La funció dels guardians en la polis platònica.
Deberemos tener presente, ante
todo, que la tarea de Platón
consiste en reconstruir una ciudad del pasado, si bien vinculada con el
presente, de tal forma que algunos de sus rasgos se conservaban todavía
claramente discernibles en los Estados existentes, por ejemplo, Esparta; y, en
segundo lugar, que Platón reconstruye
su ciudad con la vista puesta en las condiciones necesarias para lograr su
estabilidad, y que busca las garantías de esta estabilidad únicamente dentro de
la propia clase gobernante y, más especialmente, en su unión y en su fuerza.
Puede mencionarse, con respecto al origen de la clase gobernante, que Platón habla en El Político de un tiempo todavía anterior al de su Estado perfecto,
en que «el propio Dios era el pastor de los hombres, conduciéndolos y
gobernándolos exactamente del mismo modo en que el hombre ... conduce todavía a
las bestias. Entonces, no existía la... propiedad de las mujeres y de los hijos:
Eso no es tan sólo un simple símil del buen pastor; si se tiene en cuenta lo
que declara Platón en Las Leyes, debe ser interpretado de
forma más literal. En efecto, se nos dice allí que esta sociedad primitiva,
anterior aún a la ciudad primera y perfecta, se halla constituida por nómadas
pastores montañeses, y gobernada por un patriarca: «El gobierno se originó
-dice Platón, refiriéndose al
período anterior a la primera ciudad- ... como el mandato del descendiente
mayor, quien heredaba la autoridad de su padre o madre, y entonces todos los
demás lo seguían como una bandada de pájaros, formando, de ese modo, una sola
horda regida por aquella autoridad y reinado patriarcal, que de todos los
reinados es el más justo». Esas tribus nómadas se establecieron -según se
afirma- en las ciudades del Peloponeso, especialmente en Esparta, donde eran
conocidos con el nombre de dorios. Cómo sucedió esto es cosa que no ha sido
claramente explicada, pero se comprende la renuencia de Platón a hacerlo, cuando se descubre por vehementes indicios que
dicho «establecimiento» fue, en realidad, una violenta invasión. Ésa y no otra,
según todo lo hace presumir, es la verdadera historia del establecimiento
dórico en el Peloponeso. Tenemos, pues, las mejores razones para creer que Platón se propuso, con su historia,
trazar una descripción seria de los hechos prehistóricos; descripción, no sólo
del origen de la raza dominadora de los dorios, sino también del origen de su
rebaño humano, es decir, de los habitantes originarios. En un pasaje paralelo
de La República, Platón nos proporciona una descripción mitológica, aunque muy
ajustada, de la conquista misma, cuando se refiere al origen de los
«terrígenos», la clase gobernante de la ciudad perfecta. (...) He aquí la
descripción de su marcha triunfal sobre la ciudad, fundada con anterioridad por
los mercaderes y artesanos: «Una vez armados y adiestrados, los terrígenos se
abren paso hasta llegar a la ciudad bajo el mando de los guardias. y luego que
exploran el lugar, se instalan en el mejor sitio para acampar, sitio que será,
a la vez, el más adecuado para dominar a los habitantes en caso de que alguno
se resista a obedecer la ley, y para defenderse de los enemigos exteriores que
podrían caer como lobos sobre la majada», Siempre debe tenerse presente este
cuento breve y triunfal que narra el sometimiento de un pueblo sedentario a una
horda guerrera y conquistadora (identificada, en El Político, con el grupo de pastores nómadas montañeses del
período anterior al establecimiento) cuando se interpreta la reiterada
insistencia de Platón en la
afirmación de que los buenos gobernantes, ya sean dioses, semidioses o
guardianes, son los pastores patriarcales de los hombres, y de que el verdadero
arte político, el arte de gobernar, es una suerte de facultad pastoril, eso es,
el arte de manejar y dominar el rebaño humano. Es teniendo en cuenta tales
consideraciones como debemos examinar su descripción de la crianza y
adiestramiento de «los auxiliares obedientes a los gobernantes como los perros
ovejeros lo son a los pastores». (pág 60-62)
La crianza y educación de
los auxiliares y, de este modo, de la clase gobernante del Estado platónico es,
al igual que su facultad de portar armas, un símbolo de clase y, por lo tanto,
una prerrogativa de clase. Además, la crianza y la educación no son meros
símbolos vacíos sino instrumentos para el gobierno de clase, necesarios para
asegurar la estabilidad de este gobierno. Platón
los trata exclusivamente desde este punto de vista, es decir, como poderosas
armas políticas o medios útiles para arrear la majada humana y para unificar a
la clase gobernante.
