Tortura en legítima defensa.
El director de la CIA ha dado el jueves en una conferencia de prensa
su respuesta a la difusión del informe del Senado sobre el vasto
programa de interrogatorios (y torturas) llevado a cabo durante la
Administración de Bush. Si bien ha dicho que es cierto que se cometieron
algunas “aberraciones”, también ha dejado claro con sus palabras que
estos hechos podrían volver a repetirse. De esa manera, y sin
pretenderlo, ha revelado por qué era tan importante que se conociera
este informe. Con este párrafo:
“En cuanto a lo que suceda en el futuro, si se produce algún tipo de desafío contra nosotros, el manual de campo del Ejército es la norma aprobada para su uso en interrogatorios. Nosotros, en la CIA, no estamos en el programa de detenciones. No contemplamos la posibilidad de volver a participar en el programa de detenciones utilizando alguna de esas EIT (iniciales de Enhanced Interrogation Techniques), así que dejo que sean los políticos en el futuro los que tomen las decisiones necesarias para que este país continúe seguro en el caso de que nos enfrentemos a una crisis similar”.
Es decir, la CIA ya no interroga a presos. Eso es función del
Ejército. Pero si en el futuro el Gobierno decide lo contrario ante una
situación de emergencia para proteger a los norteamericanos, volveremos a
ponernos a sus órdenes y a hacer lo que sea necesario. Según la
explicación de John Brennan en este y otros momentos de su intervención,
esos interrogatorios (esas torturas) fueron vitales para capturar a Bin
Laden e impedir que se produjeran otros atentados terroristas en EEUU.
Por tanto, como esas técnicas fueron eficaces, no hay que dudar de que
volverían a emplearse.
Quizá haya que aplicar algunos cambios para evitar “aberraciones”. Es
posible que en vez de insertar en el recto de los detenidos un puré
hecho con humus, pasta, nueces y pasas, la próxima vez se limiten los
condimentos. Y el picante estará rigurosamente descartado.
En esta ocasión, ni siquiera se ha apelado desde arriba al recurso de
las “manzanas podridas” que tantas veces escuchamos tras conocerse lo
que pasó en la prisión de Abú Ghraib. Entonces, eran policías militares
del montón los que cometieron las atrocidades y además fueron lo
bastante idiotas como para hacer fotos de sus ‘hazañas’. De ahí que
fueran condenados a penas de prisión, no así los oficiales de
inteligencia militar que tenían el control operativo de la cárcel y que
dieron las órdenes oportunas. Los que sabían demasiado.
Ahora, no hay chivos expiatorios que se puedan arrojar como carnaza.
Se trataba de un programa aprobado por la Casa Blanca y el Departamento
de Justicia, inspirado por Cheney y sus consejeros (todo eso se puede
encontrar en el libro ‘Angler. The Cheney Vice Presidency’, de Barton Gellman) y ejecutado con entusiasmo por la CIA.
En el futuro, como advierte Brennan, otro presidente puede entregar
un nuevo cheque en blanco a la CIA por el cual se aplique la misma
lógica de los años de Bush: se tortura a los detenidos, pero como esas
técnicas han sido aprobadas por el presidente no pueden considerarse
tortura, ya que el presidente ha dicho que EEUU no tortura a los presos.
Los que meten al detenido en una caja más pequeña que un ataúd durante
horas sólo están cumpliendo órdenes. Como se hizo en las prisiones de
los jemeres rojos donde también se practicaba el ‘waterboarding’, o más
recientemente en las prisiones sirias.
Y si a alguien se le va la mano y mata al preso, siempre habrá un
director de la CIA que diga: “El director está completamente convencido
de que pueden producirse errores en un trabajo lleno de incertidumbres”.
Como así ocurrió.
No es extraño que esos mismos argumentos fueran utilizados por los
abogados de los dirigentes nazis juzgados en Nuremberg. Sin tanto éxito
en esa ocasión.
Nadie mejor que Dick Cheney para defender estas técnicas de
interrogatorio como arma legítima en una guerra. Le preguntaron por el
caso de Gul Rahman, que murió de hipotermia tras ser sometido a
tormentos espantosos y pasar una noche encadenado al suelo casi sin
ropa. Rahman no era miembro de Al Qaeda, sino de una milicia afgana
aliada de los talibanes. Y esto fue lo que respondió Cheney:
“3.000 norteamericanos murieron el 11S a causa de lo que hicieron estos tipos y no tengo ninguna simpatía por ellos. No conozco los detalles específicos (…). No he leído el informe. (…) Vuelvo a la idea básica y fundamental: ¿tienes que ser amable con los asesinos de 3.000 norteamericanos?”.
Con estas frases, se entiende mucho mejor la viñeta de arriba.
Iñigo Sáenz de Ugarte, La tortura como instrumento legítimo de guerra, Guerra Eterna. el diario.es, 12/12/2014
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