
hacer nuevos ciudadanos” (293d), porque es preciso que la ciudad crezca. Por
doquier y siempre, si actúa mediante la ciencia y el derecho, salva a la ciudad
haciendo que se convierta en la mayor medida posible de menos buena en mejor.
Ésa es entonces la ciudad que llamaremos verdadera; y por implicación, sólo
consideraremos verdaderos políticos a sus dirigentes. Por el momento, los otros
no nos interesarán. L6 (153-154)
Si quien planteó
las leyes quiere cambiarlas (un médico que quiere cambiar el tratamiento),
puede imponer legítimamente las nuevas reglas sin preocuparse por convencer a
los habitantes de la ciudad. Y lo mismo si, un siglo después, aparece otro gran
hombre, n hombre basilikós (regio),
igual al primero. E igual a él no en las apariencias sino de iure, de derecho.
Tendrá el derecho y hasta el deber de prescribir otras reglas.
(…) En esas
condiciones, es preciso que refutemos lo que por lo común se dice entre los
griegos, a saber, que si alguien conoce leyes mejores que las existentes, tiene
que tratar de persuadir a su ciudad de que las adopte. Pero si no lo logra,
deberá abstenerse (consciencia democrática griega). L6 (156)
S- ¿No tienen
razón?
E- Tal vez. Pero
si alguien, forzando a otro y
prescindiendo de su satisfacción, le impone lo que es correcto, ¿qué nombre le
pondrás a esa violencia? (296a-b)
Por ejemplo,
cuando se obliga a un niño a hacer lo que debe, cosa que él ignora. O cuando se
fuerza a un paciente a seguir un tratamiento, etc. El joven Sócrates se ve
entonces en la necesidad de convenir en que eso sería correcto. Pues bien, lo
mismo vale para la política: sería ridículo quejarse de quien hace violencia a
una ciudad pese a lo que está escrito y pese a los patria, vale decir, a
despecho de las tradiciones que vienen de los ancestros-, que se hace violencia
para obligar a los ciudadanos a hacer otra cosa más justa, mejor, más hermosa.
L6 (157)
¿Qué hace, como
buen marino, el capitán de una nave –dramaticemos un poco- en plena tempestad y
sometida a reglamentaciones imbéciles? Da órdenes que eventualmente van a
contravenir esas reglamentaciones, que en todo caso no las imponen ni respetan,
y al hacerlo “propone su arte como ley”…/”sucede con la ciudad lo mismo que con
la nave” L6 (156-157)
Pero aquí la
paradoja –y se trata incluso de una doble paradoja- es que:
- Esta epistéme del todo, que Platón reconoce en general y aquí en particular con medias palabras como algo de hecho imposible, irrealizable, se convierte no obstante en medida para definir el régimen correcto, la orthé politeía.
- La otra paradoja es que la epistéme de este anér basilikós, el saber de este varón regio, que lo erige en superior a la ley y hace que ofrezca su téchne como ley, es precisamente un saber de lo singular y lo concreto. Vale decir, todo lo contrario de lo que se pensaba como epistéme.
Es cierto, Platón no dice, como lo hará Aristóteles a continuación, que sólo
hay ciencia de lo universal. Pero la idea ya está en él. Es la definición
socrática del saber, que encontramos en el Teeteto,
por ejemplo: siempre hay que tratar de contraer en un solo eîdos la pluralidad de las cosas. En el diálogo, la discusión es la
siguiente: ¿qué es la epistéme?
Aunque inteligente, Teeteto responde tontamente enumerando el saber de esto, el
saber de aquello… Y Sócrates lo corrige: está bien, pero yo no te pregunté
cuántos saberes hay sino cuál es el sentido del saber y qué es lo que hace que
todos los que enumeras correspondan, pese a todo, al saber. Lo que se busca es
el eîdos, la Idea del saber.
Segunda
paradoja, por lo tanto: mientras que, según el mismo Platón, sólo hay saber del eîdos,
aquí nos presenta al político como alguien que es epistémon precisamente en virtud del hecho de poder amoldarse a
cada situación singular.
Ésas son las
dificultades de Platón, que no se
resuelven en la República, anterior
al Político,y tampoco se resolverán
en las Leyes, posterior a él. L6
(167-168)
(Platón) opone, yuxtapone phrónesis y epistéme. Lo cual se convierte, en el Político, en algo completamente incongruente y que no se sostiene: el
hombre regio es quien tiene la epistéme
pero debe gobernar metà phronéseos.
¿Por qué? (…) Si se tiene la epistéme,
no necesita phrónesis. En Aristóteles y en los griegos en
general, hay phrónesis, justamente,
donde no hay epistéme. De un
matemático que demuestra un teorema no se puede decir que se valga de la phrónesis: se trata de epistéme. L6 (169)
En el texto del
Político, la medicina o la navegación están precisamente del lado de la téchne
en el sentido definido en el Protágoras. Vale decir, un saber técnico práctico
específico de un objeto que puede tener en cuenta circunstancias particulares.
