Domesticació reversible.
Así como hay etapas del fuego hay asimismo, etapas de la domesticación. La del lobo se remonta al paleolítico y es así muy anterior a la de otros animales que tiene lugar en el neolítico. El primer paso consistió posiblemente en hacerse con individuos aislados que, con mayor o menor violencia, eran incorporados al habitat del hombre. Puede tratarse incluso de crías que son recogidas antes de haber desarrollado sus potencialidades específicas, las cuales eran más o menos frenadas al adaptarse a la convivencia con el hombre. Pero la domesticación propiamente dicha empieza cuando se incorpora un grupo de individuos que a partir de ese momento son controlados, tanto en su desarrollo individual como en el cruce reproductivo. Surge así una selección artificial que viene a completar la selección meramente natural. Completar y no sustituir, por la evocada razón de que la específica naturaleza es difícilmente extirpable, mientras tal individuo perdure.
La domesticación de especies potencialmente dañinas para el hombre no apuntaba de entrada a una reducción, entre otras razones porque en muchos casos de poco serviría que lo fuera. Se sabe que en el cuarto milenario antes de nuestra era en Sumaria se domesticó el leopardo. Pero desde luego a nadie interesaba que el ahora dócil (para el hombre) animal perdiera su velocidad de más de 100 kilómetros por hora que le hacía un auxiliar precioso en la caza. Ciertamente se han señalado casos en los que la utilidad es posterior a la domesticación. Así parece que la domesticación de ciertas especies tiene para el hombre el interés de disponer de lana, pero resulta que el ancestro de las mismas, el muflón, carecía de ella.
Las razones de la domesticación pueden ser tanto la utilidad como alguna vinculación religiosa o el capricho. Pero no obstante en el origen de la misma hay ciertamente el interés por una especie concreta, no por lo que un individuo tiene de meramente animal o aun de meramente vital. Y ello en todas las especies animales. El hombre ha conseguido que haya una especie absolutamente artificial, esa larva del gusano de seda que se nutre de las hojas de mora que se le procuran y alcanzado el desarrollo vive tan sólo una horas para reproducirse. Si algún día la seda dejara de interesarnos el gusano de seda desaparecería. Se trata por así decirlo de una especie carente de intereses propios.
El perro confinado en espacios urbanos parece a veces acercarse al límite. Pues no sólo no despliega las potencialidades de la especie sino que en ocasiones procede ya de quien tampoco las desplegaba. Convertido en animal literalmente de compañía, parece carecer de función vinculada a su especie. Ya hemos visto que no es la primera vez que ello ocurre. Pero es muy difícil que la potencialidad se anule totalmente. Experiencia que conocen las víctimas de perros que abandonados individualmente en las calles urbanas de Bucarest se agrupan y recuperan su estado semi- salvaje. Ya he señalado que ello ocurre también con algunos de los perros abandonados en las carreteras durante los períodos de vacaciones, un tiempo frágiles y aislados pero readaptables y potencial amenaza para ganaderos y agricultores. "Por mucho que se expulse a la naturaleza con una furca siempre retorna" sentencia de Horacio a la que Freud añadía por su cuenta "retorna e la furca misma".
¿ Moraleja? ¡Cuidado con esa especie natural que constituye el hombre! Harían mal en confiarse aquellos que lo estiman plenamente reducido. En el seno mismo de la ignominia social, la naturaleza del hombre pugna por rebrotar y lo hará al menos puntual y esporádicamente, pues la reducción del ser humano nunca alcanza ese límite en el que la razón se vería convertida en instrumento y el lenguaje que le da soporte en mero código.
Víctor Gómez Pin, El retorno de los rasgos de la especie, El Boomeran(g), 08/01/2013
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