La cultura i la excel.lència de la multitud.
El Roto |
“Cultura” pertenece al cielo de esas palabras que, como la Santísima
Trinidad, poseen varios espíritus en una misma persona. Por un lado,
“cultura” alude a culto y, por otro, evoca “cultivo”. De esta doble
acepción se derivan dos clases de culturas.
Una cultura de “culto” conlleva la santificación, la veneración y la
genuflexión. Es la clase de cultura que ha imperado en Europa. Una clase
de aire o áurea religiosa que convierte a los artistas en creadores a
imagen y semejanza de Cristo. Creadores que, remedando la figura de
Cristo, morían (de pobres, de enfermos, de abnegados) para entregar con
su muerte sacrificial un producto sublime al género humano. La gran obra
de arte era la gran obra de la creación y exigía de estas trágicas
entregas tan acristianadas.
Por el contrario, tanto la cultura en la Grecia clásica como en los
años inocentes de Estados Unidos no se valía en absoluto del santoral ni
del martirio redentor. En esos mundos, la cultura formaba parte del
ambiente y la sociedad era culta o cultivada gracias a que sus
ciudadanos no eran dioses, sino hombres y mujeres de sensibilidad.
Ciudadanos, acaso finos, que sabían disfrutar la belleza, como la
bondad, la tolerancia y la cooperación, el buen sentido y todos los
órdenes del placer. Esta cultura no derramaba sangre, no entendía que la
letra con sangre entra, ni se empeñaba en acentuar que los saberes eran
disciplinas. El conocimiento no se hallaba condensado en una u otra
sagrada especialidad, sino que se diseminaba en una cualidad general de
la comunidad bien avenida. En verdad, una sociedad era culta no en
virtud de los premios Nobeles o figuras excelsas, sino en la excelencia
de la muchedumbre. Esto sacó de sus casillas tanto a T. S. Eliot como a
Henry James, que no pudiendo soportar la secularización cultural
norteamericana se marcharon a las retóricas islas británicas.
De todo esto sabemos hoy más que nunca gracias a las redes sociales,
puesto que ellas han compuesto una cultura cuyo saber apenas radica en
uno u otro nombre, sino en la heterogénea intervención de la multitud.
Las wikipedias y sus mejores versiones son el resultado de una
colectividad promiscua, que se presenta más o menos culta en la medida
en que su cultivo es más próspero y no su culto más saturado de
incienso.
Sobran las Academias y sus imperativos, se vuelven ridículos o
anacrónicos los magnos templos del saber, los letraheridos, los
místicos. El cuerpo se hace un cuerpo brillante o no a partir de la
fosforescencia del conjunto. No hay listas o clasificaciones de Pisa en
atención al número de sus mejores alumnos de la escuela, sino en función
de la innumerable contribución (interactiva, cooperante) de todos sus
socios y a través de todos los medios, no precisamente institucionales.
La Red es buena o mala de acuerdo con esta misma regla de buena
humanidad. El mundo es más o menos culto en proporción al cultivo
general de sus habitantes, gracias a una educación que no enseña sólo a
partir de los libros o los museos de pintura, sino en virtud del saber
para enfrentarse al fracaso o al éxito, para asumir su mortalidad y el
amor o el desamor, para considerar que nadie es nada sin el otro,
incluyendo en ello la aún desconocida democracia, la solidaridad sin
fronteras y la asunción de que los derechos y los deberes pertenecen a
todos por igual y por el bien de una laica salvación.
Vicente Verdú, La cultura de dos caras, El País, 13/12/2014
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