Mite i coneixement.
Lo primero fue el habla. Una necesidad de sentir la compañía de los otros, de
arrancarse de la originaria soledad, de emitir sonidos que la lengua fue
articulando, modulando, convirtiendo en palabra. A esa voz, enriquecida a lo
largo del tiempo, el “filósofo”, como llamaban a Aristóteles, dijo que era un
soplo, un “aire semántico”. No sólo un grito. Ese aire decía cosas, señalaba los
árboles, los mares, las estrellas, alumbraba ideas que, en principio, eran “lo
que se ve” y en esas “visiones”, creaba comunidad, solidaridad, amistad. Surgía
así un universo en el que los seres humanos comenzaron a sentirse y entenderse.
Los primeros textos en los que encontramos el sustantivo mito,
(mythos), por ejemplo en la Ilíada, significa “palabra”,
“dicho”, “conversación”.
Ese aire semántico, ese soplo de la vida, del cuerpo, empezó a llenarse de
deseos, de sueños, de sentimientos, y el mito, la voz que entonaba los
hexámetros sonoros, se cargó de contenidos en los que se roturaba el mágico,
misterioso, territorio de la imaginación. El aliento que se escapaba de los
labios de los rapsodos cantaba ya las lágrimas de Aquiles,
la constancia de Odiseo, el amor de Nausicaa,
la tristeza de Antígona, Un enriquecimiento, pues, de esos largos orígenes en
los que las palabras habían servido para comunicar a los que vivían a nuestro
lado la inevitable, gozosa, penosa a veces, experiencia del cuerpo y su destino.
La literatura, el lenguaje, que ya no indicaba sólo el mundo de las cosas que
veíamos, iba, poco a poco sembrando, inventando los mitos. El aire semántico
revestía las palabras de una luz tan intensa que podíamos descansar en ellas
nuestras cabezas, y afirmar así todo lo que jamás podrían alcanzar nuestras
manos, ni vislumbrar nuestra mirada.
Debieron pasar siglos para que se levantase el intangible acoso de la
fantasía, de las ficciones, de la poesía. La
Iliada y la
Odisea fueron dos inmensos bloques de mitos que habrían de dar sustento a
unos seres que desde la naturaleza que los constituía iban a adentrarse por el
amplio dominio de la cultura. Ese nuevo aire semántico también hacía respirar,
alimentaba la vida, ampliaba el horizonte del existir, insuflaba alegría y
esperanza. Pero sobre todo creaba libertad. Nadie podía poner ya puertas al
campo, al universo de las ficciones que nos convirtieron en animales con
logos, con palabra, donde se dibujaban otros paisajes, otros
horizontes. El cultivo, la cultura, de esos mitos fue abriendo al animal humano
el dominio que le era propio y por el que realmente existía.
La tradición filosófica nos ha entregado una de las grandes intuiciones de
aquellos primeros pensadores que se hicieron cargo de esas palabras “asombrosas
y maravillosas”. Uno de sus representantes, el “filósofo”, decía que “el amante
de los mitos tiene que ser también amante del conocimiento, de la verdad, de la
sabiduría”. Y aquí surgió un problema que ha llegado rodando, apisonando
también, aplastando, hasta nuestros días. Porque el mito que crea, y da aire a
la libertad, puede ser objeto, incluso instrumento de condena, de prohibiciones,
de incendios, cuando no deja abrir las puertas de la verdad, cuando no inspira
racionalidad y progreso, cuando no hace fluir las neuronas. El mito alumbra e
inspira, pero es siempre un paso previo en el camino del conocimiento. Enseña
libertad si no se impone por la fuerza, si no cae en manos de sectas y fanáticos
que corroen, desde la infancia, el cerebro de los que de alguna forma dominan,
para hacer olvidar el camino más largo, mas duro, mas interminable, más hermoso
del pensar. Hay que mantener el estímulo de las palabras míticas para saber que
esas palabras no acaban en ellas mismas. Abren camino, pero no son el camino
que, con la educación, con la Paideía que es cultura y no aprendizaje,
hay que andar para ser ciudadanos de una “polis” libre, de una política en la
verdad y en la siempre imprescindible justicia. En esa educación para la
ciudadanía no cabe la indecencia, ni los mitos impuestos por los profesionales
de la mentira.
Emilio Lledó, Mithos, Babelia. El País, 24/11/2012
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