L'esquerra contra la "societat de masses".
El auge de los autoritarismos en la década de los años 30 del siglo
XX, de la que hablamos en la primera parte de la clase, va a suponer un punto
de inflexión en la consideración teórica de las masas desde la izquierda, en
buena medida gracias al contacto entre psicoanálisis y marxismo, es decir entre
dos perspectivas antepuestas e irreconciliables acerca de las muchedumbres activas
en las ciudades del mundo industrializado, de un lado la de Freud, deudora de
Le Bon y los teóricos reaccionarios en su línea; del otro, la confianza de
Marx, Engels y Lenin en la genialidad natural de las masas. De corresponder a
quienes desde una posición u otra recelan y temen su potencial revolucionario,
pasa a convertirse, frente al terrible espectáculo del apoyo popular a los
grandes movimientos totalitarios, en denuncia de la facilidad con que caen en
manos de demagogos enloquecidos. La izquierda freudiana que encarnan Paul
Federn, Erich Fromm o Wilhem Reich señala que la regresión afectiva,
intelectual y moral que experimentan los individuos subsumidos en una masa
conduce no a la revolución, sino al fanatismo, como si los acontecimientos que
preparan la segunda guerra mundial fueran la confirmación del símil que los
teóricos de la psicología de masas habían tantas veces propuesto entre los
estados de fervor colectivo y la hipnosis.
Porque en eso consistió el auge
del estalinismo, del fascismo o del nazismo según su interpretación en clave
psicoanalítica: en un colosal mecanismo de sugestión a través del cual líderes
carismáticos perversos habían conseguido secuestrar la conciencia y la voluntad
de la gente hasta convertirla en una horda de títeres sanguinarios,
capitalizando en su favor la ansiedad provocada por una economía sexual
restrictiva. A partir de ese momento, no sólo todos los ensayos de confluencia
entre psicoanálisis y marxismo asumirán postulados en relación con el asunto de
las multitudes que hasta bien entrado el siglo XX habían sido exclusivos del
pensamiento burgués-reformista o conservador, sino que tan asunción acabará
impregnado el grueso de la Escuela de Frankfort, que incorporará a la crítica a
las masas elementos de la teoría de la alienación de Marx y Engels, relativa a
los factores que, propiciados por la explotación capitalista, obstaculizan la
realización de las mejores cualidades humanas.
Es ese el marco en que empiezan a
circular producciones teóricas que alcanzarán una notable popularidad e
influencia en los Estados Unidos en la década de los 50, como el estudio
dirigido por Theodor Adorno y publicado con el título de La personalidad autoritaria (Akal), un concepto deudor del
"carácter autoritario" al que antes se habían referido Reich y Fromm.
Tal sensibilidad hacia los condicionantes psicológicos del cambio de bando de
las masas, propia del psicoanálisis suavemente marxista y de los autores
frankfurterianos fue asumida por la intelectualidad liberal estadounidense, en
un clima al que no es ajena la aportación de Hannah Arendt sobre la distinción
pueblo-populacho a propósito del Estado totalitario y la complicidad que en su
constitución y mantenimiento encuentra este en las masas, concebidas de manera
paradójica como la consecuencia de una sociedad sin clases. Esto lo tenéis en un
libro bien conocido, publicado en 1958, que es Los
orígenes del totalitarismo (Taurus). En la mejor línea reaccionaria de
Gustave Le Bon –a quien dedica un encendido elogio–, Arendt ve la masas como
una entidad amorfa, ajena o contraria a toda estructuración o jerarquía
organizativa, impulsada por instintos "más allá del control del individuo
y, por ello, más allá de la razón", sin ideales, sin intereses, estúpida,
y por tanto maleable desde la demagogia, en todo momento predispuesta para que
en su seno se generen bandas violentas e irracionales, que Arendt llama mob, del latin mobile vulgus, es decir vulgo caprichoso y sin criterio.
A partir de determinado momento,
después de la segunda guerra mundial, ese papel central otorgado a las masas en
los discursos para la transformación socialista y el derrocamiento del
capitalismo desaparece o se debilita en una buena parte de la izquierda
intelectual, que parece renunciar al leninismo como metodología revolucionaria
y hace suyas las presunciones individualistas de la tradición
liberal-republicana, con su consabida censura de la "sociedad de
masas" y la pereza intelectual de las "mayorías silenciosas". El exitoso libro de David Riesman La muchedumbre solitaria (1950, en Paidós),
implicará una formalización sociológica de ese personaje "dirigido por
otros" que se instalará en la cultura popular de los países
industrializados y vendrá a ser algo así como el engarce que vinculará el
"hombre-masa" orteguiano con "el hombre unidimensional" de
Marcuse (El hombre unidimensional,
Ariel). Se vuelve así a asimilar la masa a una nube densa de individuos desanclados, que se agitan como
zombis por los espacios del consumo y el ocio irresponsable, atontados ante todos
los reflejos que se hacen brillar ante ellos o que se amontonan fascinados por
todo tipo de espectáculos no en vano presentados como "de masas".
La concreción de todo ello es que
al marco de las turbulencias obreras y estudiantiles de los años 60 del siglo
pasado concurren dos tendencias. Una se mantiene fiel al canon marxista sobre
el papel central atribuido a las masas, aunque ahora sea de la mano de
corrientes que se colocan a la izquierda de los partidos comunistas
institucionalizados y que se definen como castristas, guevaristas, trotskistas
o maoístas. Pero, en paralelo, surgen corrientes de pensamiento revolucionario
que, procuradas desde la izquierda contracultural norteamericana, los
situacionistas o desde corrientes neomarxistas o neoanarquistas europeas,
asumen como propia la que hasta hacía unas décadas había sido la crítica a las
masas propia de la tradición liberal, incluyendo una nueva manera de vindicar
los valores de la subjetividad personal y la soberanía del individuo, incluyendo
implícita o explícitamente buen número de las premisas de la psicología de
masas de finales del XIX. Un ejemplo lo tenemos en cómo en su teorización de lo
que había sido la ocupación de la Columbia University en 1969, Marc Rudo titule
uno de sus apartados "El fracaso de la 'política de masas". Esto está
en "Columbia: notas sobre la
rebelión de la primavera", en Textos
de la nueva izquierda (Castellote).
Manuel Delgado, La nueva izquierda contra las masas, El cor de les aparences, 14/12/2014
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