L'única pàtria decent.


La única patria decente, dice Fernando Savater, es la infancia. Todos tenemos una patria así. En ella están los lugares en los que vivimos, la lengua con que aprendimos a nombrar el mundo y a disipar el miedo a la ausencia de los seres amados. Están los juegos misteriosos, las olorosas fiestas en la cocina, las historias que escuchamos de los labios de los adultos, las primeras lecturas, las canciones que acompañaron nuestro despertar a la vida, los cines y las películas amadas. Y esa patria oculta, secreta, nada tiene que ver con las banderas, los himnos, las fingidas lecciones de la historia, los tertulianos y los equipos de fútbol que pueblan esos parques temáticos de la identidad a que tan proclives son todos los patriotismos. Tiene que ver con aquello de lo que no somos dueños, representa lo más íntimo y escondido de cada uno, pero es también la puerta por la que entra en nosotros el mundo con toda su diversidad.

Recuerda a la balsa en que Huck y su amigo Jim huyen por el río Misisipi en la novela de Mark Twain. Era un tiempo en que un negro y un blanco pertenecían a mundos irreconciliables. Lionel Trilling dice que el niño y el esclavo negro forman una familia, una comunidad de santos porque de ellos “está ausente el orgullo”. Esa balsa no está alejada de la política. No hay nadie más responsable que Huck. Su simpatía ante todos los seres humanos es inmediata. Se conmueve en el circo ante un hombre que se cae del caballo y su alto sentido de la libertad le hace lamentar que lleven a la cárcel a una pandilla de maleantes, al pensar que él mismo, con un poco de mala suerte, podría haber formado parte de ella. Pero enseguida admite que de haber sido así habría tenido que pagar por ello y aprender a soportarlo. La política tiene por fin la organización de la sociedad. Es una tarea complicada y necesaria que persigue el bien común, la libertad y la igualdad de todos lo seres humanos. Ramón López Velarde y Mark Twain nos animan a no dejar fuera de ella la poesía, que es la actividad humana que tiene una conciencia más precisa e intensa de la variedad, la posibilidad, la complejidad y la dificultad de esa vida en común. No deberíamos olvidar esto en unos tiempos en que Europa se ha transformado poco más que en un casino donde solo el dios vulgar del dinero impone su ley. La Europa de la especulación, de las oscuras finanzas, de los paraísos fiscales, de los barrios financieros, de los políticos indiferentes al sufrimiento de los que representan, del recelo frente a los emigrantes y del desprecio a lo público, nada tienen que ver con aquella Europa de la solidaridad y la cultura con la que soñábamos. Era la vieja idea de “cultura” como paideia propugnada por la tradición platónica. La cultura como medio para proporcionar a la vida social los objetos correctos, justos y bellos; pero también como ejercicio crítico, como búsqueda de la justicia. Esa relación entre sueño y razón, entre utopía e ironía es la que reina en la balsa de Huck. (...)

Me pregunto si entre nosotros aún es posible un lugar así. Esa sería nuestra verdadera patria, la única que merecería la pena salvar. Un lugar complejo, amigable y lírico, al que raras veces las ideas y las tareas cotidianas de la política actual hacen justicia. Un lugar modulado en nuestros sueños “al golpe cadencioso de las hachas / entre risas y gritos de muchachas / y pájaros de oficio carpintero”. Un lugar como la balsa de Huck y Jim, tan ajeno a los delirios de la identidad como a la arrogancia de tantos viajeros. Porque ¿acaso hay un sentimiento más absurdo que el orgullo cuando se va en una balsa que nadie sabe adónde se dirige?

Gustavo Marín Garzo, 'Suave patria', El País, 25/11/2012
http://elpais.com/elpais/2012/11/01/opinion/1351792559_193447.html

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