La vida, la geometria i Interstellar.
Interstellar
ha vuelto a poner a la ciencia ficción en el punto de mira de la
cultura pop. Claustrofobia en medio de un ágora infinita. Una película
fabulosa, para derramar lágrimas de emoción con un Matthew McConaughey impresionante
en su personaje de Cooper, encerrado en una historia épica. Una
película que tiene todos los ingredientes necesarios para encandilar al
público: hay una distopía terrestre junto a una utopía de las estrellas,
la esperanza de un mundo mejor en otro punto de la galaxia desde una
Tierra que languidece, ¿entonces hablamos de una disto-utopía?
Hay ciencia, de la buena, de esa profunda y misteriosa que nunca me he cansado de ver en los fabulosos episodios de Star Trek, la de los wormholes
y la de los agujeros negros, con ese espacio tiempo doblado sobre sí
mismo hasta el infinito, hay drama familiar padre-hija y padre-hijo, hay
un recurso al amor como fuerza invisible, hay escenas misteriosas y
escenas evocadoras, paisajes de belleza espectacular, un teseracto de
tintes borgianos y robots geométricos dotados de inteligencia
artificial, capaces de expresar humor en cantidades humanas. Ese robot.
Esa inteligencia artificial. Ese humor. Ese sarcasmo.
Confieso
que el sentido del humor del robot TARS me cautivó. Era una manera,
brillante, certera, de presentar el triunfo de la inteligencia
artificial como modelo de la mente humana. La posibilidad de acceder al
sarcasmo, al humor, a los trucos de la mente, como señal de
comportamiento inteligente. Y, sin embargo… Inmediatamente pensé en 2001, la genial película de Stanley Kubrick, así que, al día siguiente me dispuse a verla por enésima vez. Les recomiendo que también lo hagan.
Sabía
lo que buscaba: a HAL9000, la computadora perfecta, con ese ojo rojo
que lo observa todo, capaz de leer los labios de los astronautas, capaz
de hacernos creer que está razonando, elucubrando un plan que va más
allá de los confines de sus algoritmos y heurísticas programadas. Pero
lo que conmueve en 2001 es ver cómo HAL acaba cantando con esa
voz queda, perdiendo poco a poco sus módulos de memoria y de
razonamiento lógico: «Daisy, Daisy, give me your answer true…», cayendo
irremediablemente en la oscuridad del miedo existencial: «Will I dream,
Dave, will I dream…?». La computadora fría, calculadora, acaba
aterrorizada al comprender que ella también falla y debe enfrentarse a
la muerte. Y esos sueños existenciales me llevaron de cabeza a Blade Runner, a recordar las ovejas eléctricas soñadas por los replicantes androides de Philip K. Dick, y de ahí a las teorías cognitivas de embodiment hay solo un paso.
Me explico, esto va de geometría, pero vayamos por partes. Voy a dejar que sea Sheldon Cooper, el otro Cooper, no el de Interstellar, quien me dé una excusa para viajar por un bucle que nos infiltre en el intrincado mundo ficticio, ciencia imaginada, de 2001 y Blade Runner a partir de un metaajedrez de dimensiones aumentadas.
Por
si no conocen a Sheldon, baste decir que cuando Sheldon quiere
integrarse con sus amigos intenta usar el sarcasmo. En su personalísima
inteligencia entiende que el sentido del humor es un signo que le
acercará a comprender mejor a la humanidad. Sheldon es un superdotado y,
con su conquista del sarcasmo, su memoria fotográfica, su autismo
proclamado y su capacidad para jugar juegos complejos, nos lo echa a la
cara en cada momento (a nosotros y a sus compañeros de The Big Bang Theory).
Sheldon, claro está, juega al ajedrez. Se trata del metaajedrez que aparece en la legendaria serie Star Trek. Una
variante tridimensional, que se juega en tres planos distintos de 4×4
casillas con cuatro planos extra de 2×2 casillas, para configurar las 64
casillas de un tablero normal. Los diferentes niveles de los tableros
que se separan y se mezclan hacen que la complejidad perceptual del
juego aumente. Es una variante de juego mucho más complicada, jugada a
la perfección por Mr. Spock, epítome del razonamiento lógico, y por Mr. Data en Next Generation,
un androide que, en su búsqueda personal para descubrir la emoción a
través del arte y del propio humor, nos recuerda de manera alarmante al
propio Sheldon.
Como
quintaesencia del comportamiento inteligente, el ajedrez aparece en
secuencias que ya son míticas dentro del imaginario colectivo de los
entusiastas del cine futurista. En ellas, los protagonistas aparecen
enfrascados en medio de partidas que señalan una causa común para un
efecto también común: quien juega al ajedrez muestra un comportamiento
inteligente. Es un reflejo de años de experiencia en el juego y un
homenaje a la complejidad de sus movimientos y al tesón de sus
jugadores. El ajedrez une a 2001 con Blade Runner y nos deja con Insterstellar preguntándonos qué le pasa a TARS, ¿por qué no juega al ajedrez?
