Acumular capital, un fi en si mateix.
Se diría que en los medios habita una tendencia intrínseca a convertirse en
fines: una vez establecido un procedimiento pautado para la consecución de un
fin, e ingeniados los medios necesarios para ello, los medios (sobre todo cuando
están agrupados en esos complejos nexos de medios que llamamos instituciones)
tienden a adquirir autonomía, una vida propia sospechosa e inquietante. Se
desvinculan del fin para el que fueron concebidos y se convierten en fines en sí
mismos. Medios sin fin, se titula un libro de Giorgio Agamben. La
proliferación de instituciones parece actuar como una multiplicación de
sumideros que absorben e inutilizan porcentajes cada vez mayores de la energía
social. Podríamos llamar a este fenómeno el principio de la degeneración de
los medios en fines.[1]
Un ejemplo cruento, que llegó a las páginas de la prensa en febrero de 1997. Dos famosos urólogos franceses, Georges Rossignol y Pierre Léandri, se ganaron una excelente reputación gracias al gran número de cánceres de vesícula y próstata que –en apariencia– habían resuelto satisfactoriamente desde 1980 en su clínica de Languedoc. Sin embargo, a mediados de los noventa acabaron en los tribunales, donde se constató que habían operado al menos cincuenta y dos tumores inexistentes (con secuelas de impotencia o incontinencia para los infortunados pacientes), realizando esta innecesaria orgía quirúrgica para mantener el ritmo de actividad que necesitaba la amortización de las costosas instalaciones de su clínica privada.
Cabría pensar que se trata de un caso extremo, una infrecuente excepción que
caería del lado de la chapuza monstruosa, más que representar un síntoma de
procedimientos muy extendidos y generales. Pero un espíritu avisado, a poco que
reflexione, mire a su alrededor y se documente con tino, dará más bien en la
opinión contraria: en casos de degeneración de los medios en fines como el de la
clínica del Languedoc se pone de manifiesto algo muy general en el capitalismo
de las transnacionales. Así, por ejemplo, donde las empresas farmacéuticas
buscaban antaño nuevos fármacos para tratar enfermedades existentes, se inventan
hoy nuevas enfermedades para poder vender mejor fármacos existentes. Un ejemplo
espectacular, de los años 1999-2000, es el de la invención del llamado “síndrome
de ansiedad social” en EE.UU… con el objetivo de lanzar las ventas del
antidepresivo Paxil (de Glaxo Smith-Kline).
“Primero, vender la enfermedad; luego, el fármaco. Ésta es una técnica
comercial utilizada por algunas compañías farmacéuticas para introducir un nuevo
producto o una nueva indicación terapéutica del ya existente. Quizás muchos
ciudadanos no habían oído hablar antes de esos síntomas que constituyen el nuevo
síndrome, pero al saberlos se reconocen en ellos. A partir de aquí surgen
porcentajes de población afectada hasta entonces nunca cuantificada,
especialmente en el campo de los trastornos mentales, más emocionales que
psiquiátricos. Éste es el terreno últimamente más trabajado por los laboratorios
para una sociedad opulenta que busca en una píldora la felicidad o la ausencia
total de sufrimiento.”[2]
El capitalismo en su conjunto es el ejemplo más grandioso de ese desbocarse y
autonomizarse de los medios que acaban convirtiéndose en fines. Para los
economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx) la acumulación de
capital no era un fin en sí mismo: se trataba de producir riqueza suficiente
como para que los seres humanos pudiesen vivir bien. Todavía para Alfred
Marshall la economía era –aristotélicamente— el estudio de “los requisitos
materiales del bienestar”, y su discípulo Keynes compartía esa idea. Después, a
lo largo del siglo XX, esa noción se rompe: se impone el marginalismo neoclásico
desligado de toda noción de vida buena. La Bestia está suelta: acumular capital
para acumular capital para acumular capital…
Jorge Riechmann, medios que degeneren en fines, tratar de comprender, tratar de ayudar, 12/11/2012
[1]
Miguel Ángel Quintanilla evoca “una especie de ley de hierro de la innovación
tecnológica que podría formularse así: Todo medio necesario para conseguir
un fin importante tiende a transformarse él mismo en un fin. Antes de que
tuviéramos automóviles nadie pensaba en viajar a cien kilómetros por hora; ahora
es casi una necesidad vital. El correo electrónico era al principio un capricho
tecnológico; hoy sufrimos si no podemos hacer llegar nuestro mensaje de forma
instantánea a cualquier persona en cualquier parte del mundo, en cualquier
momento…” M.A. Quintanilla, “Medios y fines en la red”, Público, 8 de
febrero de 2011.
[2]
Sankar Vedantam: “Así se vendió la ‘píldora de la timidez’.” El País,
22 de julio de 2001, p. 30.
Comentaris