El fracàs de les elits.
Se cambia de año con dos dilemas en carne viva: si los ciudadanos, al
votar, tendrán en cuenta sobre todo el viejo binomio entre la izquierda
y la derecha, o la contradicción principal se centrará entre las élites
y el pueblo. El segundo, la frecuente disfuncionalidad entre la
racionalidad política y la racionalidad económica.
Hace dos décadas que murió uno de los mejores críticos de la sociedad
contemporánea, Christopher Lasch, y 19 años de la publicación de su
libro La rebelión de las élites y la traición a la democracia (Paidós).
En él están pespunteadas muchas de las ideas sobre las élites (y el
carácter extractivo de muchas de ellas) que se han repetido en los
últimos años en todo el mundo. Lasch desarrolla la tesis de que la
democracia está amenazada hoy no por la orteguiana rebelión de las
masas, sino por la rebelión de unas élites egoístas que se niegan a
aceptar un compromiso con la sociedad y que se aíslan de su entorno. El
carácter irreal, artificial, de la política oficial (centrada
prioritariamente en aspectos como el déficit, la deuda, los conflictos
de identidad...) refleja el aislamiento de quien la protagoniza de la
vida cotidiana de la mayoría, así como la secreta convicción de que los
verdaderos problemas (el paro, la pobreza de los trabajadores, la
reducción de la renta disponible de las clases medias...) son
insolubles.
En el libro citado se ponen abundantes ejemplos de cómo las élites
imponen sus ideas, su agenda política, sus criterios y su lectura
interesada de la historia a todos los demás. Su poder para suprimir los
puntos de vista diferentes les capacita supuestamente para atribuir a su
propia ideología particularista el estatuto de verdad universal y
trascendente.
Al análisis de las causas por las que los mercados financieros están
ganando la partida al poder político dedica su último libro (El fracaso de las élites. Lecciones y escarmientos de la gran crisis.
Editorial Pasado/Presente) el profesor valenciano Manuel Sanchís. Muy
conocedor desde dentro del diseño institucional de la Unión Europea (del
que dice que nació dañado desde el principio y del que se ha derivado
un empobrecimiento severo de muchos ciudadanos, así como una fuerte
degradación de la calidad democrática de esas instituciones), Sanchís
teoriza la construcción de una Europa a dos velocidades, con avances
limitados en los ámbitos político e institucional, pero con barra libre
para la circulación de capitales y la unificación monetaria.
Este desequilibrante sesgo a favor de lo monetario-financiero explica
el desencanto que siente mucha gente ante una construcción europea que,
en palabras de Hollande (sin duda del Hollande de la primera época),
“ha sido diseñada más bien como un gran mercado que como un gran
proyecto”, y que “ha acabado representando el liberalismo para los
ciudadanos”. Dice Sanchís que la “mirada torva” del europeo hacia sus
instituciones se ha convertido en un airado rechazo hacia ese nuevo
“despotismo ilustrado”.
Joaquín Estefanía, Dilemas de 2015, El País, 28/12/2014
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