Todo el pasaje que va desde 298 hasta 300 aborda justamente eso. Es absurdo
decir de antemano al capitán de un barco cómo tendrá que navegar. Según los
vientos, las corrientes, la luna, el estado del barco …, se las arreglará y
decidirá el rumbo. Por eso ese ataque irónico contra la democracia ateniense,
que decidió de una vez por todas cómo se debe gobernar la nave de la ciudad,
luego sortea gente que va a gobernarla de acuerdo con esas prescripciones
escritas -¡el colmo del ridículo!- y a continuación cualquiera, una vez
terminado su mandato, puede arrastrarlos ante el tribunal y acusarlos: ustedes
violaron las leyes porque no siguieron tirando suertes cuando las leyes lo
ordenaban …; ese ataque es inaceptable. Y Platón lo sabe muy bien.
En el texto, la
navegación y la medicina están decididamente del lado del saber que tiene que
ver con lo concreto. Lo cual no hace, a mi juicio, más que subrayar la aporía,
la antinomia entre la epistéme en el
sentido general, el del Teeteto, pero
que se utiliza en el Político sin decir agua va, y las tèchnai que son téchnai
de cosas particulares. Hay dos distinciones que entrañan un elemento de saber
profesional. Y ésa es la discusión del Protágoras:
se ordenó a los estrategas navegar hasta Sicilia, pero nadie exigió en Atenas
que llegaran en diez días o dispusieran las velas de tal o cual manera. Ésa es
la verdadera cuestión: sólo los verdaderos navegantes pueden hacerlo. Ahora
bien, hay un doble desfase. Hay una epistéme
que sabe todo. Y las téchnai que se
utilizan como ejemplos en el Político
–la medicina, la navegación- son saberes prácticos que, pese a todo, implican
una parte de saber. Si no se conoce positivamente la anatomía del cuerpo, no se
puede hacer medicina. Pero conocer la anatomía y la farmacología está lejos de
ser suficiente para tratar a un enfermo. Si no se conocen los puntos
cardinales, no se puede navegar, pero eso tampoco es suficiente. De modo que
tenemos esta doble parte; una parte que es total o casi totalmente codificable
y otra que es adaptación a las circunstancias.
Y además tenemos
la política propiamente dicha, en la que en verdad no se sabe qué es lo
codificable. L6 (170-171)
… los criterios
que esta epistéme que Platón utiliza constantemente son bien
una especie de saber absoluto, bien un saber que también implica técnicas de
aplicación. En síntesis, podríamos decir –pero con signos de interrogación- que
ese saber político, del hombre regio, que define esta ciudad, debe estar
compuesto a la vez por un conocimiento científico, “epistémico”, algo que
concierne a la esencia de las cosas, y al mismo tiempo, vistos los ejemplos a
los que Platón apela constantemente en apoyo de su tesis –la medicina, el pilotaje
de un barco-, debe entrañar una téchne
en el sentido práctico del término, un conocimiento de las circunstancias
particulares, un saber que contenga en sí mismo la virtualidad de la
adaptabilidad a cualquier coyuntura que pueda presentarse.
Entonces,
tenemos ahí una primera paradoja concerniente a esta epistéme, a este saber: al mismo tiempo que se lo reconoce como
inaccesible, a veces con medias palabras y en otros lugares explícitamente, se
convierte en la medida absoluta de la realidad. L7 (174)
¿Por qué es
inaccesible? Pues bien, ya lo sabemos desde la República; están las esencias, ousíai,
y hay algo que está más allá de las esencias, y que es el Bien, el ser
verdadero, que no es accesible al saber. El mismo Platón dice que ese Bien más allá de las esencias, ese agathón, “apenas puede ser visto”. (Y
ese “visto” es sin duda metafórico, pero no tanto: en todo ello la metáfora de
la visión cumple un papel cardinal. La visión, la especulación, la
contemplación, la teoría, todo eso viene de “ver”). En todo caso, lo que
verdaderamente es no puede verse con los ojos del cuerpo. En cuanto a los del
alma, apenas pueden entreverlo. Y de todas maneras, ese agathón no es discursivamente demostrable. L7 (174)
De ahí la
paradoja, cuando ese saber inaccesible se convierte en medida de algo real.
Estamos obligados a medir con la vara de ese saber nuestras ciudades
terrestres, lo que hacemos, nuestras Constituciones … L7 (175)
Y hay una
segunda paradoja concerniente a esta epistéme
(…) que es esa especie de combinación de lo universal y lo concreto. El saber
del hombre rego, el que lo erige en superior a la ley y hace que pueda
“proponer su arte en lugar de las leyes”, pues bien, es precisamente un saber
que entraña lo singular y lo concreto, e incluso lo concreto hasta el límite
extremo, porque el político debe estar a la cabecera de cada ciudadano; (…). Y esto es completamente
opuesto a lo que se entiende en general y a lo que el mismo Platón entiende por epistéme, es decir, un saber que, con
todo, apunta a lo universal. L7 (176)
Cornelius Castoriadis, Sobre el "Político" de Platón, Editorial Trotta, Madrid 2004
Cornelius Castoriadis, Sobre el "Político" de Platón, Editorial Trotta, Madrid 2004
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