"Tothom imita" (Javier Gomá).
Javier Gomá Lanzón |
Como toda idea o ideal, hay que rehuir de juzgar
a las cosas por sus desviaciones o sus perversiones. Sólo una visión negativa
de la imitación hace de ella algo en lo que está excluida la invención. Durante
milenios, en lo que en Imitación y
experiencia llamo la época premoderna de la imitación, es decir hasta el
siglo XVIII, no es ya que la imitación fuera algo dominante sino que es la
única manera de explicar la mentalidad premoderna. Es una mentalidad cósmica en
la que para el sujeto, el mundo ya está dado, le precede y es perfecto completo
y acabado. Y es normativo. En la premodernidad, el creador, el artista, el
pensador, el literato, el poeta, no puede aspirar a crear algo nuevo porque lo
nuevo es algo sospechoso de ser monstruoso.
Con un fundamento ontológico: si el mundo es
perfecto, lo nuevo ha de ser monstruoso y extraño. El mundo está acabado y
completo, algo nuevo ha de ser desviado, un aborto de ser. La idolatría y el
entusiasmo que hoy experimentamos hacia lo nuevo, hacia lo original, era algo
desconocido en la premodernidad, es decir, hasta el XVIII. El mundo precedía al
hombre y la única reacción comprensible y lícita ante el mundo era la
repetición. Esa es la razón por la que, no solamente el arte sino la realidad
misma se explican con el esquema modelo-copia. Existe ya una realidad modélica,
lo único que podemos hacer es imitarla. Desde el punto de vista metafísico, la
realidad imita a las ideas platónicas. Desde el punto de vista artístico,
tenemos que imitar a los antiguos o a la naturaleza, que representan esa
perfección. Siempre se repite el mismo esquema, modelo-copia. En el
Renacimiento, por ejemplo, se decía que si tú querías hacer un poema al mar, lo
que tenías que hacer era describirlo, pero no el mar fenoménico, el que ves,
sino el mar ideal, y la mejor manera de describir el mar ideal era repetir e
imitar a alguien de la antigüedad que ya lo hubiera descrito. Lo dicen
literalmente en las poéticas del Renacimiento: cuando escribes sobre una rosa
no debes reproducirla tal cual es, sino como una rosa ideal, como hace Rafael
cuando pinta una rosa, y sobre todo, imitar a Virgilio cuando describe la rosa.
Todo el rato hablamos de repetir. Por entonces, la idea de invención no era
tanto descubrir algo nuevo, sino la de invenio, encontrar, encontrar
el modo de imitar mejor, con mayor perfección y exactitud la idea que subyace
en la naturaleza. En el Renacimiento se ve cómo la invenio es elemento
sustantivo de la imitación. En determinado momento, en el proceso cultural de
la modernidad, ese sujeto que se reconocía parte de un cosmos, se convierte en
una totalidad independiente, ya no le concede al cosmos ningún carácter
normativo, él es el que se autolegisla y la imitación pierde súbitamente una
vigencia que, es sorprendente, había durado milenios. Y de pronto, entre 1705 y
1800, lo que había sido categoría explicativa de la realidad, el arte y el
conocimiento, desaparece sin más. Y ese elemento que era parte de la imitación,
la invención, el ingenio, de pronto se convierte en la esencia del nuevo
sujeto, un sujeto que tiene que ser original, creador, tiene que inventar,
tiene que ser libre y no someterse a ninguna regla previa. El nuevo modelo de
comprensión del artista —y el artista será el nuevo modelo de comprensión de la
individualidad— es el genio. El genio, que produce reglas nuevas, que no imita
a nadie, que se eleva por encima de las reglas comunes y que es todo
creatividad, todo originalidad, es la nueva comprensión de la individualidad. Y
así, la invención, que formaba parte pacífica de la imitación, se desprende de
ella.
