Analogia individu-Estat en Plató.
Dijimos más arriba que en
virtud de su autosuficiencia el Estado ideal es, para Platón, el individuo perfecto, en tanto que el ciudadano individual
es, consecuentemente, una copia imperfecta del Estado. Esa concepción convierte
al Estado en una especie de superorganismo o Leviatán, introduce por primera
vez en Occidente la llamada teoría orgánica o biológica Estado. Más adelante
haremos la crítica del principio que da base a esta teoría. Por ahora,
concentraremos la atención en el hecho de que Platón defiende dicha teoría y de que, prácticamente, no llega a
efectuar una formulación explícita de la misma. Sin embargo, no cuesta trabajo
deducirla y, en realidad, la analogía fundamental entre el Estado y el
individuo humano constituye uno de los tópicos corrientes de La República. No estará de más decir, en
este sentido, que la analogía sirve más para analizar al individuo que al
Estado. Quizá pudiera defenderse la opinión de que Platón (tal vez bajo la influencia de Alcmeón) más que una teoría
biológica del Estado, ha ideado una teoría política del individuo humano. A mi
juicio, esta concepción se halla perfectamente de acuerdo con su doctrina de
que el individuo es inferior al Estado y constituye una especie de copia
imperfecta del mismo. Allí donde Platón
introduce su analogía fundamental es con el objeto de utilizarla de esta
manera, es decir, como método para explicar al individuo. La ciudad -nos dice Platón-es más grande que el individuo
y, por consiguiente, más fácil de examinar; su finalidad es, en esta ocasión,
justificar su afirmación de que «debemos comenzar nuestra indagación (de la
naturaleza de la justicia) en la ciudad y continuarla luego en el individuo,
buscando siempre los puntos de semejanza... ¿No cabe esperar, en esa forma, un discernimiento
más fácil de aquello que perseguimos?» (págs. 86-87)
Por su manera de introducirla, fácilmente se observa que Platón da por sentada la existencia de su analogía fundamental. Este hecho es, a mi parecer, expresión de su anhelo de un Estado unificado y armonioso, de un Estado «orgánico», semejante a las sociedades de tipo más primitivo. La ciudad-Estado debe permanecer pequeña, afirma, creciendo lentamente y sólo mientras su desarrollo no ponga en peligro su unidad. La ciudad entera debe ser, por su naturaleza, una sola y no muchas. Vemos pues, cómo insiste Platón en la «unidad» o individualidad de la ciudad. Pero, al mismo tiempo, hace resaltar la «pluralidad» del individuo humano. En su examen del alma individual y de su división en tres partes, a saber, la razón, la energía y los instintos animales, todas las cuales corresponden a las tres clases de su Estado ·la de los magistrados o guardias, la de los guerreros y la de los artesanos (que todavía siguen «llenándose el vientre como bestias», según Heráclito)-, Platón llega a oponer estas partes entre sí, como si se tratase de «personas distintas y antagónicas». «Se nos dice, así -expresa Grote-, que aunque el hombre parezca ser Uno, es, en realidad, Muchos... y si bien la perfecta Nación parece ser Muchos es, en realidad, Una sola.» Está bien claro que eso corresponde perfectamente al carácter ideal del Estado, del cual el individuo es sólo una especie de copia imperfecta. Esta insistencia en la unidad y la totalidad -en particular del Estado, pero quizá, también, de todo el universo- podría considerarse una expresión de «holismo». A mi juicio, el holismo platónico se halla íntimamente relacionado con el colectivismo tribal de que hablamos en capítulos anteriores. No debemos olvidar que Platón añoraba permanentemente la perdida unidad de la vida tribal. Una vida en perpetua transformación, en medio de una revolución social, le parecía carecer de realidad. Sólo un todo estable -la colectividad que permanece- posee realidad, y no los individuos caducos. Así, es «natural» que el individuo se someta al todo, que no es tan sólo la suma de muchos individuos, sino una unidad «natural» de orden superior. (págs.87-88)
Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Primera Parte, Ediciones Orbis, Barna 1985
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