Comprendre i no transformar.
El filósofo aspira a ser synoptikós,
diríamos con el Platón de la República –trata
de llegar a una visión de la realidad que sea amplia, panorámica y compleja a
la vez. El problema surge cuando este sujeto se iza hasta esa especie de
visión, advierte entonces lo desordenado y deforme del mundo humano, y se
propone –¡valiente synoptikós estaría hecho si no!– cambiarlo. (El lugar
clásico de esa toma de conciencia, huelga decirlo, es la famosísima undécima
tesis de Marx sobre Feuerbach: “los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos
el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo“). Pero
sucede que como individuos conscientes somos capaces de comprender mucho más
de lo que podemos transformar, en este opaco mundo nuestro compuesto por
totalidades complejas que interactúan entre sí, conectadas por múltiples
vínculos y realimentaciones (hemos aprendido a llamar a esas totalidades sistemas
complejos adaptativos). Hay en esta asimetría una suerte de impotencia de
la razón que aflige especialmente al filósofo synoptikós: comprender
males (naturales y sociales) que apenas se podrán cambiar, y sólo si con ese
objetivo se lograsen coordinar, y mantener en el tiempo, vastos esfuerzos de
acción colectiva –y en muchos casos sólo como resultados imprevistos,
laterales, sorprendentes, de otra clase de esfuerzos que perseguían otros
fines… La razón ilustrada subestimó enormemente la dificultad de reducir los
males que menoscaban la condición humana.
Jorge Riechmann, visión sinóptica, tratar de
comprender, tratar de ayudar, 30/12/2014
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