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Thomas Mann |
Las cosas de este mundo, enseñó Platón,
no tienen un ser verdadero; siempre están deviniendo, pero jamás son. No valen
para ser objetos de un conocimiento auténtico, pues éste puede referirse tan
sólo a lo que es en sí y para sí y es siempre de la misma manera; mas las cosas
de este mundo, por su pluralidad y por su ser meramente relativo, prestado, al
que de igual modo se podría llamar un no ser, son siempre tan sólo objeto de
una opinión originada en la impresión sensible. Son sombras. Lo único que es de
verdad, lo que es siempre y nunca deviene ni perece, son los prototipos reales
de aquellas imágenes de sombra, es decir, las Ideas eternas, las protoformas de todas las cosas. Ellas, las
ideas, no tienen pluralidad, pues todo ser es, por su esencia, único, es
precisamente el prototipo, cuyas copias o sombras son nada más que cosas que
llevan su mismo nombre, cosas individuales, pasajeras, pertenecientes a la
misma especie. Las Ideas no nacen y mueren, como les ocurre a sus copias; las
ideas son ajenas al tiempo, son de verdad, no devienen ni desaparecen, como sus
copias efímeras. Por tanto, un conocimiento auténtico lo hay tan sólo de las
ideas, en cuanto ellas son lo que es
siempre y en todos los aspectos. Dicho de modo concreto: El león es la Idea; un
león es un mero fenómeno y no puede ser, en consecuencia, objeto de
conocimiento puro. Es cierto que podría hacerse la objeción, bastante banal, de
que sólo la imagen fenoménica del león individual, del león “empírico”, nos
otorga la posibilidad de obtener conocimientos sobre el león como tal y en
general, sobre el león como Idea. Pero precisamente el subordinar
espiritualmente de modo inmediato a la leonitas,
a la Idea de león, a la imagen mental pura y universal de éste, la experiencia
hecha con la imagen fenoménica individual del león; precisamente el subsumir
toda percepción espacial y temporal bajo lo general y espiritual, es decir, una
operación abstractiva; precisamente el darse cuenta de que cada realidad es
condicionada y transitoria, el profundizar y purificar el mero ver elevándolo a
la categoría de intuición de la
verdad incondicionada, límpida, eterna, que se halla detrás y por encima de los
múltiples fenómenos individuales, y a cuyo nombre atienden éstos; precisamente
eso es o que constituye el desafío filosófico que Platón planteó a la humanidad de su tiempo. (pàgs. 27-28)
Thomas Mann, “Schopenhauer”, en Schopenhauer, Nietzsche, Freud,
Bruguera, Barna 1984
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