Con ese objeto, es de suma
importancia que la clase dominante se sienta superior a la dominada. «La raza
de los guardianes debe mantenerse pura»; dice Platón (en defensa del infanticidio) cuando esgrime el argumento
racial, usado y repetido desde entonces, de que la cría de los animales se
lleva a cabo con mayor cuidado que la de los propios hombres. (El infanticidio
no era una institución ateniense, pero Platón,
en vista de que lo practicaban en Esparta por razones de eugenesia, llegó a la
conclusión de que debía ser una costumbre antigua y, por lo tanto, buena). Platón exige que se apliquen a la
crianza de la raza dominante los mismos principios que un criador experimentado
aplica a la de perros, caballos o pájaros. «Si no se los criase de esta manera,
¿no es obvio que la raza de nuestros pájaros o perros no tardaría en
degenerar?», reza el argumento de Platón,
cuya conclusión es que «los mismos principios se aplican a la raza de los
hombres». Las cualidades raciales que deben exigirse de un guardián o un
auxiliar son, específicamente, las correspondientes a un perro ovejero.
«Nuestros guerreros-atletas... deben mostrarse vigilantes como los perros
guardianes», sostiene Platón,
argumentando: «Por cierto que no existe ninguna diferencia, en lo que a su
aptitud natural para mantenerse vigilantes se refiere, entre un agraciado joven
y un perro de raza». En su entusiasta admiración por los perros, Platón llega a
atribuirles, incluso, «una auténtica naturaleza filosófica», pues, «¿no es el
amor al saber idéntico a la actitud filosófica» (Rep. 343b, 375ª-376b, 404ª,
440d, 451b-e, 459ª-460c, 446c-d). (pág. 62)
En verdad, sería
«simplemente monstruoso que los pastores se sirvieran de perros... capaces de
atacar a las ovejas, comportándose más como lobos que como perros». El problema
entraña gran importancia desde el punto de vista del equilibrio político o,
mejor dicho, de la estabilidad del Estado, pues Platón no confía en un equilibrio de las fuerzas de las diversas
clases, dado que ello sería inestable. Claro está que tampoco es posible
controlar a la clase gobernante con sus poderes arbitrarios y su bravura,
mediante la fuerza contraria de los súbditos, pues la superioridad de la clase
gobernante debe mantenerse intacta. La única forma de control posible para la
clase gobernante es, por lo tanto, el autocontrol. (págs. 62-63)
El objetivo educacional de Platón es exactamente el mismo.
Consiste en el propósito puramente político de estabilizar el Estado mediante
la combinación de los elementos de bravura y mansedumbre en el carácter de los
gobernantes. Platón correlaciona las
dos disciplinas en que eran educados los niños de la clase alta griega, es decir,
la gimnasia y la música (esta última tomada en el sentido más lato de la
palabra, incluidos todos los estudios literarios), con los dos elementos del
carácter, a saber, la fiereza y la mansedumbre. «¿No habéis observado -pregunta Platón- cómo reacciona el
carácter cuando se lo somete a un adiestramiento exclusivamente gimnástico, sin
participación de la música, o a la inversa? ... Una educación exclusivamente
física da por resultado individuos más fieros de lo deseable, en tanto que un
exceso análogo de música los hace demasiado blandos... Por nuestra parte,
sostenemos que nuestros guardianes deben reunir ambas modalidades... Por eso
creo que algún dios debe haberle dado al hombre estas dos artes: la música y la
gimnasia, con el propósito, no tanto de servir al alma y al cuerpo
respectivamente, sino más bien, de armonizar adecuadamente las dos cuerdas
principales», vale decir, los dos elementos del alma, la mansedumbre y la
fiereza. «Ésos son, pues, los bosquejos de nuestro sistema de educación y adiesramiento», expresa Platón como
conclusión de su análisis. (pág. 63)
Tal, pues, la reseña de la
teoría platónica del Estado mejor o más antiguo, de la ciudad que trata a su
población humana exactamente como un pastor sabio, pero severo, trata a su
majada; no con demasiada crueldad, pero sí con el desdén conveniente. (Rep. 460c,
459b, 404ª, 375ª, 376ª/b, 376b, 375b, 375c-e) (pág. 65)
Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Primera Parte, Ediciones Orbis, Barna 1985
Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Primera Parte, Ediciones Orbis, Barna 1985
Comentaris