Els rics estan cansats de tanta "solidaritat".

No lo puedo negar, nací en Valladolid y vivo en Sevilla. Me siento castellano, me siento andaluz y también catalán. Viví cinco deslumbrantes años en Barcelona. Para mí es una evidencia que en la alquimia de mi identidad hay compuestos catalanes. Estoy igualmente convencido de que en el imaginario colectivo de la identidad española hay muchos compuestos catalanes, que no se limitan a la palabra cap-i-cúa ó a la salsa al-i-oli.

Una parte muy importante de los catalanes lleva años elaborando un discurso de rechazo y de malestar. Habla de su cuestión identitaria como un asunto exclusivo, que no incorpora nada de Andalucía, de Castilla o de Extremadura. Ciertamente en el discurso se deslizan frecuentemente expresiones de negación u oposición al sentimiento identitario español. No es el día ni el momento para analizar las posiciones “negociadoras” del partido político catalán que más tiempo ha gobernado en la Generalitat. Es una opción política para mi muy lejana, tanto en su ideario, como en su expresión programática y, especialmente, en sus actuaciones políticas como gobernantes.

Pero el discurso ha evolucionado recientemente. Millones de catalanes se han manifestado a favor de la independencia. Me interesa más analizar el discurso actual de los partidos que se consideran parte integrante de España y con una visión social y progresista de la realidad. Es con este referente con el que escribo este artículo.

Las últimas cifras nos dicen que la renta per cápita en Catalunya es 27.430€, en tanto que la de Andalucía es 17.587€. Un territorio rico reivindica un mejor trato. Las ventas de bienes y servicios de Catalunya al resto del estado español son el 48% de sus “exportaciones”. Es decir, los catalanes obtienen una parte mayoritaria de su renta de las relaciones de intercambio comercial con otras comunidades autónomas españolas. Catalunya absorbe el 78% de los saldos positivos de comercio interregional. Es decir para esta Comunidad Autónoma el mercado del resto de España es muy importante y  los intercambios estatales están fuertemente polarizados por las ventas catalanas.

Alemania mantiene la misma relación con los países del espacio comercial abierto del sur de Europa gracias a la Unión Europea. Ha vendido en España, incluida Catalunya, millones de coches, lavadoras, máquinas y artilugios de todo tipo en condiciones de circulación libre.

El sistema actual considera que los impuestos de este formidable negocio pertenecen, obviamente, al estado donde radican las empresas que producen estos bienes y servicios. Hemos construido un sistema en el que esta concentración de riqueza es “su mérito y su derecho”. A cambio de haber desarmado nuestros mecanismos de protección y contribución a la financiación del estado (aranceles a las importaciones), la Unión Europea nos obsequia con los fondos estructurales, expresión, dicen ellos, de la solidaridad de los países más ricos con los países más pobres. Aunque me parece que los países ricos ya se han cansado de tanta “solidaridad” y que ahora ya solo quieren libertad para vender sus productos.

Estas actitudes de los países ricos son lógicas. Los alemanes no se sienten españoles, no ven ninguna razón para compartir la riqueza obtenida como justo resultado de la liberalización de los mercados y de su mayor competitividad. Ellos piensan que sus ciudadanos se han ganado el derecho al estado del bienestar de primer nivel. Mientras que los ciudadanos de los países que compraron sus productos en Europa y recibieron los préstamos para financiar viviendas e infraestructuras, deben dedicarse a obtener recursos para devolverles los préstamos y renunciar a unas coberturas y seguridades que no les pertenecen.

Es lógico que los ciudadanos residentes en Catalunya entiendan que la balanza fiscal es un buen campo demostrativo de sus derechos no reconocidos. También cuentan con el referente y agravio comparativo de las dos comunidades autónomas con mayor renta per cápita, Euskadi y Navarra, que disfrutan de una posición ventajosa gracias al Concierto Económico. El ejemplo de Alemania y otros países ricos es muy elocuente. Ellos, como los alemanes, quieren que los impuestos generados por unas relaciones de intercambio comercial positivas se traduzcan en prestaciones para los ciudadanos de Catalunya. Ya decidirán ellos si quieren ser solidarios o no, el dinero es suyo. La izquierda catalana se centra en denunciar a la entidad estado como apropiador de los recursos que ellos usarían para redistribuir la renta entre sus ciudadanos.

A mi esta argumentación no me cuadra, ni la de los alemanes con los países del sur, ni la de las comunidades autónomas españolas más ricas con respecto al resto.

La posición de Alemania, y la de los catalanes que reivindican el desacoplamiento de España, pierde de vista las ventajas que reporta una posición de liderazgo, de hegemonía territorial. Una posición no basada en las posiciones coloniales de expolio por la fuerza, ni en la imposición política y legal del predominio de las economías fuertes sobre las más débiles. Si los fuertes aspiran a posiciones de liderazgo deben aceptar los mecanismos de redistribución social y territorial de la riqueza y de igualación progresiva de las condiciones de bienestar de la población.

Comparto el malestar de los catalanes por la negativa del Constitucional a contenidos del Estatut que no afectan a los intereses de relación equitativa en el marco del Estado. Tampoco me parece razonable que la circulación por las autovías no tenga un tratamiento similar en toda España, en toda Europa diría yo. Pero no entiendo que estas mismas personas no se fijen en las diferencias de dotaciones de equipamientos y servicios públicos en diferentes territorios amparados por la libertad de circulación y por las mismas leyes.

Creo que Europa es un proyecto histórico muy atractivo e interesante para todos si logramos que las conquistas en libertad cívica y en libertad de circulación e intercambios estuvieran acompañadas de un contrato social basado también en la igualdad (en prestaciones del estado del bienestar) y en la solidaridad (atención a toda la humanidad en condiciones de inferioridad).

Yo me siento catalán, entiendo el malestar de millones de catalanes con la falta de reconocimiento del resto del estado español. Es una sociedad muy viva, muy dinámica y creativa que se enriqueció durante el siglo XX cultural y socialmente con la integración de centenares de miles de personas procedentes de otros territorios españoles. No entiendo que no se sientan pertenecientes al espacio identitario en el que se ancla el origen de su prosperidad, parte de sus servicios ambientales y la cuna de una gran parte de sus habitantes, tampoco entiendo el empeño de muchos españoles en rechazar a lo catalán de su identidad.

Yo me siento europeo, pero no me siento alemán, ni holandés. Estoy convencido de que la línea de progreso en este siglo XXI es la equiparación del tratamiento en coberturas y prestaciones para todos los ciudadanos residentes en territorios con libertad de circulación de mercancías, personas y capitales y en una armonización de las regulaciones de actividades. Es decir, se trata de avanzar en la integración fiscal, en la igualación de prestaciones sociales y en la armonización de legislaciones a nivel europeo. Nos toca ponernos a la tarea de resolver las cuestiones básicas de financiación, salud, educación y servicios sociales para los europeos y para todos los españoles. Por todo esto y algunas cosas más, no entiendo la posición actual de millones de catalanes y no entiendo a la izquierda catalana. Yo voto seguir elaborando un estado integrado, que reconozca identidades y singularidades, con una visión de igualdad y solidaridad, en el que todos nos beneficiemos del liderazgo económico y social de Catalunya.

Juan Requejo Liberal, Yo me siento catalán, Público, 13/11/2012

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