Virtuts civils i societats postindustrials.
En aquellos años Bell proponía dos caminos para superar esta
contradicción y merece la pena reflexionar sobre ellos porque, aunque
las circunstancias han cambiado, siguen abiertos como posibilidades. Uno consiste en promover en la comunidad política una religión civil; el otro, en bregar por la justicia social.
La religión civil es la religión de la ciudad, de la comunidad
política. Desde tiempos remotos se entendía que cada ciudad tiene sus
dioses, que luchan por defenderla frente a los dioses y los hombres de
las demás ciudades. Fue Maquiavelo quien vio en la religión civil una
ayuda espléndida para construir una nueva república romana, contando
milagros si es preciso, como la leyenda de Rómulo y Remo, y Rousseau
dedicó a ese tipo de religión un apartado en el penúltimo capítulo de El contrato social.
Tras haber meditado sobre los distintos aspectos de ese contrato por el
que las personas pasan a ser ciudadanas de una comunidad política, se
pregunta si no es dudoso que vayan a cumplir el pacto, y propone como
medida necesaria para lograrlo recurrir a una religión que dote a los
ciudadanos de una fe común y asegure desde ella su civilidad. No se
trata de la religión del hombre, que le liga directamente con Dios, sino
de la religión del ciudadano, la religión civil, que le liga a la
polis.
Para construirla pueden seguirse dos procedimientos. O bien tomar una
religión trascendente y convertirla en la religión de la ciudad, o bien
dar a los símbolos de la comunidad política un halo sagrado. Es decir,
dotar de un carácter sagrado a una determinada versión de la historia, a
la bandera, al himno, a las fiestas, al pueblo, a la raza o la etnia,
incluso al equipo de fútbol.
Las personas somos animales simbólicos, y esos símbolos, dotados de
un carácter numinoso, que excede con mucho a sus soportes materiales, se
inscriben en el terreno fértil de las emociones y hacen vibrar a
quienes los comparten. Sintiéndose emocionalmente miembros de esa
comunidad sagrada los que están siendo tratados de forma desigual
olvidan que es así y trabajan con entusiasmo por una comunidad que
sienten como suya. Con lo cual se va tejiendo emotivamente una voluntad
común, aunque la desigualdad sea palmaria.
Ciertamente, es preciso tener en cuenta en cualquier proyecto social el valor de los símbolos, pero
la religión civil es una solución premoderna, que ya no era de recibo
en el siglo XVIII, cuando Rousseau la propuso, no digamos en el siglo
XXI. En nuestros días es bien claro
que el Estado y la sociedad civil son los responsables de crear
cohesión social, no con leyendas y milagros emotivos, sino poniendo en
práctica la justicia social.
Y llegados a este punto conviene recordar que el VII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España,
elaborado por FOESSA y auspiciado por Cáritas, arroja unos datos
escalofriantes, que se han convertido en la primera preocupación de los
españoles, y deberían serlo de cualquier partido político que aspire a
gobernar. La población excluida representa el 25%, cinco millones se
encuentran en exclusión severa, y de entre los excluidos, el 77,1% está
excluido del empleo, el 61,7% de la vivienda y el 46% de la atención
sanitaria.
Naturalmente, el barómetro del CIS de septiembre 2014 refleja que
ésas son las principales preocupaciones de los españoles: el paro, la
corrupción y el fraude que roban recursos públicos, los partidos
políticos y la situación económica. Pero otros temas son igualmente
urgentes, porque afectan a derechos humanos, por poner un solo ejemplo,
el caso de la inmigración. Es doloroso que Europa no se preocupara de la
ingente cantidad de africanos que moría por el ébola y, sin embargo,
encontrara rápidamente dinero para intentar hacerle frente en cuanto la
posibilidad de contagio cruzó el Estrecho de Gibraltar. Construir
soluciones con altura humana para los inmigrantes en el marco de la
Unión Europea es uno de los retos ante los que Europa no puede mirar
hacia otro lado.
Abordar cuestiones como éstas es el proyecto que puede crear
civilidad honradamente. Los partidos que se ocupen prioritariamente de
ellas habrán tomado la política en serio.
Adela Cortina, ¿Religión civil o justicia social?, El País, 27/12/2014
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