Creure que som lliures.
Uno de los grandes debates de ahora y de siempre es el del libre
albedrío. Según una corriente de pensamiento, el Universo es
determinista. Quiere esto decir que el curso de los fenómenos que han
tenido y tendrán lugar está predeterminado en virtud de la configuración
inicial del Universo y de las leyes que lo gobiernan. Entre esos
fenómenos se encontrarían también las decisiones y actos humanos. El
punto de vista opuesto defiende la existencia del libre albedrío, la capacidad
para planificar el futuro, tomar decisiones de forma libre y
consciente, y llevarlas a cabo. Se entiende, claro está, que esas
decisiones se toman en ausencia de presiones no razonables que las
pudieran condicionar completamente. Y, por supuesto, si existe el libre
albedrío también existe la responsabilidad por las decisiones tomadas.
Al igual que ha ocurrido en otros terrenos –como el de las emociones o
el de la ética- también en éste las neurociencias van teniendo cada vez
más que decir. No en vano es el sistema nervioso central, o una parte
del mismo, el que toma las decisiones. En este debate lo que se
contrapone es si somos realmente conscientes de las decisión que tomamos
o si, por el contrario, las toma nuestra mente sin que nuestro yo
consciente intervenga. A tenor de lo que indican ciertos resultados
experimentales, es posible que tomemos las decisiones antes de ser
conscientes de ello, aunque también hay resultados que cuestionan los anteriores.
Este debate no sólo tiene importantes implicaciones filosóficas;
también las tiene en el terreno de la ética y el derecho. Si en algún
momento se llegase a la conclusión de que carecemos de libre albedrío,
deberíamos reformular todo el sistema jurídico penal, sin ir más lejos.
De hecho, cuando a las personas se las persuade de que, efectivamente,
el libre albedrío no existe, tienen mayor tendencia a hacer trampas y se
despreocupan de que los malhechores sean castigados. Ya sea por
implicaciones como
las citadas o, sencillamente, porque nos cuesta aceptar la idea de que
quizás no decidamos consciente y libremente, lo cierto es que creemos
con firmeza en el libre albedrío.
El filósofo experimental Fred Nahmias es una de las personas que más
ha investigado en estos temas en los últimos años. En unos experimentos
recientes, cuyos resultados ha publicado la revista Cognition,
Nahmias dijo a 278 personas que había conseguido averiguar, mediante un
dispositivo que registra la actividad cerebral, todas las decisiones que
en lo sucesivo tomaría una mujer llamada Jill, incluida la del sentido
de su voto en las siguientes elecciones. Pues bien, aunque esas personas
no dudaron de la veracidad de la declaración de Nahmias, el 92% dijeron
que la decisión de voto de Jill había sido una decisión libre. Se
supone que si el aparato de Nahmias era capaz de predecir el
comportamiento de Jill, ello era debido a que dicho comportamiento
estaba predeterminado, por lo que, de ser cierta la declaración de
Nahmias, ninguna de las decisiones de Jill ni, para el caso, de nadie,
podían ser decisiones conscientes y libres. Pero esa consideración no influyó en el juicio de la gente.
No sé si actuamos o no con libertad y plena consciencia. Tiendo a
pensar, con Baruch Spinoza, que sólo es posible actuar con plena
consciencia y libertad si nos esforzamos por conocer el mundo
y conocernos a nosotros mismos. Pero quizás simplemente me pasa lo que a
la mayoría, que quiero creer que soy libre, dueño de mis propias
decisiones, porque no acepto ser más que una mera circunstancia del
devenir del universo, una circunstancia absolutamente predeterminada.
Juan Ignació Pérez, Quiero creer que actúo libremente, Cuaderno de Cultura Científica, 28/12/2014
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