En 2001,
dentro de una nave grandiosa que se dirige a Júpiter, el astronauta
Frank Pool juega al ajedrez ni más ni menos que contra HAL, la
computadora infalible que nunca ha cometido un error… es la escena
cumbre de la inteligencia artificial en el cine. Es la escena que
prepara al espectador para lo que le espera: descubrir a un HAL
calculador, capaz de todo. No hay que olvidarse de que estamos en 1968,
unas fechas en las que las máquinas no podían ni hacer tablas con un
jugador de club. La primera vez que un programa de ajedrez logra ganar
una partida de torneo a un gran maestro sucedió veinte años después. Fue
contra el GM danés Bent Larsen, que se confió ante el programa Deep Thought, el abuelo de Deep Blue, que diez años más tarde ganaría el match a Gary Kasparov, en 1997. Todo esto, que se veía venir en los años sesenta, lo representa el director Kubrick a la perfección, dotando a HAL de una «mente» artificial que no da ninguna chance a Dave, anunciando mate en tres en una posición presumiblemente jugada por el propio Kubrick, entusiasta del juego.
Y así aparece, años después, Blade Runner. La belleza de los replicantes es su intelecto superior y el genio de Ridley Scott
es mostrar cómo esa belleza fluye desde el cuerpo, perfecto, atlético,
de fuerza robótica. Una belleza que contrasta con los juguetes de
Sebastian, el genio biólogo de la corporación Tyrrel. O con el propio
Tyrrel, el gran genio creador, con su cuerpo enjuto y sus gafas
ciclópeas. En Blade Runner, la genialidad de Sebastian y de Tyrrel se encierra en una partida de ajedrez. Pero el embodiment
de los replicantes va más allá. En una escena clave se nos muestra al
replicante Roy obligando a Sebastian a hacer una jugada que llame la
atención en la partida entre Sebastian y Tyrrel. La escena se desarrolla
en torno a una de las partidas clásicas más conocidas de la historia
del ajedrez, denominada «La Inmortal», que se jugó en Londres en 1851
entre Anderssen y Kieseritzky. La
partida se llama así por los numerosos sacrificios que lleva a cabo
Anderssen, incluido un sacrificio final de dama que termina por encerrar
al rey negro, llevando a las blancas al triunfo. Es la quintaesencia
del ajedrez romántico.
Desde
el punto de vista ajedrecístico, la escena deja un poco que desear, no
así su significado. El replicante le sopla a Sebastian una jugada que no
tiene respuesta buena de las negras; es un sacrificio de dama seguido
de mate en una jugada, algo que no es difícil de ver, pero que tanto
Sebastian como Tyrrel, dos supuestos genios del juego, no parecen
comprender. No importa, la belleza está en Roy, que busca la llave para
trascender su vida limitada. El resto, el futurismo decadente de Los
Ángeles, Harrison Ford que se lleva a la chica, la lluvia, los ojos sintéticos, y la imponente Daryl Hannah con sus ojos pintados de negro, forma parte de nuestra memoria colectiva.
Por
supuesto no son las únicas (ni las primeras ni las últimas)
oportunidades en las que el ajedrez hace su aparición en una película
para mostrar la inteligencia de sus jugadores. Hay algo intrínsecamente
profundo, humanamente intenso en el juego del ajedrez que destila
comportamiento humano, del bueno, del inteligente y permite emplearlo
como lenguaje universal, como metáfora de lo humano desde el pasado al
futuro, desde la mítica del Shá que se sorprende del crecimiento
exponencial de los granos de trigo sobre las 64 casillas al futuro de
cohetes espaciales y viajes en el tiempo, donde, curiosamente, el juego
sigue vivo.
Los replicantes, jugadores de ajedrez, son la encarnación de la inteligencia artificial. Rodney A. Brooks,
investigador del MIT, expresó la necesidad de esa encarnación para el
comportamiento inteligente diciendo que los elefantes no juegan al
ajedrez, porque hay una geometría de la inteligencia. Entre lo
incorpóreo del HAL de 2001, representado por su penetrante ojo rojo, y la geometría perfecta del TARS de Interstellar,
existen los replicantes que personifican la realidad del comportamiento
inteligente, la necesidad de un cuerpo humano, la identificación de la
biología con el funcionamiento de la mente. Es lo que, en las ciencias
cognitivas se denomina embodiment. Es lo que hace que el proceso
esté supeditado al patrón, a los confines de la carne, a las
restricciones de la física. Nuestras neuronas y nuestras glías, nuestro
cráneo y nuestros músculos, nuestras mitocondrias y nuestros
neurotransmisores, nuestros brazos y piernas, nuestros corazones. Y es
por eso que la geometría dice mucho del fenómeno de la vida, la
mediatiza, le da un valor, un parámetro desde el que operar. Por eso
Dave consigue desconectar a HAL. Roy, el androide, juega con HAL, la
máquina, y mate inevitable.
Nuestras
mentes han emergido como resultado del proceso evolutivo durante
millones de años; gracias a todo ello y a pesar de todo ello, fruto de
una gran mezcla de contingencias y casualidades, hemos surgido nosotros,
los sapiens, unos primates imberbes y singulares. En la
historia de la humanidad han surgido gigantes del pensamiento, del arte y
de la música como Gödel, Escher y Bach o el admirable Stephen Hawking, a quien la ciencia y la ficción de Interstellar debe tanto, y quien, en un memorable episodio de The Big Bang Theory
ridiculiza a Cooper, el otro, cerrando así el eterno y grácil bucle por
el que nos adentramos (¿mencioné que el apellido de Leonard, con quien
juega Sheldon al meta-ajedrez no es otro que Hofstadter?).
Diego Rasskin Gutman, La geometría inteligente de Interstellar ..., jot down, 24/12/2014
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