Nadal feliç?
El Roto |
No llama la atención pero es muy llamativo que todas
estas Fiestas de Navidad se consideren tan necesariamente familiares. No
lo son porque lo sean sino porque deben serlo.
¿Nadie
lo ordena? La Historia de la familia en nuestro espacio cultural
conserva esta inducción, muy severa, a celebrar la fechas con los
hermanos, padres, cuñados, nietos, abuelos, yernos, nueras y no sé que
otros muchos parentescos más que se ven concitados a reunirse y a comer
(en cenas o almuerzos) grupalmente. De una parte, hay quien lo toma como
una crucifixión pero otros lo echarían de menos si no rigiera esta
clase de invisible coerción a juntarse alrededor de una mesa bien
puesta.
No siempre es feliz este agrupamiento,
claro está. Y no siempre las cenas más festivas terminan alborozadas
pero aquí reside, precisamente su interés. Las familias estrechan sus
contactos, reducen las distancias de sus domicilios y se someten al
experimento de compartir a fecha fija un supuesto acontecimiento feliz
que los envuelve. Pero esta felicidad tiene por singular característica
que no procede de nada inesperado o celestial sino que se fija
estrictamente en unos días como si de hecho la felicidad no tuviera otra
opción que presentarse en el orden del día fijado para la reunión. Pero
realmente, como es de esperar, la felicidad siempre posee sus planes
autónomos o independientes. Es arbitraria, es voluble, es caprichosa,
es más bien tonta y no lleva ni agenda ni reloj. La felicidad es como el
mercurio en los tiempos que el mercurio se nos presentaba a través del
termómetro roto y como un metal (o un animal) que nadie podía
controlar del todo. La felicidad es mercurial, deslizante, inaprensible.
¿Cómo encerrarla en el tosco reducto de una congregación familiar? Nada
más opuesto a la ominosa elegancia de su naturaleza. A su ser
vocacionalmente delictivo. La felicidad viene y va. Se pasea por el
mundo como una entidad sin dependencias ni leyes cronologías. Hay de
todo dentro de la felicidad y mucho más también fuera de ella, Puede
hacer feliz a un desvalido concediéndole un sabor de miel superlativa o
compensar incalculablemente a un rico prestándole la oportunidad de
vivir sin techo junto a un cuerpo de miel. La felicidad no tiene signo,
ni residencia fija. Va de aquí para allá. ¿Convocarla en Navidad? El
resultado suele ser tan baldío que de una u otra manera enseña, año tras
año, que las celebraciones de los días navideños se relacionan más con
el desengaño que con la satisfacción. Más con el dolor que con el gozo,
más con la melancolía que con el mazapán, más con la experiencia de
recuerdos insondables, manifiestamente oscuros, que con las luces del
árbol, la purpurina y los villancicos que siendo tan simples dan tanto
que pensar.
Vicente Verdú, Feliz Navidad, El Boomeran(g), 19/12/2014
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