L'art modern i la lògica del mercat.

by Paul Cézanne

Sin duda la libertad ha exigido condiciones económicas y sociales que permitieran a los artistas liberarse de la tutela financiera y estética en que les tenían la Iglesia y la aristocracia desde la Edad Media y el Renacimiento. El instrumento de esa liberación fue, lo sabemos, la institución de un mercado artístico: a medida que los artistas se dirigían a un público más amplio y diversificado, a medida que la «clientela» aumentaba, y las obras entraban en el ciclo de la mercancía mediatizada por instituciones específicas de difusión y promoción culturales (teatros, editoriales, academias, salones, críticas de arte, galerías, exposiciones, etc.) la creación artística podía emanciparse del sistema de mecenazgo, de los criterios exteriores a sí misma y afirmar cada vez más abiertamente su soberana autonomía (P. Bourdieu, «Champ intellectuel et projet créateur», Les Temps modernes, n.° 246, 1966). Por crucial que resulte, esa base material del arte moderno no autoriza a un determinismo que oculte la fuerza intrínseca de la significación imaginaria de la libertad sin la que el modernismo es inconcebible. La actividad artística se inscribe en un movimiento social global y los artistas se sumergen en sistemas de valores que exceden la esfera artística: imposible comprender la insurrección artística independientemente de esos valores que estructuran, y orientan el quehacer de los individuos y grupos. La existencia de un mercado literario y artístico no puede explicar por sí solo el furor experimental y desconstructivo de los artistas: el mercado hacía posible la creación libre, no la hacía imperativa; volvía caducos los criterios aristocráticos, no producía en sí mismo el valor, la exigencia de la innovación sin fin. ¿Por qué no hubo otro estilo que sustituyera al. antiguo? ¿Por qué esa valoración de lo Nuevo, esa explosión de movimientos? Como se sabe la lógica del mercado puede perfectamente acabar en un nuevo conformismo (la" producción cinematográfica, la música de variedades por ejemplo): eso no basta para explicar por qué los artistas, una vez libres de mecenazgo, entraron en oposición con los criterios del público, aceptaron la miseria y la incomprensión en nombre del Arte. Para que advenga la pasión modernista de lo Nuevo, tenían que existir nuevos valores que los artistas no inventaron pero que tenían a «su disposición», procedentes de la organización de la colectividad, valores enraizados en la preeminencia concedida al individuo en relación a la colectividad y cuyo principal efecto será la desvalorización de lo instituido, el principio del modelo sea cual fuere. Ideología individualista que no puede reducirse a la «competencia por la legitimidad cultural»: no es ni la voluntad de originalidad, ni la obligación de distinguirse lo que explican las grandes rupturas modernistas, aunque sea cierto que a partir de determinado momento la creación se vuelve competición con vistas únicamente a la diferencia estatutaria. La ideología individualista tuvo un efecto incomparablemente más profundo que la lucha por el reconocimiento artístico, fue ella la fuerza histórica que desvalorizó la tradición y las formas de heteronomía, que desclasó el principio de la imitación, que obligó a buscar sin tregua, a inventar combinaciones en ruptura con la experiencia inmediata. El arte moderno se enraiza en el trabajo convergente de esos valores individualistas que son la libertad, la igualdad y la revolución.

Gilles LipovetskyLa era del vacío, Anagrama, Barna 1986


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