En los siglos XVIII y XIX la imitación se
consideraba una época superada en la que el hombre no tenía suficiente
confianza en sí mismo, y la nueva categoría explicativa era la originalidad, la
excentricidad, la extravagancia, la creatividad, rasgos del genio masificados y
secularizados. Con estos presupuestos, la imitación deja de existir. Y de hecho
en el XIX apenas hay reflexión sobre la imitación. Pero de pronto, en el siglo
XX, aparece con enorme fuerza una nueva teoría de la imitación, con una
potencia que describo en el libro con mucha extensión. Y no es la imitación de
la naturaleza, ni de las ideas, ni de los antiguos, sino una nueva clase de
imitación, que por supuesto existía antes pero que nunca había sido convertida
en teoría, que es la imitación de personas. Estamos hablando de dos personas
igualmente libres e igualmente geniales, la imitación de dos libertades. Se
produce una actualidad de la imitación en todas las disciplinas, la filosofía,
la psicología conductista y la cognitiva, lo que llamo la macroimitación que es
la teoría sobre la sociedad, la teoría de las élites, la teología, en la que
siempre se había hablado de la imitación de Cristo, escriben sobre ello Mann,
Jung, Adorno, Derrida… todos. Ese florecimiento responde a ese nuevo modelo
de imitación entre dos libertades, pero había un grandísimo problema para una
persona como yo, que quería hacer una teoría general, y con esto creo que
respondo a tu pregunta: Kant, en su ensayo Qué es la ilustración,
establece que la persona ilustrada es aquella que se dirige sin la guía del
otro. El principio kantiano fundamental, que luego desarrolló en la Crítica
de la razón práctica, es la autonomía, que significa que te das leyes a ti
mismo. Y seguir a otro se identifica con ser heterónomo, contrario a la
autonomía, e impropio de un ciudadano consciente, racional, moderno y maduro. Y
me di cuenta de que casi todos los estudios que florecen en el XX sobre la
imitación de otro se refieren a otro que todavía no es un sujeto maduro: la
imitación en los niños, la imitación en los pueblos antiguos de los estudios
antropológicos, el comportamiento de las masas o el comportamiento de animales.
Estos son invariablemente los objetos de estudio de los procesos imitativos.
Siempre la imitación es un estadio prelógico. Caen todos en el prejuicio
moderno de que imitar es perder autonomía y dejar de ser una entidad racional.
Y eso es lo que quería combatir. Por eso para proponer una teoría general, la
imitación premoderna no nos sirve y la imitación moderna es peyorativa, de ahí
el esfuerzo teórico para explicar que, nos guste o no, hay un hecho
insoslayable, un facticismo: todos imitamos. El presupuesto kantiano de
autonomía simplemente no existe: todos somos modelos para todos. Lo que es
racional no es no imitar, sino elegir bien el modelo. Es una cuestión de hecho:
vivimos arrojados en un horizonte de ejemplos. ¿Significa eso que tenemos que
renunciar a la racionalidad? No, porque puedes elegir el modelo a imitar.
El concepto de progreso, que parece excluir la
imitación, es muy explicativo en el ámbito de la ciencia, porque la ciencia
consiste en hacer avanzar el estado del conocimiento. Es cierto que cada
progreso, cada avance, convierte en arqueología el conocimiento anterior.
Puedes saber lo que decían los físicos cuánticos hace cuarenta años, pero tiene
un valor meramente anticuario. Lo que importa es lo que sabemos hoy, cuál es el
estado de la cuestión como consecuencia del progreso. En la ciencia, el conocimiento
es acumulativo. Por eso cualquier avance convierte en anticuado todo lo
anterior. En cambio, la categoría de progreso no es explicativa en el ámbito de
las humanidades: Tolstoi no deroga a Milton, Milton no deroga a Dante, Dante no
deroga a Virgilio y Virgilio no deroga a Homero. Entre otras cosas, porque la
verdad poética o filosófica ni es acumulativa ni es susceptible de
verificación: la filosofía es un género literario y por tanto, a diferencia de
la ciencia, no se verifica, no se advera. La verdad o legitimidad de la
filosofía, como la de un poema o una obra de teatro, es que la lectura siga
siendo fecunda y que esa fecundidad suscite consensos. Platón no ha sido
verificado, tampoco Aristóteles, ni Descartes, ni Kant, ni
Hegel, ni Nietszche, ni nadie. Lo que pasa es que todavía hoy
consideramos que su lectura es significativa, que ilumina nuestra
interpretación del mundo. Con lo cual, a diferencia de lo que ocurre en la
ciencia, en la que la categoría de progreso es explicativo y en que cada avance
convierte en anticuario lo anterior, en el ámbito de la literatura, todos somos
contemporáneos, toda la tradición es contemporánea. Y no se produce una
progresión en la historia de la literatura sino en todo caso una progresión
hacia dentro, en sentido aristotélico. Eso sería imitar profundizando, que
puede proporcionar un progreso interior, hacia una mayor conciencia de tu vida,
una mayor iluminación de tu vida, una interpretación más refinada de tu vida,
hacia una mayor significatividad de tu vida, hacia una vida mejor, más digna de
ser vivida. Y en ese sentido, la imitación de Platón o de Sófocles o de
Shakespeare o de Bertold Bretch es una imitación que tiene fundamento porque
siguen siendo clásicos en la medida en que son contemporáneos y su finalidad no
es un progreso histórico sino un progreso interior.
Pedro Vallín, entrevista con Javier
Gomá: "Exijo respeto para la vulgaridad ...", La
Vanguardia, 21/12/2014
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