Modernisme i discontinuïtat.
Pierre Charles Baudelaire |
Desde hace más de un siglo el capitalismo está desgarrado por una crisis
cultural profunda, abierta, que podemos resumir con una palabra, modernismo,
esa nueva lógica artística a base de rupturas y discontinuidades, que se basa
en la negación de la tradición, en el culto a la novedad y al cambio. El código
de lo nuevo y de la actualidad encuentra su primera formulación teórica en Baudelaire para quien lo bello es
inseparable de la modernidad, de la moda, de lo contingente, pero es sobre todo
entre 1880 y 1930 cuando el modernismo adquiere toda su amplitud con el
hundimiento del espacio de la representación clásica, con la emergencia de una
escritura liberada de las represiones de la significación codificada, luego con
las explosiones de los grupos y artistas de vanguardia. Desde entonces, los
artistas no cesan de destruir las formas y sintaxis instituidas, se rebelan
violentamente contra el orden oficial y el academicismo: odio a la tradición y
furor de renovación total. Sin duda, todas las grandes obras artísticas del
pasado han innovado de algún modo, aportando aquí y allá derogaciones a los
cánones usuales, pero sólo en este fin de siglo el cambio se convierte en
revolución, brusca ruptura en la trama del tiempo, discontinuidad entre un
antes y un después, afirmación de un orden radicalmente distinto. El modernismo
no se contenta con la producción de variaciones estilísticas y temas inéditos,
quiere romper la continuidad que nos liga al pasado, instituir obras
absolutamente nuevas. Aunque lo más curioso es que el furor modernista
descalifica, al mismo tiempo, las obras más modernas: las obras de vanguardia,
tan pronto como han sido realizadas, pasan a la retaguardia y se hunden en lo
ya visto, el modernismo prohíbe el estancamiento, obliga a la invención
perpetua, a la huida hacia adelante, esa es la «contradicción» inmanente al
modernismo: «El modernismo es una especie de autodestrucción creadora... el
arte moderno no es sólo el hijo de la edad crítica, sino el crítico de sí mismo.»
(Octavio Paz) Adorno lo
decía de otro modo; el modernismo se define menos por declaraciones y
manifiestos positivos que por un proceso de negación sin límites y que, por
este hecho, no se salva ni él mismo: la «tradición de lo nuevo» (H. Rosenberg), fórmula paradójica del
modernismo, destruye y desprecia ineluctablemente lo que instituye, lo nuevo se
vuelve inmediatamente viejo, ya no se afirma ningún contenido positivo, el
único principio que rige al arte es la propia forma del cambio. Lo inédito se
ha convertido en el imperativo categórico de la libertad artística. (pàgs..
81-82)
Gilles Lipovetsky, La era del
vacío, Anagrama, Barna 1986
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